O-KAERI NASAI

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martes, 30 de noviembre de 2010

RAN. Capítulo XXXVII "HÔGAKU" 法学 La Ley de los Hombres


Inu o utsu
Ishi no sate nashi
Fuyu no tsuki

Ni una mala piedra
Que tirarle al perro
Luna de invierno


Hasta los árboles
Sienten vergüenza
En Nagasaki



Los hombres miraron a Hosokawa asombrados y después se miraron los unos a los otros. Realmente no esperaban que las cosas resultaran tan fáciles, muy al contrario. Todos estaban convencidos de que serían necesarias largas conversaciones para llegar a un acuerdo, y sin embargo, el traidor les era entregado sin mas. Mudas preguntas se adivinaban en los ojos de los hombres de Ashikaga. El traidor había servido al señor Hosokawa y esperaban una resistencia a la entrega, así que no podían dar crédito a las palabras del guerrero. Hosokawa percibió la inquietud y el asombro y se dirigió al gobernador del país.
-Señor, el traidor es vuestro -empezó a explicar con una inclinación de cabeza en señal de respeto-. No os asombréis de mi decisión, no es producto del instante, sino que ha sido largamente meditada. No deseo tener más tratos con Kasumi, mi sentido del honor me lo impide y la deslealtad a un clan debe ser castigada.
Raion, Taro, Nakamura y Takeshi aguardaban impacientes la respuesta del shogún.
-Hosokawa, no dudo de que tu sentido del honor es muy elevado y así lo siento pese a haberte enfrentado a mí, a Yanama, y a todos los clanes importantes del país -ambos hombres sostuvieron firmemente sus miradas, desafiándose-. No tengo más remedio, y es mi obligación, que llevarme al Hijo de la Niebla y someterlo a la Ley de los hombres en un juicio justo. Después, que comparezca ante la Ley de los dioses.
-Sea, es su destino. Marchaos y cumplid con la justicia. Tenemos una guerra que continuar.
Ashikaga respondió con otra inclinación de cabeza en señal de respeto como la que Hosokawa le había regalado anteriormente.
-Espero que no por mucho tiempo.
Salió de la habitación encaminando sus pasos hacia el exterior de la Casa de la Paz Eterna seguido de sus hombres.

En el campamento las mujeres acabaron de celebrar la ceremonia shintoísta con gran alegría. Sus muertos descansarían en paz, alumbrados por el camino a Eien, la Eternidad, que ellas les habían construído con sus oraciones. La vida continuaba, un poco más triste por los que se fueron y esa tristeza era también por ellas mismas, que jamás volverían a ver los rostros de los amigos queridos; el viejo general Kazuo, los valientes Hiroshi y Tetsu, caídos en la primera batalla...todos serían recordados y venerados como nuevos dioses en el olimpo de los Kami. Tan abstraídas estaban en sus pensamientos que fueron tomadas por sorpresa por una avanzada del clan Uesugi, un clan independiente a los demás pero contrario al shogún. Akisada, su líder, reconoció al instante a La Flor de Oriente, la concubina del gobernador, y una ligera e irónica sonrisa asomó a su rostro. Quizás, si la llevaba consigo podría adquirir alguna ventaja en su posición frente a los demás clanes. El shogún daría su vida por ella, estaba convencido. Los hombres del clan rodearon en un instante a las mujeres y a los hombres que las protegían, en un círculo cerrado que les impedía toda escapatoria. Hanako estaba asustada y se aproximó en un abrazo protector a Bara y Hoshi. Parecía que la mala fortuna las acompañaría siempre, no dejándolas ni un respiro. Los soldados fueron maniatados y dejados a su suerte, mientras que las mujeres fueron obligadas a montar a los caballos, cada una con un soldado del clan, para tenerlas bajo control. Akisada se enfrentó a la mirada retadora de Hanako y se acercó a la mujer. Levantó su mano y acarició su cara..."hermosa", pensó, mientras la Flor se apartaba de su mano con un movimiento brusco de cabeza. El señor Uesugi lanzó una sonora carcajada...sería muy interesante compartir viaje con aquella brava muchacha.






Takeshi observaba a Kasumi a lomos de su montura. El hombre no levantaba la mirada del cuello del animal. Sufría por su destino, estaba seguro de ello. Su general, Kazahaya, no dejaba de gimotear. Menudos hombres ruines con quienes debían cargar y a quienes debían juzgar. Sintió la mirada de Taro y giró la cabeza para saber lo que le quería transmitir. Los ojos rasgados del general eran dos oscuras líneas que apenas se dejaban asomar por debajo del kabuto, pero Takeshi comprendió y asintió con la cabeza. Aquello era necesario, no podían permitir que esos hombres desleales camparan a sus anchas sin recibir un justo castigo a su traición. Lo único que podían hacer era juzgarlos y darles la oportunidad de arrepentirse, aunque fueran condenados a muerte. La reconciliación con el clan les estaría permitida, pero no así seguir viviendo. La decisión estaba tomada, aunque no por ello Takeshi se sentía a gusto.
Sus pensamientos le hicieron olvidar que ya estaban próximos al campamento donde dejaron a las mujeres, cuando un extraño presentimiento asaltó su mente. La Flor...no se encontraba allí, no podía percibir su aroma. Taro y Nakamura lo miraron con un brillo de alerta en sus ojos, algo no encajaba en el campamento. Ashikaga dio la vuelta a su caballo y se enfrentó a sus hombres...
-Las mujeres han desaparecido...por todos los Kami...



HÔGAKU  法学 : Ley.
EIEN : Eternidad.
KAMI : Dioses shintoístas.
UESUGI :  (上杉氏 Uesugi-shi) fue un clan samurai japonés descendiente del clan Fujiwara y especialmente destacado por el poder que tuvieron sus miembros durante los períodos Muromachi y Sengoku (aproximadamadamente durante los siglos XIV al XVII).
KABUTO : Casco protector.


Haikus:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Vicente Haya.
Carma Carpentero. Haikus para Maiko III.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

jueves, 18 de noviembre de 2010

RAN. Capítulo XXXVI. "TAIFÛ" 台風 El Ojo del Tifón.




Mikazuki no
Hikari o chirasu
Nowaki kana

Barre la luz
De la luna creciente
El vendaval


Doblan su tallo
Los capullos marchitos
Bajo la nieve






Las noches transcurrían silenciosas, al igual que los días. Los hombres de Ashikaga decidieron atravesar los territorios de Hosokawa, junto a Raion Kenji, el cual deseaba poner fin a la lucha que destrozaba a su pueblo buscando al traidor, buscando un final digno, cansado de esperar  a que los acontecimientos decidieran por él y por su pueblo. Las cosas se ponían difíciles. Atravesar territorio hostil les enfrentaría a un reto sobrehumano: no podían prever qué pensaba el enemigo, ni cómo actuaría, pero era necesario llegar hasta él. Al esfuerzo mental se añadía el esfuerzo por superar al tifón que empezaba a asolar al país; nadie esperaba un nuevo enemigo proveniente de la Naturaleza, un inesperado adversario que rugía con fuerza, arrasando todo cuanto se hallaba en su camino, dificultando el tránsito por el bosque. Una tormenta salvaje que amenazaba con destruir hasta sus más firmes convicciones atrapaba a todo ser viviente hasta aniquilar su esencia, arrastrando todo a su paso.
Los hombres soportaban la furia del viento, temblando bajo sus armaduras, entrecerrando los ojos bajo el azote del violento temporal
El León observaba con ojos entrecerrados por el frío a sus hombres. Sentía admiración por ellos y por los hombres del gobernador. Juntos podrían terminar con aquella salvaje guerra civil que estaba diezmando a la población y dejaba que el caos y la miseria se instalaran en cada corazón del pueblo japonés. Sólo una cosa tenía en mente: dar caza al traidor Kasumi y restablecer el orden, deseando justicia y buscando un entendimiento entre los diferentes clanes...si ello fuera posible. Los deseos de poder de Yanama y Hosokawa dificultarían esa tarea, pero todo es posible si dos corazones buscan llegar a un acuerdo. Se subió aún más el cuello de su ropa interior para resguardarse del frío viento y dejó que su mente le guiara hacia tiempos más cálidos.

Una flecha furtiva que sobrepasó las cabezas clavándose en un árbol cercano,  provocó que la comitiva se detuviera en segundos. Todos miraban asustados en la dirección desde donde provenía el arma, los caballos alterados se movían en círculos, relichando y resoplando. Kamikaze, el caballo de Takeshi, se alzó sobre sus cuartos traseros pateando con furia el aire, deseando destrozar al atrevido que ponía en peligro sus vidas. Del espeso follaje del bosque aparecieron diez soldados con el emblema del clan Hosokawa.
El que parecía el líder del grupo se adelantó a los demás, la mano enfrentada en un saludo improvisado, intuyendo las intenciones de los recién llegados, esperándolos como si supieran que se acercarían a territorio enemigo.
-Saludos, gobernador, esperábamos vuestra llegada...
Ashikaga intercambió miradas de suspicacia con sus hombres, asombrado por el recibimiento.
-Saludos...¿cómo sabíais de nuestra llegada?
-Mi señor Hosokawa no es indiferente a los acontecimientos y...sabe qué andáis buscando.
-Pues llevádnos cuanto antes ante vuestro señor.
El líder inclinó la cabeza a modo de reconocimiento y con una sola mirada invitó al grupo a seguirlo. Pronto estuvieron ante la Casa de la La Paz Eterna, grande y resplandeciente, como el señor que la gobernaba. Un innumerable grupo de servidores salieron a recibir a los recien llegados, con amabilidad y respeto. Takeshi indicó a Taro que no dejara que le desprendieran de su katana, no fuera que la traición se escondiera tras aquellos muros. "Seguimos estando en territorio enemigo", le transmitió apoyando su mano en Jigoku, su fiel espada.
Kenji asintió también con la cabeza, advirtiendo que debían permanecer en alerta. Sus ojos absorvían ávidos todo cuanto acontecía en la fortaleza, y más allá de ella. Los soldados vigilantes, las armas de que disponían, el número de hombres y mujeres que vivían y se relacionaban...todo era asimilado como información, hasta el más mínimo detalle.
Los hombres fueron conducidos hasta la entrada principal, donde se les indicó que abandonaran sus monturas. Kamikaze protestó y su dueño le susurró silencio, y que aguardara sus órdenes. El animal piafó y asintió con la cabeza. Desde luego que esperaría, Takeshi estaba seguro de ello.



Ashikaga y los demás hombres esperaban nerviosos en el gran salón de la casa Hosokawa. Raion, El León, era el más escéptico de ellos...no esperaba tanta cordialidad, a no ser que realmente Hosokawa tuviera un objetivo respetable, como entregar al traidor Kasumi. Lo que no suponían era que, a pocos metros del salón, se desarrollaba otra conversación de la que no tenían ningún conocimiento pero de la que formaban parte indispensable.

Hosokawa se hallaba en estado de trance...en su corazón hervía una furia tan intensa como la del tifón que azotaba las costas del país. Su rostro sin embargo, era una máscara de calma, como la que reina en el ojo del gran ciclón. El traidor se encontraba a dos pasos de él y sentía ganas de extraer su sable, borrar la estúpida sonrisa que se reflejaba en su boca y librar al mundo de una alimaña como aquella. Lo miró fijamente a los ojos, en silencio, esperando que hablara primero, reservándose el poder que se adueña de quien calla, creando un clima de intranquilidad en el contrincante que no sabe por donde empezar ni cómo convencer. Kasumi empezaba a sentirse incómodo, intranquilo; a pesar de su sonrisa planificada para demostrar que no sentía miedo, sí lo tenía, mucho miedo. Buscó al general Kazahaya para tranquilizarse y recuperar fuerzas, pero su compañero demostraba sentir pánico, reflejado en el temblor incontrolado de sus labios. No resultaba ser buena idea haber ido al encuentro del gran señor, ahora se daba cuenta pero era ya tarde para arrepentirse. Aspiró profundamente y decidió hablar.
-Mi señor, gran Hosokawa, acudo a tí para poner de nuevo mi espada a tu servicio -el daimyo lo observaba sin mover un solo músculo.- Señor, ya sé que en el pasado cometí muchos errores pero os he servido bien y deseo volver a hacerlo. Mi lucha es la vuestra.
El responsable de uno de los clanes más poderosos del Imperio continuaba imperturbable. El traidor pensaba deprisa, nervioso por el estado de tranquilidad en el que se hallaba el guerrero. Deseaba encontrar el argumento que convenciera al señor, pero las dudas empezaron a surgir de nuevo.
-Señor, por los dioses que rigen nuestro país, os soy totalmente sincero y sobre todo leal a...
-¡Basta! -estalló Hosokawa-, no tienes ni idea de lo que significa el término "lealtad" -Kazahaya temblaba incontroladamente, deseando tener en sus manos una buena garrafa de sake-. No solo eres un traidor a tu clan, sino que además tienes la desfachatez de volver a presentarte ante mí. Es cierto que me serviste en una ocasión, y una vez comprobado hasta dónde eres capaz de llegar, no quiero volver a tenerte entre mis hombres. Si fuiste capaz de vender a los tuyos, con más razón me venderás a mí también algún día.
Kasumi bajó la mirada aterrado...se había metido en la boca del lobo y ahora no encontraba la forma de salir de esa maldita situación. Intentó convencer al daimyo una vez más.
-Señor, os lo suplico, juraré lealtad por lo más sagrado, haré lo que me pidáis, dadme un período de prueba.
-No tientes más a la suerte, la diosa Un hace tiempo que te abandonó y yo voy a hacer lo mismo, entregándote a tu clan.
Kazahaya cayó al suelo de rodillas, incapaz de detener las lágrimas que resbalaban por sus mejillas. Sabía que aquello significaba la muerte y no la deseaba, de ninguna forma. El Hijo de la Niebla se arrodilló también y continuó suplicando. Pero Hosokawa ya no le escuchaba. Con paso firme se dirigió hacia la gran puerta que separaba la habitación del gran salón y dijo a los hombres que allí esperaban:
-Señores...el traidor es vuestro.



TAIFÛ  台風 : Tifón.
UN : Suerte (buena o mala fortuna).

Haikus:
Natsume Seibi (1748-1826). Traducción de José María Bermejo.
"Doblan su tallo". Mercedes Pérez -Kotori-. El reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

domingo, 17 de octubre de 2010

RAN. Capítulo XXXV. "SHINTÔ" 神道. Kami no Michi, El Camino de los Dioses.




Tombô ya
Toritsuki kaneshi
Kusa no ue

La libélula
Intenta en vano posarse
Sobre una brizna de hierba



Sobre la tumba
Germinan crisantemos
Lluvia de vida


 
 
 
 
 
Takeshi ajustó su kabuto dejando un espacio para mirar al horizonte. El casco protector le producía un dolor en las sienes y un aturdimiento semejante al zumbido de mil abejas en su cerebro. Todos parecían sentirse igual. Ashikaga se apoyó en la cabeza de su montura, mientras buscaba la mirada de Nakamura para sentirse fuerte, invencible. Taro se acercó a los jinetes intentando transmitir paciencia y tranquilidad. El grupo avanzaba silencioso, ganando terreno y aproximándose a los dominios de Raion, el León.
 
Pronto fueron interceptados por una patrulla de vigilancia...la misma que detuvo a Kasumi y Kazahaya días antes. La bienvenida no fue cordial pero sí pacífica. Los hombres de Raion sabían qué buscaba la comitiva del shogún y decidieron dejarles libertad de movimientos. Kenji, El León, sabía que aquellos soldados enemigos, aunque para él no lo fueran, buscaban al traidor Kasumi. Pues bien, él les daría lo que estaban buscando.
-Caballeros, sed bienvenidos a mi territorio. Creo que sé lo que os trae por aquí.
-Pues complácenos y entrega al traidor -Ashikaga se mostró nervioso. -No quiero poner a prueba tu lealtad, no me importa a quién sirves, sólo quiero tu colaboración. Me parece que tú también deseas que Kasumi pague por su atrevimiento.
Raion Kenji miró fijamente al shogún. Sus ojos revelaban la lealtad que sentía hacia el gobernador del Japón, pero a su vez demostraban abiertamente su desaprobación hacia su forma de conducir el Imperio, y sobre todo, hacia la conducta disipada que había llevado hasta el límite la paciencia de sus súbditos; el hombre a quien dirigía sus ojos oscuros era el orígen de todos los males que asolaban al país, y tenía el valor suficiente para transmitírselo con una mirada cargada de emociones y reproches. Ashikaga reconoció el valor del ji-samurái y comprendió sus sentimientos. Su posición ante aquel hombre era débil, aunque su rango en la jerarquía de poder fuera superior, muy superior. Se sintió tremendamente pequeño ante aquella muestra de valor y sinceridad, y su honor e intuición de guerrero le mostraron el camino a seguir.
-Siento mucho las circunstancias en que nos conocemos, Raion-san.-El shogún bajó la cabeza en señal de respeto y habló en voz grave y baja.- Mis respetos por vuestra decisión, sea la que debáis tomar.
-Mi señor, mis decisiones las tomaré teniendo en cuenta el bienestar de mis hombres y del país, eso por encima de mis propios intereses, que son más bien pocos, salvo recuperar mis tierras, mi vida y las de mi pueblo.
-No tengo la menor duda sobre ello, yo también deseo que este conflicto termine pronto y que todos recuperemos nuestras vidas. Y si debo renunciar a mi cargo en favor de mi hijo o de mi hermano, lo haré gustoso,-Ashikaga miró al cielo-, todo antes que esta ola de destrucción acabe con el Imperio, con el sentimiento y la tradición de un pueblo que ya ha sido esquilmado y vapuleado durante mucho tiempo.
-Sea pues,-respondió Kenji-, os diré dónde podréis encontrar al Hijo de la Niebla.

Kasumi decidió abandonar el campamento de Raion Kenji hacía dos días. Junto al general Kazahaya resolvieron volver a territorio Hosokawa y pedir clemencia al ilustre señor, a pesar de conocer los hostiles sentimientos del gran daimyo. Pero decidieron arriesgarse...nada tenían que perder y sí mucho que ganar, ¿o no?. Nada era seguro pero su situación resultaba muy precaria a esas alturas. Podrían negociar, aunque sin rehenes o algo valioso que aportar, la cosa resultaba harto difícil. Pero Kasumi tenía fe en sí mismo; nada resultaba más temible que un paria sin señor, con ambiciones y crueldad en su corazón para salirse con la suya y tener éxito en su empresa. Espoleando a sus caballos con fuerza, el traidor Kasumi acicateaba a su montura dispuesto a llegar cuanto antes a los dominios de Hosokawa.  Kazahaya, su general, le seguía manteniendo apenas las fuerzas, y echando de menos un par de garrafas de buen licor de sake.

Las primeras luces del alba iluminaron la figura de los dos jinetes que se aproximaban a la Casa de La Paz Eterna, la mansión-fortaleza del poderoso clan Hosokawa. Los arqueros samurái, los conocidos como "Yabusame", expertos en el tiro al arco a caballo, esperaban tras las puertas que aseguraban a la familia Hosokawa, prestos para defender al clan, en sus rostros la furia aletargada se correspondía con los gritos de guerra que aullaban hombres y animales, valientes los primeros y temerosos los segundos, no pudiendo comprender lo que ocurría tras los muros que los encerraban. Esa furia se silenció en cuanto asomó su figura Hosokawa Katsumoto, el líder, el señor supremo del territorio y uno de aquellos que osaron desafiar al shogún.
Katsumoto miró con ojos fieros a todo cuanto lo rodeaba, mujeres, niños, animales y plantas. Todo era objeto de su análisis y todo se memorizaba en su cerebro. Su mente funcionaba rápido y diseñaba nuevas estrategias y nuevos órdenes jerárquicos que acataran sus órdenes sin dudarlo y le condujeran al triunfo sobre Yanama y Ashikaga. Quería imponer un nuevo orden pero no lo tenía nada fácil, nada, más teniendo en cuenta que apoyaba al hermano del shogún para sucederle a éste, frente a los deseos de su suegro Yanama, más partidario del hijo del gobernador.
Pero sus sentimientos iban más allá. El sentido social de pertenencia a un colectivo del pueblo japonés le impedía saborear su hipotético triunfo. En lo más profundo de su alma percibía que era desleal a Yanama y al shogún, aunque "las cosas suceden por sí solas", sin intervención de la voluntad de los implicados. Así siente Japón, y así se le debe comprender, como un todo único y una sola forma de pensamiento. La guerra no acontece porque así se declara por una de las partes, sino que sucede por sí sola, por pura necesidad, y crece y se suceden los acontecimientos, marcados por la historia, su fuerza, tiempo y lugar. Por ello Hosokawa se sentía triste pero liberado...él no era responsable de la guerra civil que se desarrollaba en el seno del Imperio, ni su rival Yanama, si siquiera el shogún. Este razonamiento en el que todos se sienten implicados y, al mismo tiempo, liberados, es uno de los rasgos más identificativos de la cultura japonesa.
Por ello, sintió una amargura excesiva, que convulsionó su viejo corazón, al recibir la noticia de que Kasumi, El Hijo de la Niebla, se hallaba de vuelta en sus dominios. El traidor no conocía ese sentimiento de pertenencia a una colectividad y había demostrado ser una veleta que dirige su mirada hacia la senda que el viento marque en un determinado instante. Todo buen guerrero debe ser fiel a su clan, y asumir su condición de "hombre errante" como las olas del mar acuden a toda aquella playa que les da la bienvenida cuando dicho soldado pierde a su señor.
Kasumi lo tenía todo perdido. Hosokawa lo repudiaba, lo despreciaba profundamente. Las ambiciones de tan nefasto sujeto no se acordaban a las expectativas de ningún clan existente, todos sabios, todos honorables a pesar de las diferencias políticas. La traición a los miembros del grupo se paga muy cara, con la vida, y con la vida pagaría el innombrable, el desleal a su familia. Hosokawa ni siquiera contemplaba la posibilidad de que Kasumi siguiera viviendo bajo la condición de "ronin", el hombre ola que sirve solo a la justicia y vaga libre por el mundo. ¿A qué justicia serviría si desconoce el significado de la misma palabra?.

Las mujeres en el campamento pasaban ociosas las horas esperando el regreso de sus soldados. Hoshi aguardaba expectante el regreso de Taro, su corazón le indicaba que habrían sorpresas cuando volviera..."oh, por los Kami, que vuelva a mí", pensaba a cada segundo. Bara no era tan optimista; su intuición le mostraba un camino oscuro y difícil, no existía luz en su futuro pero confiaba en Nakamura. Pero Hanako era la más pesimista de todas. Pese a la tierna y enamorada despedida, aún vislumbraba nubes negras en el horizonte semejantes a cuervos que oscurecen el cielo azul de primavera.
Las tres mujeres decidieron celebrar una ceremonia sintoísta para recordar el alma de los difuntos en aquella guerra. Una forma de dar homenaje a los que dieron su vida por el Imperio, pertenecientes a un clan o al del rival, todos eran hijos de Japón.
Uno de los samuráis al cargo del campamento se ofreció como "sacerdote" para oficiar la ceremonia de homenaje a los fallecidos. Las mangas de su largo hábito blanco se enredaron momentáneamente con las ramas del sakaki, el árbol sagrado que agitó sobre las cabezas inclinadas de los asistentes a tan simbólica ceremonia. Las tablillas de madera, ordenadas alfabéticamente, con los nombres de los soldados muertos en combate; la primera de ellas, con la inscripción "Kazuo Miyaki no mikoto", el dios llamado Kazuo Miyaki,  elevaba a los altares divinos al recordado general. Y así todos fueron llorados, con ramas de sakaki que los presentes ofrecen a los difuntos y que simboliza su alma. Los vivos ofrecían presentes a sus muertos: sake, arroz, sal, agua, marisco, pescado seco, algas y verduras. La ceremonia terminaba con el ritual de juntar las manos y aplaudir tres veces, con lo cual se llama al fallecido a regresar a la unidad del núcleo familiar, a los amigos que lo amaron en vida y penetrar en sus corazones, manteniendo vivo el recuerdo de los momentos vividos.
Una vez finalizada la ceremonia, las mujeres recogieron las tablillas y las enterraron cerca del campamento. Una última oración acompañó a los seres queridos y del suelo fangoso se elevó un humo blanco apenas imperceptible. Hanako sintió una suave y perfumada presencia y algo le susurró al oído: "Ten fe, pequeña Flor...ten fe". Hanako se retiró a su tienda confortada y feliz.

Hosokawa Katsumoto quiso recibir al deslenguado traidor en ese mismo instante en que le fue comunicada su presencia en su territorio. Quería saber, conocer sus intenciones pero también deseaba adquirir nuevas pruebas de su traición y entregarlo al clan al que pertenecía, para que recibiera un justo castigo.
El daimyo esperaba con impaciencia...


SHINTÔ   : Sintoísmo, religión japonesa.

Nota de la autora Sintoísmo (del japonés Shinto (神道, shintō), a veces llamado shintoísmo, es el nombre de una religión nativa de Japón. Involucra la adoración de los kami o espíritus de la naturaleza. Algunos kami son muy locales y son conocidos como espíritus o genios de un lugar en particular, pero otros representan objetos naturales mayores y procesos, por ejemplo, Amaterasu, la diosa del Sol.

Actualmente el Sintoísmo constituye la segunda religión con mayor número de fieles de Japón tras el Budismo japonés.
El término Shinto se refiere a las actividades desarrolladas por los japoneses para venerar a todas las deidades del cielo y la tierra; su origen se remonta a los comienzos de Japón. Es considerada la religión originaria de Japón, un culto popular que puede describirse como una forma sofisticada de animismo naturalista con veneración a los antepasados, profundamente identificada con la cultura japonesa.

En un principio, esta religión étnica no tenía nombre; tras la introducción del budismo en Japón (durante el siglo VI), uno de las denominaciones que recibió fue Butsudo, que significa "la Vía del Buda". A fin de poder diferenciar el budismo de la religión nativa, ésta pronto llegó a ser conocida por el nombre de shinto. Este nombre, Shin-to, procede de una antigua palabra china que significa El camino de los Dioses. Los japoneses escogieron utilizar un nombre chino para su religión porque en ese tiempo (hace más de un milenio), el chino era la única lengua que tenía escritura en Japón, ya que este último pueblo no había desarrollado aún la escritura en su propio idioma. La frase que significa Shinto en japonés es Kami no michi.



Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Francisco Fernández Villalba.
Carma Carpentero: Haikus para Maiko IV.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

sábado, 18 de septiembre de 2010

RAN. Capítulo XXXIV: "YUKI" 雪. La Nieve Protectora.



Higoro nikuni
Karasu mo yuki no
Ashita kana

El cuervo horrible
¡Qué hermoso esta mañana
sobre la nieve!

Monte Fuji,
yo me desposo contigo,
visto de nieve.

 
 
Hanako y Bara estrenaban su recién nacida amistad entre risas y conversaciones a las que se unió Hoshi entusiasmada, después del recelo inicial que sintió hacia La Rosa. Todas sus preocupaciones se desvanecieron en cuanto los pensamientos y sentimientos de Bara lograron crear un clima de confianza entre las tres mujeres. La guerra provocaba cambios inesperados, alianzas impensables y extraños compañeros de vida. Las risas de las mujeres confortaban los corazones de los soldados en todos los rincones del campamento mientras seguían con sus vidas y planificaban la nueva estrategia a seguir. Los hombres se hallaban reunidos en la tienda principal, el centro de operaciones y toma de decisiones del shogún Ashikaga. Hanako abandonó a las mujeres para ofrecerles té a los combatientes. La ceremonia, el chanoyu, les ayudaría a relajarse y a confiar en sus decisiones. La Flor lo dispuso todo en la tienda para calentar el agua que serviría a las hojas de la planta tradicional para la infusión. Se arrodilló en el suelo con elegancia, como una flor que cae abatida por el viento y luego se irguió con la espalda muy recta, con la dignidad propia de las mujeres educadas en las tradiciones, y se preparó para iniciar la ceremonia...
 
Raion Kenji escuchaba con verdadero interés las palabras de Kasumi. El Hijo de la Niebla era todo un consumado experto en el arte de la oratoria...pero a él no le convencían sus palabras. Dejó de pensar en lo cínico que le sonaban sus argumentos para volver a centrar su atención en lo que decía el traidor:
 
-Amigo, -suspiró Kasumi-, debemos reunir a tus hombres y dirigirnos a territorio Hosokawa. La guerra debe continuar, debemos aplastar a Yanama y al shogún.
El León alzó los ojos al cielo, como buscando ayuda para que sus palabras hicieran entrar en razón a aquel zoquete sanguinario, y respondió con furia:
-Hosokawa no desea volver a tener tratos contigo, y yo tampoco. No sabes lo que dices y no mides tus palabras. Mi señor desea más poder, eso es cierto, pero yo no. Yo sólo deseo que esta guerra termine cuanto antes, volver con mis hombres a nuestras casas y nuestros trabajos. No cuentes conmigo para iniciar otra batalla.
-Tú no tienes coraje, Kenji, no quieres luchar porque le tienes miedo al poder, -respondió Kasumi.
-Lo que tú no tienes es honor, Hijo de la Niebla, no tienes decencia. Te vendiste a un clan traicionándo a los tuyos por ese poder. Esa palabra me da miedo, es cierto, porque es una palabra que enfrenta a los hombres y provoca su destrucción. No quiero poder, sólo quiero que mi pueblo viva.
-Eres un cobarde...
-No, Kasumi, el cobarde eres tú y los que te siguen, -Kazahaya bajó la mirada, asustado-. Quiero que te marches y no vuelvas a mis tierras.
-Organizaré un nuevo ejército y acabaré con todos vosotros.
-Pues que los dioses te ayuden, porque ni yo ni Hosokawa moveremos un dedo por tí.
 
Bara se retiró hacía ya unas horas, necesitaba un descanso por las emociones experimentadas a lo largo de la semana. Desde que Nakamura la hiciera su prisionera, no había vuelto a encontrarse con él y lo echaba de menos..."Yoshimi...ai shiteru", murmuró suavemente.
-Ai shiteru, amada...,-respondió Nakamura Yoshimi entrando en la tienda que cobijaba a Bara.
La Rosa sintió un espasmo de placer y vergüenza, de timidez y alegría y su rostro se ruborizó, hasta un límite en que pensó que su piel haría arder la seda de su kimono.
-Nakamura-san...has venido, -Bara habló en voz muy baja.
-Debía verte, necesitaba verte.
-¿Por qué?. No soy más que una prisionera.
-Eres más, mucho más, Bara...eres mi vida, y si aún no lo has entendido, vengo a explicártelo.
-Lo cierto es que no entiendo nada, hace mucho tiempo que ando perdida y no sé qué explicaciones vas a darme.
Nakamura se aproximó a la mujer. Alzó su mano para apartarle un mechón de negro cabello que caía sobre su cara, y Bara tembló al sentir el roce de sus dedos en su piel. Lo miró a los ojos, fieros, rasgados y oscuros del samurai, cubrió con su mano la mano de Nakamura y la llevó a sus labios. Besó cada uno de sus dedos, incitándolo a un nuevo encuentro, y los llevó hacia uno de sus pechos, preparados para la caricia. Nakamura Yoshimi cerró los ojos, para percibir con más fuerza el tacto de seda de la piel de Bara, y tocó lo que se le ofrecía, con ternura y violencia a la vez, mientras Bara se apretaba a su cuerpo, con fiereza y lujuria, caderas contra caderas, en un baile antiguo que no dejaba nada a la imaginación. El soldado la besó con ansia, devorando su esencia, absorviendo su aliento, fundiéndose en ella. La desnudó lentamente, siguiendo el rastro, el perfume a rosas que se desprendía bajo cada centímetro de piel expuesta. Las manos volaban sin posibilidad de retorno, conociendo el valle de los pliegues de sus cuerpos, ahondando en sus intimidades, besando cada marca, cada cicatriz del cuerpo y del alma.
Nakamura guió el cuerpo de La Rosa hacia el horizonte cómodo y la besó de nuevo, recogiéndole el cabello en alto, estirándolo entre sus dedos, acariciando su cuello...
-Ai shiteru, Bara, mi amor...
-Amor, tomodachi, ai shiteru, no me dejes, no ahora.
-Jamás, Bara, jamás...
El samurái la continuó acariciando, lamiendo su cuerpo, queriendo conocerlo todo, hasta lo desconocido para la mujer. Llevó hasta el límite sus ganas de saber, su deseo, con sus manos, con todo su ser, hasta introducirse en el cuerpo perfumado con rosas que perdía el aliento entre sus brazos. Bara gimió de placer ante la invasión, toda ella estalló como un globo al que se le ha dado demasiado aire, demasiada pasión. Abrazó al samurái con sus brazos y piernas, envolviéndolo con sus suaves caderas, mientras recogía los últimos temblores de placer del soldado...y dió gracias a los dioses por un nuevo momento de felicidad en su solitaria vida.
 
 
 
 
Ashikaga miraba con el ceño fruncido a Takeshi.
-¿Dónde se habrá escondido el traidor?
El shogún daba vueltas inquietas sobre el plano de la región, marcado con las posiciones de sus ejércitos.
-Creo que se habrá dirigido hacia los dominios de Hosokawa, -dedujo Takeshi-, es lo lógico, teniendo en cuenta su antigua alianza con el clan.
Mientras los hombres conversaban, Takeshi no podía apartar sus ojos de la concubina, quien continuaba con la ceremonia del té, preparando la bebida tradicional, junto a una botella de sake para animar las almas abatidas...Hanako apartó las mangas de su kimono para dejar al descubierto sus muñecas y comenzó con el ritual. La danza de sus manos invitaba a beber, a saborear el té. El Wabi* comenzaba con espiritualidad, con una emoción que se apoderaba de sus manos y de su mente. De repente, fue consciente de la mirada de Takeshi, de sus ojos sobre sus manos y su cara...y le ofreció un Ichi-go, Ichi-e, un encuentro a través del té que jamás se volvería a repetir. El aire cortado por las manos de Hanako llegó como aire puro a Takeshi y éste reconoció el amor que la concubina le transmitía junto con el aroma del té... Ashikaga, tuvo que interrumpir sus pensamientos y devolverlo al presente.
-Takeshi...¿estás con nosotros?
El samurái volvió a la realidad sin dejar de mirar a Hanako, suspiró y absorvió los aromas del té y del amor prendido en el aire.
-Sí, mi señor, estoy con vosotros y sé dónde puede hallarse el traidor Kasumi.
El shogún aspiró a su vez el olor del té y preguntó:
-¿Dónde crees que está, amigo mío?. Cuéntanos qué es lo que sabes.
-Bien, creo que siendo leal, a su manera, a Hosokawa, habrá pedido ayuda a alguno de sus hombres, a algún proscrito que vive su vida en los montes, un ashigaru sin nada que perder. Podríamos intentar buscarlo en la guarida de Raion Kenji, para empezar. Es uno de los más fieles aliados contrarios al clan Yanama.
-No estoy muy seguro,-respondió Ashikaga con el ceño fruncido-. No estoy nada seguro.
-Pero podemos probar, mi señor, -Taro intervino-. Es muy probable que se encuentre en su campamento.
El gobernador de Japón meditó unos instantes y, mirando a los ojos de los hombres, respondió:
-Bien, estudiemos el campamento de Raíon, y decidamos cómo actuar.
Los soldados se relajaron tomando vasos de té y Takeshi volvió a soñar con el aroma de la hierba y el perfume de Hanako...
 
Acababa de recoger todos los preparativos del té y sabía que los hombres preparaban una nueva incursión. Alejarse una vez más de Takeshi le suponía un dolor inmenso. Resolvió reunirse con Bara y Hoshi para compartir su pena, pero Bara estaba en la tienda de Nakamura, resolviendo sus problemas, para bien, deseaba, y Hoshi estaba con Taro, despidiéndose a su manera, bravo por su amiga.
Pero se sentía tan sola...terminó de recoger los instrumentos del chanoyu y se dirigió a las tiendas de las mujeres. A mitad del camino sintió un fuerte brazo agarrándola por la espalda y obligándola a entrar en una de las tiendas de los soldados.
Se encontró cara a cara con Takeshi y su voz se volvió un murmullo:
-Amor, qué...
-Shhh, calla, mi vida, quiero despedirme de tí, y dejar mi aroma en tu cuerpo como tú has dejado el tuyo en mí...esta tarde, con la ceremonia, con la caída de los primeros seppen...
-Takeshi, yo...quiero tu olor, para mí, para que me acompañe en la eternidad.
El samurái la obligó a pegarse a su cuerpo, la doblegó y besó sus labios. Aspiró su aroma deseado y se despidió de su Flor.
La misión encomendada le pareció un juego de niños, tenía el sabor y el olor de su amada en los labios.
 
 
YUKI 雪 : Nieve.
SEPPEN 切片 : Copo de nieve.
"AI SHITERU" : "Te amo".
TOMODACHI : Amigo.
WABI : Celebración de la ceremonia del té con humildad.
ICHI-GO, ICHI-E : Literalmente, "un encuentro", "una oportunidad", algo que se debe atesorar pues no volverá a repetirse jamás. 
 
 
Kaikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de José María Bermejo.
Carma Carpentero. "Haikus para Maiko". Gracias Carma, por inspirarte en mí.
 
Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

viernes, 20 de agosto de 2010

RAN. Capítulo XXXIII. "RAION" ライオン. La Ley del León


Hi kuremu to shite
Mata yuki no
Furisomuru

A punto de oscurecerse el día
Otra vez
Comienza a nevar

Sobre el musgo
Con el color de lo que muere
Flores de camelia



Raion Kenji preparaba las brasas, el fuego para cocinar el sustento de sus hombres. Le gustaba hacerlo él mismo, cuidar a los suyos, su familia, aquellos que lo acompañaban y luchaban junto a él desde que Ônin, la gran guerra, La Destructora, se adueñó de sus vidas, de sus trabajos, de sus sentimientos y de sus familias. Aquella mañana estaba resultando ser muy tranquila y apacible. Las nubes de tormenta hacía tiempo que se habían disipado para dar lugar a sus hermanas, las nubes de nieve que pronto dejarían escapar su blanco lamento. Kenji removía el fuego sin cesar y pensaba en aquellos tiempos que ahora se le antojaban lejanos, cuando apenas hacía unos meses que la guerra comenzó, tiempos en los que labraba la tierra al servicio de su señor Hosokawa. Él no entendía de disputas sobre una herencia familiar. Por lo que sabía, aquella barbaridad que enfrentaba a hermanos, hijos de un mismo Imperio, no era más que el fruto de la ambición de dos clanes. Por todos los dioses, era absurdo luchar por una cuestión de sucesión al trono del crisantemo. Aunque Kenji no era tonto. Sabía que aquello no era más que una excusa para que los grandes señores adquirieran más fuerza, más poder, más riquezas...mientras el pueblo se moría de hambre y desaparecía en una lucha sin sentido.
Kenji era leal a su señor Hosokawa, pero haría lo que considerara justo, no interferiría entre los dos clanes y le daba igual que ganara uno que otro. Sólo quería salvar a su pueblo del caos y la miseria.
Kenji, El León, era un hombre inteligente, aunque ni él mismo fuera consciente de ello.
-¡Raion!, ¡amigo!, se acerca un jinete, los vigías nos han transmitido su posición.-Keiko, el campesino más leal al León venía inspirando ante la falta de aire.
Kenji detuvo su alocada carrera cogiéndole de un hombro, lo cual lo hizo tropezar y casi caer al suelo.
-¡Dioses!, ¿es que quieres que muramos de un ataque al corazón, aún antes de presentar batalla?
-No, mi señor, de veras, no mi señor, yo solo...
-Cállate, por los dragones que infectan a tu pobre familia, y dime quién es el jinete.
-Los vigías no lo reconocen, Raion, la distancia y su aspecto no dan pistas para averiguar su identidad.
-¿Tan asqueroso está que resulta irreconocible? Por los Kami que esto me empieza a producir dolor de cabeza...
-Señor, conozco un remedio de mi abuela, que fue heredado por su tatarabuela, que a su vez proviene de las ramas antiguas de la familia...
-Calla, Keiko, calla, ¿o deseas saborear el tacto de la katana de mis antepasados? Mi tatarabuelo estaría encantado de presentar sus respetos a tu encantadora tatarabuela y a su receta de elixires mágicos a través de mi espada. Coge tu caballo, ve a buscar al jinete y díles a Shiu y Shigu que te acompañen.
-Ohhh, ¿me tengo que llevar a esos dos?. No soporto a esos tipos.
-Son mis mejores hombres, Keiko, y estoy perdiendo la poca paciencia que tengo.
-Bien, señor, está bien, voy por ellos...malditos sean los...
-¿Decías algo, Keiko?
-No, mi señor, no, que ya voy, que malditos sean los pies que no obedecen rápido a vuestras órdenes.
Raion miró al hombrecillo que corría y sonrió. ¿Quién sería el misterioso jinete que acudía a su campamento, arriesgándose a atravesar el bosque lleno de peligros? La guerra era imprevista, todo quedaba al azar y a las decisiones de los grandes clanes. Bien, pronto averiguaría de quién se trataba y qué intenciones ocultaba tras su inesperada visita.

Keiko se aproximó al roble más alto del grupo de cuatro que crecían unos junto a otros. Agarrándose a las ramas más bajas trepó con habilidad hasta alcanzar la copa en pocos segundos. Echó un vistazo al horizonte y soltó una maldición.
Shiu percibió que algo no andaba bien.
-¿Qué ves, Keiko?. ¿Ocurre algo malo?
Keiko volvió a maldecir y bajó deprisa de las alturas.
-No se trata de un jinete. Son dos, sobre el mismo caballo. Por eso los vigías creyeron que se trataba de un solo hombre.
-Bien, nosotros somos tres, -intervino Shigu- si se ponen "tontos" podremos reducirlos en un abrir y cerrar de ojos.
-Conmigo no cuentes. -Keiko estaba nervioso- Yo soy un hombre de paz.
-Un cobarde, eso es lo que eres. Vayamos a buscarlos de una vez.
Los campesinos desenfundaron sus espadas y se aproximaron cautelosamente al caballo que renqueaba a causa del esfuerzo de horas de caminata sosteniendo a los dos soldados y sus pesadas armaduras. Shiu hizo una señal a Shigu a fin de rodear el perímetro y lanzarse uno por cada lado del animal. Keiko se armó de valor y decidió aproximarse por detrás, para intentar cortarles la retirada si decidían huir. Shiu bajó la cabeza indicando el inicio de la acción. Los tres se abalanzaron sobre el caballo y éste relinchó de puro miedo alzándose sobre sus cuartos traseros, provocando la caída de los dos soldados al suelo.
-Por todos los dioses... -dejó escapar Kasumi quien se encontró con la afilada punta de la katana de Shiu rozándole el cuello.
-No me matéis, ay, por favor, -suplicaba Kazahaya a quien Shigu tenía contra el suelo.
Keiko sonreía satisfecho. Se acercó envalentonado a los que yacían en tierra y les escupió a la cara.
-¿Quiénes sois y qué buscáis en los dominios del León?
Kasumi intentaba alejar su cuello de la katana, recordando la pesadilla sufrida en La Estancia de las Mil Rosas.
-Soy samurái al servicio del clan Hosokawa. Raion me conoce, somos amigos. Por favor, llevádme ante él.
-Amigos, amigos...¿cómo sé yo que es eso cierto?
-Sólo llévame ante él y lo comprobarás, es así de sencillo.
Keiko accedió, qué remedio le quedaba.
-Bien, "amigos", -lo dijo en tono sarcástico-. Acompañadnos pues a la guarida del León.

Bara permanecía en la tienda de Nakamura bajo su nuevo estatus de prisionera. Estaba dolida físicamente. Aunque ahora la habían liberado de sus ataduras, le dolía todo el cuerpo. Pero sobre todo le dolía el corazón, incluso el alma. Se sentía ridícula, estúpida y sobre todo...enamorada. Sí, amaba a ese samurái que la había traicionado con sus tiernas palabras de amor, sus caricias, sus besos...¡dioses!, no podía dejar de pensar en él a pesar de todo. "Nakamura, mi vida, ¿por qué me has hecho esto?. Es tu venganza por no darme cuenta antes de este sentimiento que ahora me está matando. Es un castigo a mi desprecio hacia tí. Perdóname, mi amor, yo no sabía que podía llegar a quererte tanto". Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la aparición de Hanako en la tienda. Bara se preguntaba qué es lo que quería aquella mujer a quien retuvo también como prisionera. Seguro, burlarse de ella.
La Flor de Oriente se aproximó a La Rosa de Kyoto y se miraron a los ojos durante unos minutos, evaluándose, intentando comprender los sentimientos y pensamientos de cada una.
-¿Qué quieres, Hanako?. Supongo que has venido a ver mi humillación, qué gran satisfacción para tí.
-No, Bara, no vengo a reirme de tí. Vengo a darte argumentos para continuar luchando. Vengo a aliviar tu sufrimiento, pues yo sé lo que sientes.
-¿Ah sí?. ¿Y qué se supone qué siento según tú?. ¿Y cómo sabes que siento algo?. Si en algo me he caracterizado en esta vida es de no sentir nada, salvo el amor que yo creía tener hacia Takeshi, un espejismo al que me aferré para no perder la cordura.
-Sientes amor, Bara. Lo sientes al igual que yo -Hanako tomó las manos de La Rosa entre las suyas-. Somos mujeres. Nuestra intuición natural nos inclina a la visión de cosas invisibles para los hombres. Sé que eres capaz de amar y que quieres a ese soldado de largos y negros cabellos, tan apuesto...-Bara sonreía.
-Aciertas, Hanako, eres muy perceptiva. Pero Nakamura no me ama, mira en qué situación me ha colocado. Aunque algo muy dentro de mí, algo, me dice que existe un motivo, pues si creyera que sus caricias fueron fingidas solo para atraparme, eso significaría que amo a un monstruo sin sentimientos.
-Por eso he venido a verte. Nakamura te ama, tanto, que prefiere tenerte como prisionera bajo su protección a que estés libre y alguien te haga daño por tu relación con Kasumi.
-¿Es eso cierto?. Por todos los dioses, no me consueles con estas palabras si no son verdad.
-Es cierto, Bara, lo es.
-Pero yo debo rendir cuentas por mis tratos con el Hijo de la Niebla, debo pagar por ello.
-Bara, tú no tienes la culpa de cobijar bajo tu techo a un traidor. Tu casa era territorio neutral, allí acudían gentes de todos los bandos, de todos los clanes.
-¿Crees que el shogún será benevolente conmigo por eso?. No lo creo, Hanako.
-Lo conozco y sé que lo será. Yo hablaré en tu favor y Nakamura también lo hará. Ashikaga conoce perfectamente los sentimientos que Nakamura te profesa. Es uno de sus mejores generales y amigos. Creéme, no dejará que Nakamura sufra por tí.
-Gracias Hanako, has aliviado la tortura que sufre mi alma. ¿Por qué haces esto por mí?.
-Porque debemos parar esta guerra. Porque somos hijos de un mismo Imperio que se desmorona. Debemos reconciliarnos todos cuanto antes o seremos destruídos por un odio irracional entre hermanos. Esta guerra civil ya está costando muchas vidas, demasiadas como para que perdamos las nuestras siendo infelices. Nos debemos a nosotros mismos y a nuestra gente. Como concubina del shogún nunca permanecí ociosa y me preocupé por la llamada del pueblo, aunque Ashikaga no la escuchó hasta que fue tarde. Ahora nos matamos entre nosotros, por una cuestión de poderes entre clanes, de ambiciones y ansias de tener más terrenos, más influencia en el gobierno de Japón. Yanama y Hosokawa están condenados a entenderse tarde o temprano, pues saben que la guerra también acabará destruyéndolos a ellos. Este es un primer paso, Bara, una reconciliación entre tú y yo. Luchemos juntas por el bien de nuestro pueblo.
-Hanako, amiga...
Las mujeres se fundieron en un abrazo intenso, vibrante, pleno de una fuerza inusitada y arrolladora. Nakamura y Takeshi fueron testigos de ello. Permanecían ocultos vigilando la escena, pues ninguno de ellos deseaba que las mujeres se entrevistaran a solas. Ambos samuráis se miraron a los ojos y comprendieron que aquella era la solución: la fuerza, la inteligencia y el deseo de las mujeres contribuirían a dar solución a una guerra en la que los hombres sólo comprendían el sonido de las armas. No es que los hombres no fueran lo suficientemente inteligentes como para buscar y encontrar los argumentos necesarios para acabar la contienda. Pero las mujeres podrían aportar su punto de vista y su intuición para alcanzar un acuerdo cuanto antes. De eso estaban completamente seguros.

Raion Kenji no daba crédito a lo que sus ojos informaban a su cerebro. El maldito Kasumi estaba frente a él junto a su general de confianza. Los hombres más despreciables que había tenido el disgusto de conocer. Si Kasumi creía que El León le daría cobijo por haber servido a su señor Hosokawa, lo llevaba muy mal. Hosokawa también sentía desprecio hacia el traidor, aunque hubiera aceptado sus servicios por la causa que defendían. Pero uno no podía fiarse de ese sujeto. Le permitiría quedarse en sus dominios únicamente para conocer sus intenciones. Después El León decidiría y juzgaría...según su propia ley.

RAION  ライオン : León.

Haikus:
Kato Gyôdai (1732-1792). Traducción de Vicente Haya.
"Sobre el musgo". Mercedes Pérez Collado -Kotori-, El Reflejo de Uzume.


Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

jueves, 5 de agosto de 2010

RAN. Capítulo XXXII. "TORA" 虎. El Rugido del Tigre



Tabibito to
Waga-na yobaren
Hatshushigure

Me llamarán por el nombre
De caminante
Tempranas lluvias de invierno


El sol del invierno se asomó tímidamente apartando con sus débiles rayos las pocas nubes de tormenta que aún dominaban el cielo. Kasumi detuvo su marcha para descansar y planificar su nueva estrategia. Pronto empezarían a buscarlo si no lo estaban haciendo ya. Resolvió dirigirse sin dilación al campamento de Raion Kenji, "El León Sano", un hombretón forjado en mil batallas, líder de un grupo rebelde de campesinos ashigaru aliados al clan Hosokawa, bajo cuya influencia creía poder hallar cobijo, o al menos eso era lo que el traidor esperaba, debido a su antigua alianza con dicho clan. Únicamente esperaba que su lugarteniente, Kazahaya, hubiera podido escapar al igual que él, de los hombres de Ashikaga. Necesitaba a ese viejo cobarde, para idear un nuevo plan de ataque y para jugar nuevas partidas de Go, lo único que echaba de menos de la compañía de ese estúpido cabrón. Y pensaría cómo librarse, definitivamente, de ese incordio de soldado llamado Takeshi.

Nakamura se sentía el hombre más afortunado del mundo. Un, la suerte, estaba de su lado y tenía entre sus brazos a la mujer que amaba. Se tocó la cara, se sintió cansado y pensó en la traición que estaba a punto de cometer. Se le partía el alma únicamente al pensarlo, mirando a Bara que aún continuaba profundamente dormida. La había deseado toda su vida, aunque no fuera consciente de ese sentimiento al jugar con la niña que ahora yacía junto a él, la mujer que ahora pegaba su cuerpo al suyo, que lo había amado como jamás lo hizo nadie. Una lágrima escapó de sus ojos rasgados y pidió perdón en silencio. "Lo siento mi amor,  debo hacerlo, debo protegerte. Pero tu corazón entenderá. Sé que lo hará". Tocó su pelo, aspiró su olor a rosas y la acarició transmitiéndole todo su amor. Bara despertó y lo miró a los ojos. Sonrió, sumergiendo sus manos en el cabello del samurái, atrayéndolo hacia ella, besando sus párpados, su frente, su nariz...cuánto amaba a ese hombre y cuánto tiempo había estado tan ciega y obsesionada por Takeshi. Siempre lo había querido, siempre, su mejor amigo, su rival en los juegos de infancia. Y ahora estaba ahí, en ese momento, entre sus brazos. "Oh Kami! Que este momento no termine jamás, os lo suplico", rezó a los dioses. Nakamura la envolvió en un abrazo que le hizo perder el aliento, susurrándole al oído palabras de amor mientras buscaba su placer en el cuerpo de la Rosa de Kyoto. Bara se estremeció, y correspondiendo a su abrazo le susurró a su vez:
-Tomodachi...ai shiteru...
El tigre que habitaba en el interior del samurái rugió como una fiera herida de muerte.

Ashikaga, Takeshi y Taro se reunieron apresuradamente en la tienda del shogún. Era necesario iniciar prontamente la búsqueda de El Hijo de la Niebla, pues conociendo sus traiciones y deslealtades, era probable que estuviera buscando nuevos aliados para iniciar una nueva batalla. Debían detenerlo cuanto antes.
-Necesitamos a Nakamura, no podemos actuar sin él.-Taro estaba inquieto.
Ashikaga lo miró y palmeó su hombro.
-Tranquilo, amigo mío, Nakamura volverá pronto, en cuanto resuelva sus asuntos.
-Pero debemos empezar cuanto antes...Takeshi, debemos ir tras él.
-Lo sé, Taro, lo sé,-Takeshi inspiró hondo-pero Nakamura vendrá, esperaremos lo que haga falta.
-No esperaréis más.-La voz de Nakamura resonó en el interior de la tienda.-He vuelto y traigo una prisionera.
Los hombres salieron al exterior y el frío les hizo estremecer bajo las armaduras.
-Os presento a Bara, La Rosa de Kyoto...

Hanako reía ante el relato de Hoshi. Se alegraba tanto que su fiel estrella hubiera encontrado el amor junto a Taro. Quién lo iba a decir, desde aquellos lejanos tiempos en palacio, en los que ella era la concubina de Ashikaga, aunque sólo formalmente, y Hoshi era su sirvienta. Ahora eran dos mujeres unidas por un mismo destino, el que la guerra Ônin había dispuesto para ellas. Las cosas habían cambiado tanto...estaban unidas por el cariño que se profesaban, eran amigas, y ambas amaban a dos tercos samuráis al servicio del shogún.
-Hanako, desearía continuar a tu servicio, pero amo a Taro y quiero terminar mis días con él.
-Hoshi, lo comprendo, te libero de tus obligaciones. No quiero que te consideres mi sirvienta, somos amigas y el presente y la guerra han cambiado las cosas. Quiero que seas feliz y yo seré testigo de ello.
Hoshi abrazó a la concubina con lágrimas de dicha en la cara.
-Siempre estaré a tu lado, Niña Flor, siempre...bueno, Taro y yo.-Hanako rió abiertamente.
-Sí, hermana, y espero que Takeshi esté también presente en mi futuro.
-Lo estará, Hanako. Los dioses así lo han dispuesto, y ni siquiera Ônin, La Destructora, podrá evitar que se cumpla tu destino.

El bosque resultó ser intransitable, las sendas estaban ocultas por la maleza crecida durante la época de las lluvias. Kasumi no estaba seguro de seguir el camino correcto al campamento de Raion, El León.
El caballo estaba agotado y sus sentidos abotargados por el cansancio y la falta de agua y alimentos. Pero no tenía nada que perder, estaba seguro que pronto, muy pronto, daría con la guarida del León.
A pocos metros de donde se encontraba, la maleza empezó a moverse dando señales de vida en el oscuro y frío bosque. El miedo empezó a subir por su garganta amenazando con asfixiarlo. Desmontó y se agazapó entre las ramas más bajas que se encontraban junto a él y se dispuso a esperar el próximo movimiento de lo que fuera se movía frente a su posición. Durante unos segundos que le parecieron eternos, contuvo la respiración hasta que escuchó una fina tosecilla y un gruñido. ¡Por todos los dioses, maldito fuera el estúpido borrachín!. Se trataba de Kazahaya, no tenía duda alguna. Silbó, de la forma convenida entre él y sus hombres para reconocerse y fue correspondido con el mismo silbido, seguido de otro ataque de tos. Estúpido imbécil...se incorporó y se dirigió al encuentro de su compañero de fortuna.

Los hombres se quedaron boquiabiertos ante el espectáculo que les ofrecía Nakamura. La mujer que esperaba en el exterior se hallaba atada sobre Masshiroi, el caballo del general. Sus ojos, abiertos de par en par, reflejaban miedo e incomprensión, rabia y...dolor, sobre todo dolor. Pero no era físico sino un dolor en el corazón, intenso, profundo, como si un millar de katanas lo hubieran destrozado sin mostrar piedad ni compasión y se estuviera desangrando sin poder suplicar la ayuda para salvarlo, sabiendo que esa ayuda jamás llegaría. Bara se sujetaba al caballo con las piernas, haciendo un esfuerzo considerable para no caer al suelo. No entendía nada, nada. Después de amarse por segunda vez, Nakamura se transformó en un ser diabólico, en una persona que no conocía en absoluto. Maldita sea, todo fue una trampa, un juego de seducción en el que ella, la mujer de mundo, había caído sin darse cuenta. Todo por creer en su amor, por pensar que su querido amigo, su verdadero corazón, la quería...un engaño únicamente perpetrado para atraparla. Pero aún así, su cerebro, su alma, negaban la evidencia. Las caricias fueron reales, los besos aún le quemaban en los labios, su cuerpo aún temblaba por el deseo compartido y saciado...no, no podía ser cierto, algo pasaba, su amado general debía tener algún plan en mente que ella no conocía y... dejó de pensar para recibir el frío impacto de la mirada de Nakamura.
Ashikaga dirigió una mirada furiosa al soldado.
-¿Qué significa esto, Nakamura?
El general desvió la vista de la mujer y se volvió hacia su señor.
-No significa más que lo que vuestros ojos ven. Es una prisionera, la mujer es aliada del traidor Kasumi.
-Eso ya lo sé, Nakamura, ya lo sé, pero también sé...otras cosas. Vamos a hablar en privado.
Ashikaga ordenó a Taro la custodia de la Rosa mientras se dirigía con paso firme a su tienda, seguido de cerca por el joven soldado. Una vez en el interior, el gobernador se volvió furioso y arremetió contra Nakamura.
-¿Te has vuelto loco?. ¿Qué estás haciendo?.
-Lo único que puedo hacer por ella.
-No te entiendo, Nakamura. Me confesaste hace tiempo que la amabas, que querías encontrarla, que la salvarías de sus errores. Y ahora que la has hallado, la entregas como a una vulgar prisionera.
Nakamura bajó los hombros desolado.
-Mi Señor, es cierto que la amo y jamás dejaré de hacerlo. Pero lo que vuestra excelencia no entiende, ni nadie podrá entender, es que, haciéndola mi prisionera, está bajo mi protección. De esta forma nadie podrá acercarse a ella, ni herirla, mucho menos matarla. He puesto mi vida a su servicio y no dejaré que nadie la toque, y al que se atreva probará la mordedura de Kotetsu, mi espada.
-Ahora lo entiendo, amigo. El estatus de prisionero hace que la Rosa no pueda ser acosada por nuestros soldados...ah, Nakamura, pero te has adentrado en terreno peligroso.
-Mi señor, eso no me importa. Sólo espero que ella lo comprenda...algún día.

Los hombres salieron de la tienda después de dar por terminada su conversación. Taro sujetaba las riendas de Masshiroi, al que se aferraba Bara, dolorida y maniatada. Nakamura cruzó su mirada con ella y percibió el odio que destilaban sus negras pupilas. De la boca silenciosa de Bara surgieron dos palabras, que Nakamura comprendió por el movimiento de sus labios: "abayo, aho"...
El tigre volvió a rugir de dolor...


TORA  虎 : Tigre.
RAION : León.
ASHIGARU : Soldados de a pie.
UN : Suerte (buena o mala fortuna).
TOMODACHI : Amigo.
AI SHITERU : "Te amo".
KOTETSU : Acero.
ABAYO : Forma poco cortés de decir adiós.
AHO : Estúpido, idiota.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

jueves, 22 de julio de 2010

RAN. Capítulo XXXI. "KAMINARI" 雷. El Sonido del Trueno.



Hatsukoi ya
Tôrô ni yosuru
Kao to kao

Primer amor
Se arriman al farol
Cara con cara

Doblan su tallo
Los capullos marchitos
bajo la nieve

Kotori




La espada iba y venía sobre su cabeza, bajando cada vez más hasta llegar a pocos centímetros de su cuello. El sudor resbalaba por sus sienes sintiendo la muerte cada vez más cerca, un poco más. Estiró el cuello y se echó hacia atrás para impedir que el filo mortal lo alcanzara en un esfuerzo que sabía inútil de antemano. El samurái, cabalgando en un caballo negro reía y asentía dejando que la espada siguiera su camino. Buscó ayuda y vió a un samurái sobre un caballo blanco. Lo miró suplicante...pero también reía ante su suerte...
Kasumi despertó con el retumbar del sonido del trueno, angustiado, sudoroso y con un temblor que provocaba el tic nervioso en su boca,  incapaz de controlarlo. Sintió miedo, mucho miedo, como si el futuro viniera a su encuentro en forma de dos figuras, una negra y otra blanca, como en el juego del Go. Se sintió acorralado, en situación de Kô* y su mente se quedó en blanco sin saber cuál sería su siguiente jugada. Optó por lo más fácil para un cobarde que no sabe enfrentarse a su destino: la huída.

Ashikaga dio la orden de ataque. Los soldados corrieron hacia la estancia con las armas enarboladas, agitándolas en el aire. Sus gritos de guerra se confundieron con el sonido del trueno, Kaminari se convirtió en su aliado. Puertas y ventanas fueron abatidas destrozando todo cuanto se hallaba a un paso de su objetivo. Los hombres de Kasumi apenas opusieron resistencia debido a los excesos de la noche. Aún así, un par de traidores salieron al paso de Nakamura y Taro ofreciendo resistencia. No aguantaron mucho tiempo ante la furia de los generales y sus espadas.
Los hombres fueron reducidos y maniatados, conducidos al establo para asegurarse de que ninguno escaparía antes de ser llevados a palacio y juzgados. Pero...Kasumi no se encontraba entre ellos, malditos fueran, no se hallaba ahí, sino que había huído como el cobarde que era. Nakamura apretó el puño alrededor de su sable hasta que clavó el grabado de la tsuba en la palma de su mano. Perseguiría a ese mal nacido hasta los confines del mundo, incluso aunque ello le costara la vida...¡por todos los dioses!. Y ese aroma...¿de dónde proviene?. Nakamura dio un salto hacia atrás en mitad de sus pensamientos, cuando un olor intenso a rosas le provocó una sacudida en el corazón. La voz que siguió al impacto en su sentido olfativo le arrancó unas enormes ganas de llorar.
-¿Quién es usted y qué ha pasado aquí?.-Bara bajaba corriendo las escaleras, aún recuperándose del sueño y asustada por los ruidos que amenazaban con echar la casa abajo.
Nakamura la miró, se atrevió a hacerlo, y el rostro de la mujer aún era más hermoso que el recuerdo que había conservado en sus sueños. No lo reconocía, por supuesto, ¿por qué iba a hacerlo? Siempre fue tan insignificante para ella, La Rosa de Kyoto...su rosa.
-Señora, no temáis, pero debéis acompañarme.
Bara entrecerró los ojos. Esa voz le era conocida y ese rostro, le provocaba escalofríos. Su mente intentaba abrirse paso en el pasado y buscar el orígen de aquel sonido que salía de la garganta del samurái que estaba frente a ella...apuesto, fuerte como un oso, con unos ojos rasgados como el filo de la katana que sostenía fuertemente en su puño. Bara estaba aturdida y sus piernas empezaron a temblar, al mismo tiempo que su corazón estallaba en una emoción desconocida. Se sentía poderosamente atraída hacia ese misterioso soldado. Se ruborizó como si fuera una adolescente y bajó la mirada ante el escrutinio de los ojos negros que parecían querer devorarla. Suspiró y se armó de valor para preguntar:
-¿A..a...acompañaros, a...dónde?
Nakamura se acercó a la mujer y se atrevió a alzarle la barbilla con su mano temblorosa.
-A mi mundo, Señora,....a mi mundo.









Taro abrió la puerta de los establos y encontró a Takeshi arreglándose los calzones y a Hanako ruborizada como si hubiera estado dos días tomando el sol. Sonrió y se encogió de hombros. Volvió a cerrar y se dirigió a Ashikaga.
-Estooo, excelencia...¿qué os parece si entro yo primero a inspeccionar el lugar antes de dejar a nuestros enemigos aquí? No fuera que encontraran algún arma y...bien, no deseamos que escapen, ¿cierto?.
Ashikaga lo miró con ojos entrecerrados y gruñó, asintiendo con la cabeza. Taro puso los ojos en blanco y agradeció a los dioses que el shogún no hubiera deseado saber más sobre su conducta. Entró de nuevo y susurró a Takeshi:
-¡Hermano!, ¿se puede saber qué hacéis aquí?. Nuestro Señor está ahí fuera esperando dejar a los prisioneros a buen recaudo.
-No preguntes, Taro, mejor no preguntes. Dí a Ashikaga que nos adelantamos para inspeccionar el lugar.
-No se lo va a creer.
-No, pero fingirá que sí. Házlo, amigo mío.

Bara se sentía como una niña, acorralada en un juego de adultos, indefensa pero extrañamente feliz. Acompañó al soldado que  tanto la inquietaba al exterior y un caballo blanco lo esperaba. Un samurái...sobre un caballo blanco...recogía la rosa y le arrancaba las espinas...Sacudió la cabeza para desprenderse del sueño pero no podía, estaba ahí, frente a ella. Dos niños jugando...Nakamura...
-¡Eres tú!...Nakamura, mi amigo.-La Rosa tenía la boca abierta por el asombro.
-Así es, querida, veo que por fin me reconoces.
-Yo...estoy...yo...Nakamura...-pronunció su nombre en un suspiro y el general sonrió.
-Te dije una vez, Rosa de Kyoto, que algún día te ganaría en el juego de la vida. Y ese día ha llegado. De un salto, apoyándose en el estribo, Nakamura se alzó sobre Masshiroi y se dejó caer en la silla. Le tendió la mano para invitarla a subir a su caballo . Bara aceptó y se acopló a la montura y al jinete, pegando sus pechos a la espalda del soldado. La satisfacción y la felicidad asomaron a los labios del general. Apremió al caballo a iniciar la marcha y Masshiroi piafó agitando la cabeza, sabiendo que las cosas de su dueño por fin encontraban su camino, el camino que se inició veinte años atrás.

Hoshi se adentró en los establos y alcanzó a ver a Hanako entre los montones de paja que rodeaban a los animales. Corrió a su encuentro y la abrazó con fuerza.
-Mi Flor, estás bien, estás bien, estás...
-Si Hoshi, sí,-no podía dejar de reír ante el ímpetu de la sirvienta, de su amiga.-me estás estrujando, querida.
-Ohh! mi Señora, pero si soy sincera debo decir que no lo siento en absoluto.
Las dos mujeres rieron con ganas y se volvieron a abrazar, deseosas de liberarse de las tensiones de los últimos días. Mientras la Flor y la Estrella se ponían al día sobre los acontecimientos vividos, Taro y Takeshi ayudaban a los hombres de Ashikaga a trasladar a los prisioneros y asegurarlos para que no pudieran huir. El Shogún preguntó por Nakamura y nadie supo darle respuesta alguna. Una leve sonrisa apareció en el rostro del gobernador del Imperio...su general había ido en busca de su destino. Bien por él.

Masshiroi se detuvo ante la orden de su dueño y resopló varias veces, agitado, sintiendo los dos cuerpos que abrazaban sus flancos. Se mantuvo quieto mientras desmontaban, primero Nakamura, después Bara, pegándose al cuerpo del general. Frente a frente se miraron con expectación. Les costaba respirar, sentían un fuego intenso que les quemaba el alma. Los corazones eran un solo animal furioso, galopando al compás del trepidante sonido del trueno en la distancia. Bara comprendió entonces...un samurái sobre un caballo negro al que había herido con sus espinas...Takeshi; un samurái sobre un caballo blanco que recogía a la rosa moribunda...Nakamura...siempre Nakamura. Su amor por Takeshi no fue más que un espejismo de su absurda ambición, por eso lo abandonó buscando algo más, por ello se unió al clan Hosokawa. Toda su vida no había sido más que un error y una huída de su verdadero destino. El niño al que ella ganaba en el juego del Go había regresado para ganarla en el juego de la vida. Y no supo hacer otra cosa más que rendirse.
Nakamura la atrajo hacia su boca. Pero quiso mirarla primero a los ojos, descubriendo una luna en ellos, promesas de noches sin fin. Se quitó el casco protector y acercó sus labios a su frente. Su pelo negro y largo cubrió el rostro de la mujer acariciando sus mejillas. Bara se estremeció al recordar cómo tiraba de esos negros cabellos cuando eran niños. Lágrimas de ternura escaparon de sus ojos y se mezclaron con los mechones del samurái, con sus labios, que habían comenzado a acariciar su boca.
-Nakamura...yo...te...a...
-Silencio, mi rosa, cállate, no digas nada, te lo ruego, no ahora.
La acarició largamente, atrapando su cintura, cubriéndola con sus manos, abarcando todas sus curvas, sus rincones de mujer largamente deseada. Bara deslizó sus brazos alrededor del cuello del soldado gimiendo contra su boca, apartando como podía su pesada armadura. Nakamura suspiraba contra su cuello, ayudándola en su intento de despojarlo de sus ropas. Por cada centímetro que quedaba al descubierto, las manos exploraban más audazmente, más atrevidas, la confianza hacía que sus cuerpos se fueran fundiendo en uno solo, que se tocaran hasta donde nadie se había atrevido a tocar jamás. El kimono de Bara desapareció sin apenas darse cuenta y sintió cómo el hombre la besaba en el cuello, en sus pechos, su ombligo, dejando un rastro de fuego que apenas podía soportar. Sus labios llegaron hasta su profunda intimidad, hasta el centro de su placer, y Bara se arqueó ofreciendo sus pechos a la luna, sintiendo cómo también se los besaba y acariciaba con su reflejo plateado. El samurái la alzó entre sus brazos y la recostó sobre la fría yerba. La acarició de arriba a abajo, atrapando con su mano la suave humedad entre sus muslos, se acomodó entre ellos y la poseyó como una fiera salvaje, con todo el amor que sentía por ella desde que era tan solo un niño que se dejaba ganar en aquellas maravillosas partidas de Go. Con un rugido descargó en ella todo su ser y dio gracias a la luna que los cobijaba. Si los dioses lo tuvieran a bien, aquél sería un buen momento para morir.
El trueno volvió a sonar en la distancia.



KAMINARI 雷 : Trueno.
*KÔ : Infinitud. Situación en el juego del Go en la que si un jugador captura una piedra en situación de kō, el otro jugador no puede recapturar inmediatamente. Ha de hacer otra jugada antes de recapturar.
TSUBA : Empuñadura de la katana, normalmente lleva grabados y dibujos tradicionales.


Haikus:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Antonio Cabezas.
"Doblan su tallo". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 21 de julio de 2010

RAN. Capítulo XXX. "SHIPPÛ" 疾風. La Fuerza del Huracán.



Aki no yo ya
Himon hitô no
Ki no yowai

Noche de otoño
Me pregunto y respondo
Débil de alma

Bajo el volcán
El bosque reverdece
Las piedras negras

Kotori






La lluvia continuaba cayendo con una fuerza inusitada, como si las gotas de agua pretendieran excavar un agujero en la tierra húmeda para llegar al lejano punto de las antípodas, el extremo opuesto del planeta, creando un túnel entre este punto en el que se lanzaban con violencia y el punto en el cual emergerían de nuevo como un arroyo silencioso. El Shogún Ashikaga vio el momento propicio para entrar en La Estancia de las Mil Rosas y sorprender a los traidores; desplegó a sus hombres en abanico alrededor de la casa y los instó a que estuvieran alerta ante su próxima orden. No deseaba hombres muertos, todos, sin excepción, debían ser capturados vivos para hacer justicia. No deseaba una muerte rápida para ellos, no. Debían ser obligados a confesar sus crímenes y a cometer seppuku, la única salida honorable para un soldado que dejó de serlo para convertirse en un traidor a su pueblo.
Miró a Nakamura, su fiel general, y no se le escapó el brillo que lucían sus fieros ojos. Sabía que ese era un momento importante, una encrucijada vital en la vida de su amigo y subordinado. Nakamura le devolvió la mirada y sonrió de una forma triste, como si hubieran hablado con sus mentes y supieran lo que pensaba el otro. El general inclinó la cabeza en señal de respeto ante su Señor, y Ashikaga le devolvió la misma inclinación en señal de reconocimiento a su lealtad.
Los hombres desenfundaron sus armas y se dispusieron a esperar...

Taro se unió a los hombres del Shogún y preparó su katana. Despertó a Shippû de su letargo y observó el filo cortante absorver la poca luz del sol que asomaba entre los negros nubarrones. Poderosa y protectora, letal e invencible, sintió la vibración que partía de la espada y que lo llamaba a unirse a ella. Taro era el cuerpo, Shippû el alma, dos en uno y un solo soldado, un único samurái en el que se fundían carne y sangre, acero y fuego, juntos para morir luchando. Hoshi observó el ritual de comunión entre el general y su sable y sintió una punzada de celos, una sensación de quedar al margen en el instante en que Taro se unía a la espada y a la batalla. Se arrodilló en el suelo embarrado y, bajo la lluvia atronadora, pidió, rogó a los cielos que su amado volviera; rezó a los Kami para que tuviera una buena muerte si ese era su destino; y...habló a su rival en voz alta:
-Noble dama, tú que fuiste forjada en fuego, tú que viviste una unión de acero sobre acero...protege a Taro, sé su sombra, su aliada, su compañera. Mantenlo a salvo y haz que vuelva a mi lado. Y si no fuera así, ruego por que tu belleza sea lo último que yo vea también al abandonar este mundo.
El asombro se asomaba a los ojos del veterano soldado. Conmovido, la alzó del suelo y restregó su nariz con la de la estrella, para depositar después un suave beso en sus labios.
-Hoshi, Hoshi, mírame...-la mujer alzó la cabeza con ojos llorosos-. Dime que no cometerás Jigai, por el amor de los dioses, dímelo.
-Y...¿qué haría yo sin tí si algo te ocurrierra?. Yo...no podría seguir viviendo, yo, no...
-Shhhhh, -susurró Taro contra su frente.- Calla, calla, por favor mujer, calla. Nada va a pasar y yo volveré, lo siento, Shippû así me lo ha transmitido. Quédate tranquila o no podré luchar, no como un samurái debe hacerlo.
Hoshi se secó las lágrimas con un manotazo de las mangas de su kimono, sonrió a medias y se abrazó al pecho del soldado.
-Como no vuelvas, Taro, como te maten y no vuelvas...te juro que yo te mato otra vez.
-Este es mi pequeño volcán, -Taro sonreía-, éste y no Fujisan.
Y la abrazó con fuerza.

Hanako buscaba afanosamente entre las herramientas desperdigadas por el establo, buscando algún instrumento cortante que pudiera liberar a Takeshi de sus ataduras. Revolvió la paja, miró en todos los rincones. Por fin, vislumbró el filo de una especie de sable corto, parecido a un tantô, escondido bajo el vientre de un potrillo que descansaba junto a su madre. Se acercó cautelosa y desplegó una oración para que los animales no la cocearan en su intento de obtener el arma. Deslizó una de sus manos por debajo del animal, susurrándole palabras tranquilizadoras, mientras no perdía de vista a la madre que la miraba con ojos hostiles. Alcanzó a duras penas a tocar la empuñadura y comenzó a escarbar sintiendo cómo resbalaba entre sus pequeños dedos. Lanzó una maldición al aire y se dijo que debía concentrarse. Cerró los ojos y pensó que su mano se alargaba, se estiraba y  llegaba, podía atrapar ese mango tosco y grueso. Sonrió sintiendo su volumen atrapando la palma de su mano...estiró y sintió el aire reververar al tiempo que esquivaba un mordisco fiero que la yegua le lanzaba. Cayó hacia atrás y dio una voltereta entre la paja. Se levantó medio mareada y escuchó una risilla que provenía de Takeshi. Lo que faltaba, después de caer de una distancia considerable, magullarse el culo y arriesgar su físico ante un mordisco animal para poder liberarlo, además, ese cretino al que quería más que a nada en el mundo...¡se reía de ella!. Pues se iba a enterar de una cosa que no sabía: La Flor de Oriente también podía tener espinas.




Bara continuaba en estado letárgico, medio adormilada, continuaba dándole vueltas al sueño inquieto que había experimentado, y a la imagen de los dos niños jugando. Uno de ellos era ella, de eso estaba muy segura, pero el niño... Nakamura...recordaba su nombre y su rostro pero de lo que no estaba segura era por qué el recuerdo de aquel pequeño le provocaba una punzada en el corazón, si apenas lo había recordado, hasta este instante. ¿Por qué?, se preguntaba una y otra vez. ¿Qué diablos tiene que ver conmigo?. En su memoria se hicieron visibles los recuerdos de una complicidad inocente, una amistad que duró muchos años, antes de que ella pusiera en marcha sus ambiciosos planes, antes de que se enamorara de Takeshi y lo abandonara para unirse al clan Hosokawa. Pero Nakamura siempre estuvo allí, a su lado, en las sombras de su inconsciencia, esperando, esperando...¿a qué?, ¿y cuándo?, se preguntaba la Rosa, dejándose abrazar de nuevo por el sueño que invitaba a olvidar.

Las ataduras estaban firmemente apretadas y el viejo sable apenas podía cortarlas debido a su estado de oxidación. Hanako volvió a maldecir, aún a sabiendas de que le esperaba un rincón en el infierno, apartada de los dioses de su familia por tantas maldiciones que últimamente salían de su boca. Takeshi sentía por fin un respiro en sus doloridos músculos y giró la cabeza en un ángulo imposible para atrapar en sus ojos el rostro de la mujer amada. Hanako dio un respingo al percibir su ardiente mirada, desvió la vista y continuó trabajando para soltarlo. Por fin su trabajo dio resultado, una de las cuerdas cedió y una mano poderosa se apoderó de su nuca y la atrajo hacia los labios del soldado.
-Mi flor, estás aquí, mi bella flor.-Takeshi reía con esfuerzo.
-Mi señor, soltádme, soy la concubina del Shogún y vuestras manos no deben tocar ninguna parte de mí.
Takeshi sonrió tristemente. Bien, comprendía la actitud de la mujer. No había sido muy considerado con ella desde que entraron por la puerta grande en La Estancia de las Mil Rosas. La había humillado ante Bara, sí, pero sólo quería protegerla...de su ira y de sus celos si llegara a imaginar lo que la Flor significaba para él. Lo que no sabía era cómo iba a recuperarla ahora, en este momento, teniéndola allí en ese lugar solitario.
-Hanako, ven, ven junto a mí, abrázame.
-Soy la concubina de nuestro Señor Ashikaga. No me pidáis tal cosa, pues nada puedo ofreceros.
-Hanako, por los Kami, soy yo, Takeshi. Nos hemos amado y nos amamos aún. Ten compasión, hay cosas que no comprendes.
-Cosas que no me han sido reveladas, cosas que me han sorprendido y conmocionado.
-Cierto, mi Flor, pero déjame que...
Hanako estalló en un arranque de furia, celos y tristeza.
-¿Y quién te crees que soy?. ¡Maldito soldado!. ¿Crees que soy una más de tus conquistas?. Te dí mi corazón y sólo lo has pisoteado y estrujado hasta no quedar ni el polvo para devolverlo a la tierra. ¡Maldito seas, tú y Bara!.
Takeshi se acercó lentamente a Hanako, una vez liberado de sus ataduras. Le dolía todo el cuerpo, pero aún más le dolía el corazón por las palabras de la concubina.
-Escucha, Hanako...
-¡No escucharé nada que venga de tí!, ¿lo entiendes?, ¡nada!.
Hanako intentaba alejarse pero Takeshi la agarró del brazo, la obligó a dar la vuelta hasta quedar de frente a él y la tomó por la cintura, apretándola a su cuerpo. Atrapó sus labios con furia y la besó salvajemente. Después de saborearla, apartó sus labios de los de ella y le susurró al oído.
-No me conoces, Hanako, realmente no me conoces si dudas de mí.
La concubina lo miró a los ojos y le susurró a su vez:
-Pues déjame conocerte, mi señor, háblame de tí y así podré comprender.
Takeshi le habló al oído, le contó su pasado, su presente era compartido, y le comunicó su esperanza de un futuro juntos. Hanako absorvía la sinceridad y la ternura de aquel hombre. Un deseo nació en lo más profundo de su corazón: poder compartir sus fracasos y sus triunfos con él, sus tristezas y sus alegrías. De repente, sintió la necesidad de llegar más allá con él, físicamente, y abrió su boca inclinándose hacia la del samurái. Takeshi se inflamó de deseo y la tomó con todo su ser, mordisqueando sus labios, su lengua. Acarició su cuello de porcelana con delicadeza, absorviendo todo el aroma que sus poros le transmitían: flores, un jardín, limón, especias, todo se unía en un festín para sus sentidos. La apretó más contra su cuerpo y deslizó sus manos por el escote de su kimono atrapando sus pechos. La Flor gimió, la Flor revivió como la planta mustia y marchita a la que dan de beber después de mucho tiempo de espera, sintiendo que la han abandonado. Takeshi la tomó en sus brazos y la recostó sobre la paja, sin dejar de acariciarla, suavemente, deseando que si debía morir pronto, fuera en ese momento, entre los brazos de la concubina. La desnudó y la acarició sintiéndose su verdadero dueño y señor, deseándola como jamás deseó a nadie, a ninguna otra. Enterró su cara en su cuello y suspiró mientras se adentraba en su cuerpo. Gimió de placer y desesperación, no quería separarse de ella, jamás.
El samurái se agitaba en el interior de la mujer, embistiendo con sus caderas, apretándola más y más a él. La fuerza de un huracán, pensó, ésto es como estar en el corazón de un huracán, estrellarse contra la tormenta, como un guerrero deja a su espíritu que vuele en la más terrible de las tempestades, sólo que esta vez, existe un puerto seguro al que arribar.
Yo tengo el mío...Hanako.


SHIPPÛ  疾風 : Huracán.
JIGAI : Suicidio de las mujeres.
TANTÔ : Tercera espada del samurái, daga o espada muy corta.

Nota de la autora: Las mujeres nobles podían enfrentarse al suicidio por multitud de causas: para no caer en manos del enemigo, para seguir en la muerte a su marido o señor, al recibir la orden de suicidarse, etc. Técnicamente, el suicidio de una mujer no se considera haraquiri o seppuku, sino suicidio a secas (en japonés jigai). La principal diferencia con el haraquiri es que, en lugar de abrirse el abdomen, se practicaban un corte en el cuello, seccionándose la arteria carótida con una daga con hoja de doble filo llamada kaiken. Previamente, la mujer debía atarse con una cuerda los tobillos, muslos o rodillas, para no padecer la deshonra de morir con las piernas abiertas al caer.

Haikus:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Antonio Cabezas.
"Bajo el volcán". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

domingo, 4 de julio de 2010

RAN. Capítulo XXIX. "KIOKU" 記憶. El Sonido de los Recuerdos



Usumono ni
So tôru tsuki no
Hadae kana

La luna cala Por mi ropa ligera
Hasta mi piel


El shogún se retiró a descansar unos momentos, necesitaba concentración para planificar el ataque y asalto a la casa de té. Mientras tanto, el general Nakamura vigilaba su sueño y la tranquilidad reinante le invitó a recordar tiempos lejanos...su mirada vagaba perdida en el infinito inmenso del valle pero veía ante sus ojos los cuerpos de dos niños jugando en una sucia callejuela de Kyoto, tan sucia como sus caras, cerca de palacio...
-¡Bara!, ¡me ganaste otra vez!, no hay quien pueda contigo en el juego de Go*, quedaré en ridículo una vez más,-rió uno de los pequeños.
-Nakamura Yoshimi, ¡ríndete!, ¡tienes mal aji!*
-Uff, Bara, siempre acabas atrapándome en el tablero, pero te aseguro que seré yo quién te atrapará en el juego de la vida...algún día,-Nakamura miraba a la pequeña con adoración.
-No seas tonto, Yoshimi, yo seré una mujer importante el día de mañana y tú serás...¿un simple soldado?,-la niña se acariciaba la frente, pensativa.-¿O un campesino?. Nuestros destinos se separarán, no te quepa duda.
El pequeño Nakamura la miró largamente y cerrando sus ojos le respondió:
-Nuestros destinos están unidos, así lo siento, y así lo comprenderás algún día. Ni en sueños podrás librarte de él porque los kami así me lo han confiado.

Nakamura sonrió ante los recuerdos agolpados en su memoria. Por esa razón le pidió al shogún que le otorgara el privilegio de enfrentarse a Bara, La Rosa de Kyoto, su rosa desde que era un niño mocoso que se entretenía en juegos con las espinas de la mujer más bella que conocía y que le había robado la razón. Hacía tanto tiempo que la buscaba...y, ahora, no tenía fuerzas para las consecuencias que el destino, y los kami, impusieron para ellos.

Hanako alcanzó la puerta de los establos, golpeándose contra ella en su loca carrera, sin poder frenar sus veloces pies ansiosos por huir. El obstáculo en su camino la hizo trastabillear y a punto estuvo de caerse si no hubiera asido su mano a las crines del caballo que se había apresurado a socorrerla en cuanto percibió su apuro.
-¡Kamikaze!, por los dioses, ¿qué haces tú aquí?. Ya entiendo, vienes en busca de tu dueño.-Miró al caballo intensamente, enojada-. Pues no sé dónde está ni me importa.
El caballo agitó la cabeza y resopló.
-¿No me crees?. Bien, pues te repito que poco me importa. Tú y yo nos vamos de aquí.
La concubina intentó subir a lomos del animal. Era muy alto, mucho para ella, tanto, que no lograría su objetivo si no buscaba antes un punto de apoyo sobre el que propulsarse hacia la silla. Pero por mucho que intentara dirigir al caballo hacia donde quería, éste no se dejaba, mordiéndole las mangas de sus ropas y tirando de la manta que la cubría.
-Pero, ¡basta Kamikaze!, ¿qué pretendes con...ohhhh?
La pregunta quedó en suspenso en el aire cuando cayó al suelo. Embarrada por el fango que se estaba creando por el aguacero, Hanako miró al animal furiosa. Kamikaze agitaba su cabeza, sus crines negras ondeando al viento parecían señalarle una dirección hacia la cual debían acudir. La mujer giraba la cabeza, observando, atrapando en sus ojos las señales que le mostraba el alazán. De pronto, detuvo su mirada justo donde Kamikaze se plantó firmemente, resoplando, abriendo sus fosas nasales y expirando el aire como si fueran suspiros formando nubes de aliento entre las gotas de lluvia. Un ventanuco, pequeño y sucio, abría paso al interior de los establos, y Hanako supo lo que el caballo quería transmitirle. Podía entrar por su pequeña abertura, pero, ¿qué interés tendría ese condenado animal por el interior de aquella cabaña que cobijaba a otros animales?.
La curiosidad pudo más que ella y se apoyó en unas rocas que se hallaban debajo de la abertura. Tomó impulso y consiguió agarrarse a la silla de Kamikaze y a un saliente del muro. Con extrema precaución, se alzó sobre el lomo del caballo y observó el interior. Sus ojos se cerraron para abarcar el perímetro de los establos y entonces lo vió...sus pies sintieron la agitación que se desataba en su interior y a punto estuvieron de hacerle perder el precario equilibrio en el que se hallaba. Consiguió estabilizarse sobre la silla y volvió sus ojos hacia la figura que la había trastornado. Takeshi estaba allí, atado de pies y manos a una columna de madera que hacía las veces de viga maestra. Su cabeza descansaba sobre su pecho como si durmiera. Maldita sea, no soportaba verlo en esas condiciones, debía estar deshecho y cansado, muy cansado. Los ojos se le inundaron de lágrimas y optó por entrar y liberarlo, olvidando a Bara y a las circunstancias que los habían llevado a esta situación.

Consiguió alzarse sobre las puntas de sus pequeños pies y afianzar sus manos en los recovecos que quedaban a la vista, allí donde el marco de la estrecha ventana se aferraba al muro. Se encogió para tomar impulso y de un salto abandonó la silla del caballo. Se sujetó con fuerza, temiendo caer y escuchó el relincho de aprobación de Kamikaze. Por todos los dioses, no sólo se dejaba dominar por un estúpido soldado, sino además por su montura, ¿es que no aprendería nunca?. Tras un largo suspiro, hizo acopio de todas sus fuerzas y se inclinó por la abertura, dejándose caer hacia el interior en penumbra.



Nakamura continuaba en trance, deleitándose en su ensoñación. La niña le tiraba ahora de sus negros cabellos y continuaba burlándose de él.
-Te digo, Yoshimi, que tú y yo no volveremos a encontrarnos, si mis planes se cumplen.-Rió como una mujer madura, muy lejos de serlo.
-Y yo te aseguro, mi rosa rebelde, que un día tú y yo caminaremos juntos.
La niña se partía de la risa pensando en lo ingenuo que podía llegar a ser su amigo. Poco podía comprender, entonces, que la única ingenua en ese momento era ella y sólo ella.
Nakamura sonrió y se enderezó, despertando de su sueño. Se dirigió a la tienda donde descansaba su señor para despertarlo, tras lo cual se dirigió hacia el pequeño claro donde reposaba su caballo y los de sus hombres, y los acarició uno por uno. Masshiroi, su montura, piafó complacido al sentir la llegada de su dueño.
-Amigo, ella está aquí. Pronto, muy pronto, estaremos frente al cumplimiento de nuestro destino y del suyo, aunque no lo quiera ni lo espere.
Caballo y hombre inclinaron sus cabezas hasta tocarse. Las mentes de uno y otro se fundieron en una sola y Nakamura sintió paz y tranquilidad, y el animal sintió la excitación del soldado por ver cumplidos sus deseos. La lluvia atronadora les acompañó con su sonido eterno de agua.

Hanako se lamentaba por el golpe sufrido tras la caída. Afortunadamente, la paja en el suelo amortiguó un poco el choque de su cuerpo contra el duro suelo. Se levantó ligeramente mareada y sus ojos se clavaron en la figura del samurái que parecía más muerto que vivo. Se aproximó al hombre lentamente, sin hacer ruido, temerosa de que su postura indicara otra cosa que no fuera abatimiento o cansancio. Cuando ya se encontraba a pocos centímetros de distancia, el samurái alzó la cabeza y la miró. Sus grandes ojos negros y rasgados suplicaron la liberación, pero sobre todo, le comunicaron la necesidad de comprensión sobre todo lo ocurrido. Hanako se sobresaltó y buscó algo con lo que cortar las ligaduras. Ya tendrían tiempo de hablar después.

Bara despertó de su profunda inconsciencia y sintió un dolor punzante en su cabeza. A pesar de ello, el recuerdo del sueño volvió con una fuerza inesperada que paralizó su corazón. Un soldado sobre un caballo negro y un soldado sobre un caballo blanco...la rosa marchita...y un significado oculto que, ahora, con la nueva luz del día debería descubrir. No obstante, algo, un recuerdo, un dejá vu, se abrió paso a través de sus sentidos aún dormidos. Dos niños...jugando al Go...hablando sobre el destino...
La tormenta se volvió más intensa, arrasando con su sonido sus pensamientos y sus recuerdos.


KIOKU 記憶 : Memoria (recuerdos).
*GO: Llamado IGO en japonés.
*AJI: Literalmente, “gusto”. Juego del Go. Se dice que una posición tiene “tiene mal aji” cuando existen amenazas latentes que el adversario puede aprovechar cuando se den las condiciones apropiadas. De ahí lo del mal sabor.
KAMI : Dioses shintoístas.
MASSHIROI : Color blanco puro.

Haiku:
Sugita Hisaku (1890-1946). Traducción de Fernando Rodríguez-Izquierdo.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.