O-KAERI NASAI

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domingo, 7 de agosto de 2011

RAN. Capítulo XLIII "YUIGON" 遺言. La Última Voluntad.

   

Chiri wa mina
Sakura narikeri
Tera no kure

Hoy la basura
Son flores del cerezo
Tarde en un templo









    El bambú vertía su sombra sobre el pequeño ventanuco de la celda donde Kasumi se hallaba recluído. La mano que sintió sobre su hombro era reconfortante, al igual que la sombra de la planta que parecía amenazar con aplastar el templo de La Eterna Soledad. Y precisamente esa soledad era la que en esos instantes atravesaba los huesos del Hijo de la Niebla, como cuchillos afilados desgarrando músculos y carne, cebándose en él y en su conciencia. El general Kazahaya posiblemente habría recibido ya la justicia de manos del señor Hosokawa, nunca lo sabría. A él únicamente le quedaba la posibilidad de pedir clemencia y jurar nueva lealtad al clan para tener una muerte digna. Eso lo conocería en pocos minutos.

    El sacerdote apretó la mano que descansaba sobre el hombro de Kasumi. No deseaba que sufriera más preguntándose cuál sería su destino final, aunque ya debía intuir algo a esas alturas. Gaman se colocó frente al soldado de forma que sus ojos quedaran a la altura de su mirada. Las sombras del bambú se cernían sobre las dos figuras y la noche cerrada era un símbolo para compartir confidencias y arrepentimientos.

    -Kasumi... tu Señor, Yamana, está aquí. Ha venido para reclamar tu alma.
    -Viejo diablo, lo intuía... este día debía llegar y me alegra que por fin lo haya hecho.
    -Sabes qué destino te aguarda.
    -Espero que sea el más honorable.
    Gaman extrajo de las mangas de su hábito tres folios polvorientos y amarillos. Se los ofreció a Kasumi junto a una pluma para que escribiera su yuigon... su testamento y sus últimas palabras como hombre y como samurái.

    -¿Sabes una cosa, viejo sacerdote? Prefiero la muerte mil veces a vivir como un ronin, un paria despojado de su Señor y de su honor.
    -No es malo ser un hombre ola, un vagabundo errante... muchos ronin lo son porque han perdido a su Señor, pero conservan su honor intacto.
    Kasumi alzó la mirada al cielo y suspiró con tristeza.
    -Pero yo sí he perdido mi honor y quiero recuperarlo. En mi yuigon juraré de nuevo lealtad al clan y partiré con el alma en paz. Sólo deseo pedirte una cosa.
    -Habla, hijo mío. Tu deseo será concedido.
    -Quiero que seas mi kaishaku y separes mi cabeza de mi cuerpo en el momento en que sufra la agonía más insoportable que pueda sentir un ser humano. Prométeme que estarás conmigo y que actuarás según mis deseos.
    -Lo prometo, Kasumi. Para mí será un honor complacerte y acompañarte en tu viaje hacia la morada de los dioses.

    Dichas estas palabras los dos hombres se miraron y la visión de Gaman se tornó vidriosa. No podía creer que Kasumi, el guerrero deshonrado, le pidiera ser parte de los últimos instantes de su vida. Para cualquier persona honorable constituía un grandísimo honor ser el kaishaku de un guerrero, su asistente en el seppuku, el suicidio ritual que reparaba el honor perdido y la dignidad con la que alguna vez actuó el condenado en su vida. Un ritual que le devolvía la paz y lo inmolaba en el altar dedicado a los dioses del país, reconciliándose con su familia y su clan a pesar del dolor innombrable que suponía el tránsito hacia esa nueva vida.
    Gaman suspiró profundamente aspirando el aroma de los cerezos que rodeaban el templo y apreciando la inmensidad y grandeza del bosque de bambú que cobijaba y ofrecía frescura a la par que protección al Templo de la Soledad. Cerró los ojos y se inclinó ante el hombre que tenía ante él en señal de profundo respeto y admiración.

    -¡Hai!, -dijo el sacerdote con firmeza y determinación-. Seré tu kaishaku... el mayor honor que se me ha concedido en esta vida. Esta tarde en el templo un nuevo cerezo florecerá de entre la miseria y la indignidad, para convertirse en el árbol más hermoso de la morada de los Kami. No te defraudaré, Kasumi,- el anciano suspiró-. Seré tu vínculo con el Más Allá y juro por mi propia vida que tu muerte será rápida y pronto alcanzarás la paz que tanto deseas.
    Kasumi lo miró de frente con un brillo en sus ojos que reflejaban tanto su calma como la ansiedad de alcanzar ese nuevo estatus de divinidad que solo un sacrificio personal unido al arrepentimiento más profundo podrían ayudarle a conseguir. Necesitaba el perdón como un sediento necesita agua para saciar la sed. Eso era algo que conocía desde que se llevó a la concubina para negociar con ella. Sabía que llegaría el día en que se arrepentiría. Ese conocimiento le condujo a la conclusión de que, después de todo, seguía conservando su lealtad y su alma intacta. Pero había llegado el momento de demostrarlo y estaba dispuesto a ello. Alargó su mano hasta dejarla descansar sobre el hombro de Gaman e inclinó la cabeza posando sus ojos en las manos deformadas por la edad que descansaban lánguidas en el regazo del viejo sacerdote.

    -Amigo... sé que tu mano, a pesar de la edad, no temblará en el instante final. Ahora me siento tranquilo y por ello te pido unos minutos de soledad para redactar mi yuigon, hecho lo cual, mi destino se habrá cumplido y yo estaré dispuesto para encontrarme con los dioses.
    -Sea del modo en que deseas, Kasumi. -El viejo sacerdote se sentía contento a pesar de las circunstancias.- Has cambiado mucho. La proximidad de la Señora nos cambia a todos. La Muerte hace que nuestros caminos se tornen rectos y que nuestros espíritus sigan la senda marcada por el honor y el respeto a nuestro clan y las tradiciones de un pueblo milenario. Deseo que los dioses iluminen tus últimas palabras y que te reciban en su Paraíso. El arrepentimiento que demuestras es digno de ser tenido en cuenta por los protectores de nuestras creencias. Ve en paz Kasumi, Hijo de la Niebla, y que tengas un buen viaje. Te juro por mi alma que no dejaré que sufras demasiado tiempo.

    El anciano guardián del templo de la Eterna Soledad giró en sentido a la puerta de la celda decidido a abandonarla. Su cuerpo parecía más encorvado que unos minutos antes, pues el peso de lo que debía hacer y su compromiso con Kasumi lo entristecían hasta el infinito. Ser un kaishaku, un asistente al suicidio era un honor, pero también un lastre para su cansado corazón. Cruzó las puertas de la mísera celda, se detuvo unos segundos eternos y no volvió la vista atrás.




    Al abandonar Gaman la pequeña celda, Kasumi se sumió en un profundo abatimiento. Alzó la cabeza y miró hacia el techo de la estancia queriendo atravesarlo, deseando llegar cuanto antes al cielo que se le prometía después de cometer el último y único acto honorable de su vida confusa y miserable. Ahora debía redactar su yuigón, su última voluntad y testamento.
    Tomó las amarillentas hojas que le proporcionó el sacerdote y la pluma. Descubrió que el viejo monje también le había proporcionado la tinta que le ayudaría a redactar sus últimas palabras. Se sentó en el suelo con gran esfuerzo y, apoyando el papel en sus rodillas, comenzó a escribir.

    "Japón, el día no lo recuerdo, del año 1467 en el glorioso Imperio que ve nacer el sol.
    Este es el día en que mi vida llega a su final.
    Pertenezco al clan Yamana, de mi Señor Yamana Sôzen y soy un traidor.
    Me arrepiento de haber sido hijo de la Niebla y de dejar que sus brumas confundieran mi mente, mis pensamientos y mis hechos. He cometido actos que me avergüenzan profundamente. He sido desleal a mi clan y debo entregarle mi vida, esperando que mi alma inmortal alcance el Cielo que como soldado no supe ganar.
    He aquí mi último deseo y voluntad.
    Juro de nuevo lealtad a Yamana y a su glorioso clan. El destino quiso que yo sirviera a la familia más honorable de este imperio. No sé cómo pedir perdón y no sé cómo hacer para ser de nuevo admitido en su seno salvo morir por mi propia mano. Ese es mi destino y lo cumpliré fielmente. He pedido a Gaman, sacerdote del templo Kodoku, que me acompañe en los últimos instantes de mi vida en este mundo.
    Quiero volver a ser un soldado, empuñar mi katana al servicio de mi familia.   
    Quiero sentir de nuevo el calor de los míos y dar mi vida por ellos.
    Eso es lo que voy a hacer en unos instantes.
    Deseo que mis pocas propiedades sean devueltas a mi Señor, para que les dé un destino digno y sean cuidadas y protegidas para el mayor bien de mi pueblo.
    Los dioses y mi Señor me han dado la oportunidad de rectificar y a solo a ellos debo mi respeto y mi vida, la cual ofrezco gustosamente y con alegría. Abandono este mundo con felicidad y con el respeto que siento hacia mi Señor.
    Kami... hacia vosotros dirijo mi última plegaria.
    Vosotros, dioses de mi pueblo, tened la gracia de acogerme en vuestro cielo.
    Proteged al Imperio y dejadme participar en ese empeño.
    Que el sol naciente ilumine por siempre nuestras vidas, y que la paz alcance cada corazón que existe, vive y respira.
    Que así sea por siempre y que cada alma busque el entendimiento entre hermanos.
    Velaré desde la Eternidad para que se cumpla.

                Kasumi, hijo del clan Yamana, al servicio del Imperio."

    Las sombras proyectadas por el bambú arroparon las últimas palabras de Kasumi y el cielo volvió a descargar su furia en forma de lluvia torrencial. Quien pudiera haberlo visto y sentido, diría que los dioses lloraban y reían a la vez, esperando al Hijo de la Niebla, el soldado que pudo recuperar su honor y que pronto ocuparía su lugar junto a los guerreros caídos en una guerra sin sentido.
    Eso sucedería pronto, muy pronto...


YUIGON : Última voluntad, testamento que redacta una persona que va a cometer seppuku (suicidio ritual).
KAISHAKU : Ayudante en el suicidio.

HAI : "Sí", afirmación.
KAMI : Dioses sintoístas de japón.


Haiku:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Antonio Cabezas.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

4 Hablan los Danna:

ADMINISTRADOR dijo...

Te echaba de menos Carolina... como siempre, un gusto leerte.

Carolina dijo...

Mi querida Kotori, yo también te he echado mucho de menos, a tí y a tus haikus.
Gracias, amiga, un beso muy grande!

Nieves Hidalgo dijo...

Anda que no has tardado !!! Pero bueno, nunca es tarde si la dicha es buena, y la dicha es muuuy buena. Un capítulo excelente. Pero... ¿vas a cortarle la cabeza a Kasumi? ¡No fastidies!
Sigues siendo una pérfida que nos hace sufrir con cada capítulo.
No sabes lo que te he echado de menos, guapetona. A ver si acaba el verano y tenemos algo más de tiempo para charlar, aunque sea por internet.

Felicidades por este nuevo capítulo, me ha encantado, está lleno de sentimiento.

Besoooooooooooooos, princesa.

Carolina dijo...

Nieves!!!
Sí, he tardado, pero joer, es que tengo tanto trabajo y tan poco tiempo... qué ganas de que termine el verano, por los Kami!
Bueno, sí, voy a "cargarme" a Kasumi, y me da pena, fíjate tú...aunque le daré una muerte honorable.
Yo también tengo ganas de hablar contigo con calma, ya llegará el momento y hasta desearás no haberme conocido, jajajaja.
Gracias siempre, siempre, por tus ánimos y apoyo.
Te quiero mucho, mucho, besazooooooooooooos, mi reina!!!!