O-KAERI NASAI

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domingo, 17 de octubre de 2010

RAN. Capítulo XXXV. "SHINTÔ" 神道. Kami no Michi, El Camino de los Dioses.




Tombô ya
Toritsuki kaneshi
Kusa no ue

La libélula
Intenta en vano posarse
Sobre una brizna de hierba



Sobre la tumba
Germinan crisantemos
Lluvia de vida


 
 
 
 
 
Takeshi ajustó su kabuto dejando un espacio para mirar al horizonte. El casco protector le producía un dolor en las sienes y un aturdimiento semejante al zumbido de mil abejas en su cerebro. Todos parecían sentirse igual. Ashikaga se apoyó en la cabeza de su montura, mientras buscaba la mirada de Nakamura para sentirse fuerte, invencible. Taro se acercó a los jinetes intentando transmitir paciencia y tranquilidad. El grupo avanzaba silencioso, ganando terreno y aproximándose a los dominios de Raion, el León.
 
Pronto fueron interceptados por una patrulla de vigilancia...la misma que detuvo a Kasumi y Kazahaya días antes. La bienvenida no fue cordial pero sí pacífica. Los hombres de Raion sabían qué buscaba la comitiva del shogún y decidieron dejarles libertad de movimientos. Kenji, El León, sabía que aquellos soldados enemigos, aunque para él no lo fueran, buscaban al traidor Kasumi. Pues bien, él les daría lo que estaban buscando.
-Caballeros, sed bienvenidos a mi territorio. Creo que sé lo que os trae por aquí.
-Pues complácenos y entrega al traidor -Ashikaga se mostró nervioso. -No quiero poner a prueba tu lealtad, no me importa a quién sirves, sólo quiero tu colaboración. Me parece que tú también deseas que Kasumi pague por su atrevimiento.
Raion Kenji miró fijamente al shogún. Sus ojos revelaban la lealtad que sentía hacia el gobernador del Japón, pero a su vez demostraban abiertamente su desaprobación hacia su forma de conducir el Imperio, y sobre todo, hacia la conducta disipada que había llevado hasta el límite la paciencia de sus súbditos; el hombre a quien dirigía sus ojos oscuros era el orígen de todos los males que asolaban al país, y tenía el valor suficiente para transmitírselo con una mirada cargada de emociones y reproches. Ashikaga reconoció el valor del ji-samurái y comprendió sus sentimientos. Su posición ante aquel hombre era débil, aunque su rango en la jerarquía de poder fuera superior, muy superior. Se sintió tremendamente pequeño ante aquella muestra de valor y sinceridad, y su honor e intuición de guerrero le mostraron el camino a seguir.
-Siento mucho las circunstancias en que nos conocemos, Raion-san.-El shogún bajó la cabeza en señal de respeto y habló en voz grave y baja.- Mis respetos por vuestra decisión, sea la que debáis tomar.
-Mi señor, mis decisiones las tomaré teniendo en cuenta el bienestar de mis hombres y del país, eso por encima de mis propios intereses, que son más bien pocos, salvo recuperar mis tierras, mi vida y las de mi pueblo.
-No tengo la menor duda sobre ello, yo también deseo que este conflicto termine pronto y que todos recuperemos nuestras vidas. Y si debo renunciar a mi cargo en favor de mi hijo o de mi hermano, lo haré gustoso,-Ashikaga miró al cielo-, todo antes que esta ola de destrucción acabe con el Imperio, con el sentimiento y la tradición de un pueblo que ya ha sido esquilmado y vapuleado durante mucho tiempo.
-Sea pues,-respondió Kenji-, os diré dónde podréis encontrar al Hijo de la Niebla.

Kasumi decidió abandonar el campamento de Raion Kenji hacía dos días. Junto al general Kazahaya resolvieron volver a territorio Hosokawa y pedir clemencia al ilustre señor, a pesar de conocer los hostiles sentimientos del gran daimyo. Pero decidieron arriesgarse...nada tenían que perder y sí mucho que ganar, ¿o no?. Nada era seguro pero su situación resultaba muy precaria a esas alturas. Podrían negociar, aunque sin rehenes o algo valioso que aportar, la cosa resultaba harto difícil. Pero Kasumi tenía fe en sí mismo; nada resultaba más temible que un paria sin señor, con ambiciones y crueldad en su corazón para salirse con la suya y tener éxito en su empresa. Espoleando a sus caballos con fuerza, el traidor Kasumi acicateaba a su montura dispuesto a llegar cuanto antes a los dominios de Hosokawa.  Kazahaya, su general, le seguía manteniendo apenas las fuerzas, y echando de menos un par de garrafas de buen licor de sake.

Las primeras luces del alba iluminaron la figura de los dos jinetes que se aproximaban a la Casa de La Paz Eterna, la mansión-fortaleza del poderoso clan Hosokawa. Los arqueros samurái, los conocidos como "Yabusame", expertos en el tiro al arco a caballo, esperaban tras las puertas que aseguraban a la familia Hosokawa, prestos para defender al clan, en sus rostros la furia aletargada se correspondía con los gritos de guerra que aullaban hombres y animales, valientes los primeros y temerosos los segundos, no pudiendo comprender lo que ocurría tras los muros que los encerraban. Esa furia se silenció en cuanto asomó su figura Hosokawa Katsumoto, el líder, el señor supremo del territorio y uno de aquellos que osaron desafiar al shogún.
Katsumoto miró con ojos fieros a todo cuanto lo rodeaba, mujeres, niños, animales y plantas. Todo era objeto de su análisis y todo se memorizaba en su cerebro. Su mente funcionaba rápido y diseñaba nuevas estrategias y nuevos órdenes jerárquicos que acataran sus órdenes sin dudarlo y le condujeran al triunfo sobre Yanama y Ashikaga. Quería imponer un nuevo orden pero no lo tenía nada fácil, nada, más teniendo en cuenta que apoyaba al hermano del shogún para sucederle a éste, frente a los deseos de su suegro Yanama, más partidario del hijo del gobernador.
Pero sus sentimientos iban más allá. El sentido social de pertenencia a un colectivo del pueblo japonés le impedía saborear su hipotético triunfo. En lo más profundo de su alma percibía que era desleal a Yanama y al shogún, aunque "las cosas suceden por sí solas", sin intervención de la voluntad de los implicados. Así siente Japón, y así se le debe comprender, como un todo único y una sola forma de pensamiento. La guerra no acontece porque así se declara por una de las partes, sino que sucede por sí sola, por pura necesidad, y crece y se suceden los acontecimientos, marcados por la historia, su fuerza, tiempo y lugar. Por ello Hosokawa se sentía triste pero liberado...él no era responsable de la guerra civil que se desarrollaba en el seno del Imperio, ni su rival Yanama, si siquiera el shogún. Este razonamiento en el que todos se sienten implicados y, al mismo tiempo, liberados, es uno de los rasgos más identificativos de la cultura japonesa.
Por ello, sintió una amargura excesiva, que convulsionó su viejo corazón, al recibir la noticia de que Kasumi, El Hijo de la Niebla, se hallaba de vuelta en sus dominios. El traidor no conocía ese sentimiento de pertenencia a una colectividad y había demostrado ser una veleta que dirige su mirada hacia la senda que el viento marque en un determinado instante. Todo buen guerrero debe ser fiel a su clan, y asumir su condición de "hombre errante" como las olas del mar acuden a toda aquella playa que les da la bienvenida cuando dicho soldado pierde a su señor.
Kasumi lo tenía todo perdido. Hosokawa lo repudiaba, lo despreciaba profundamente. Las ambiciones de tan nefasto sujeto no se acordaban a las expectativas de ningún clan existente, todos sabios, todos honorables a pesar de las diferencias políticas. La traición a los miembros del grupo se paga muy cara, con la vida, y con la vida pagaría el innombrable, el desleal a su familia. Hosokawa ni siquiera contemplaba la posibilidad de que Kasumi siguiera viviendo bajo la condición de "ronin", el hombre ola que sirve solo a la justicia y vaga libre por el mundo. ¿A qué justicia serviría si desconoce el significado de la misma palabra?.

Las mujeres en el campamento pasaban ociosas las horas esperando el regreso de sus soldados. Hoshi aguardaba expectante el regreso de Taro, su corazón le indicaba que habrían sorpresas cuando volviera..."oh, por los Kami, que vuelva a mí", pensaba a cada segundo. Bara no era tan optimista; su intuición le mostraba un camino oscuro y difícil, no existía luz en su futuro pero confiaba en Nakamura. Pero Hanako era la más pesimista de todas. Pese a la tierna y enamorada despedida, aún vislumbraba nubes negras en el horizonte semejantes a cuervos que oscurecen el cielo azul de primavera.
Las tres mujeres decidieron celebrar una ceremonia sintoísta para recordar el alma de los difuntos en aquella guerra. Una forma de dar homenaje a los que dieron su vida por el Imperio, pertenecientes a un clan o al del rival, todos eran hijos de Japón.
Uno de los samuráis al cargo del campamento se ofreció como "sacerdote" para oficiar la ceremonia de homenaje a los fallecidos. Las mangas de su largo hábito blanco se enredaron momentáneamente con las ramas del sakaki, el árbol sagrado que agitó sobre las cabezas inclinadas de los asistentes a tan simbólica ceremonia. Las tablillas de madera, ordenadas alfabéticamente, con los nombres de los soldados muertos en combate; la primera de ellas, con la inscripción "Kazuo Miyaki no mikoto", el dios llamado Kazuo Miyaki,  elevaba a los altares divinos al recordado general. Y así todos fueron llorados, con ramas de sakaki que los presentes ofrecen a los difuntos y que simboliza su alma. Los vivos ofrecían presentes a sus muertos: sake, arroz, sal, agua, marisco, pescado seco, algas y verduras. La ceremonia terminaba con el ritual de juntar las manos y aplaudir tres veces, con lo cual se llama al fallecido a regresar a la unidad del núcleo familiar, a los amigos que lo amaron en vida y penetrar en sus corazones, manteniendo vivo el recuerdo de los momentos vividos.
Una vez finalizada la ceremonia, las mujeres recogieron las tablillas y las enterraron cerca del campamento. Una última oración acompañó a los seres queridos y del suelo fangoso se elevó un humo blanco apenas imperceptible. Hanako sintió una suave y perfumada presencia y algo le susurró al oído: "Ten fe, pequeña Flor...ten fe". Hanako se retiró a su tienda confortada y feliz.

Hosokawa Katsumoto quiso recibir al deslenguado traidor en ese mismo instante en que le fue comunicada su presencia en su territorio. Quería saber, conocer sus intenciones pero también deseaba adquirir nuevas pruebas de su traición y entregarlo al clan al que pertenecía, para que recibiera un justo castigo.
El daimyo esperaba con impaciencia...


SHINTÔ   : Sintoísmo, religión japonesa.

Nota de la autora Sintoísmo (del japonés Shinto (神道, shintō), a veces llamado shintoísmo, es el nombre de una religión nativa de Japón. Involucra la adoración de los kami o espíritus de la naturaleza. Algunos kami son muy locales y son conocidos como espíritus o genios de un lugar en particular, pero otros representan objetos naturales mayores y procesos, por ejemplo, Amaterasu, la diosa del Sol.

Actualmente el Sintoísmo constituye la segunda religión con mayor número de fieles de Japón tras el Budismo japonés.
El término Shinto se refiere a las actividades desarrolladas por los japoneses para venerar a todas las deidades del cielo y la tierra; su origen se remonta a los comienzos de Japón. Es considerada la religión originaria de Japón, un culto popular que puede describirse como una forma sofisticada de animismo naturalista con veneración a los antepasados, profundamente identificada con la cultura japonesa.

En un principio, esta religión étnica no tenía nombre; tras la introducción del budismo en Japón (durante el siglo VI), uno de las denominaciones que recibió fue Butsudo, que significa "la Vía del Buda". A fin de poder diferenciar el budismo de la religión nativa, ésta pronto llegó a ser conocida por el nombre de shinto. Este nombre, Shin-to, procede de una antigua palabra china que significa El camino de los Dioses. Los japoneses escogieron utilizar un nombre chino para su religión porque en ese tiempo (hace más de un milenio), el chino era la única lengua que tenía escritura en Japón, ya que este último pueblo no había desarrollado aún la escritura en su propio idioma. La frase que significa Shinto en japonés es Kami no michi.



Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Francisco Fernández Villalba.
Carma Carpentero: Haikus para Maiko IV.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.