O-KAERI NASAI

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jueves, 6 de mayo de 2010

RAN. Capítulo XIII. "EIEN" 永遠. El Vuelo de las Almas



Kyô made wa
Mada han-zora ya
Yuki no kumo

Yendo hacia Kyoto
Cubrían medio cielo
Nubes de nieve


Pensando en la muerte
Un pájaro cruza
Delante del sol
Kotori




Takeshi aferró con fuerza su katana. Jigoku despertó nuevamente a la vida bajo el tacto de su dueño, y su poder se adueñó del samurái, del aire y del espacio, de la mente, del cuerpo y de la vida, de la muerte y del más allá, pero sobre todo de justicia, del deseo de paz y futuro. Un guerrero con honor y respeto no siente deseos de venganza, únicamente desea que el orden de las cosas vuelva a su estado natural.
Y eso era lo que pretendía Takeshi, devolver las cosas a su estado primigenio, antes de que Ônin, La Destructora, se adueñara del caos existente y reinara durante largo tiempo. Eso, y no la venganza, era ahora objetivo y parte fundamental de su existencia, como Jigoku, como Hanako, como dejar que el dolor por la pérdida se adueñara de su cerebro para permitir a su corazón encontrar la paz. Sólo así habría un futuro digno para todos, cuando todo estuviera en su lugar.

Ajustó Jigoku a su cintura. Sora, su wakizashi, se acomodó a su lado cual fiel esposa. Akuma, su tantô, permanecía oculto tras las armas principales.
Buscó su kabuto, el casco protector y lo llenó de incienso. Hanako introdujo en él un pequeño paño de seda perfumado; en el caso de que la cabeza del soldado fuera decapitada, su aroma se esparciría con el viento, para un pronto encuentro con los dioses. El samurái miró a la flor y se perdió en sus rasgados ojos presos de una tristeza infinita. Se inclinó y la besó con dulzura, y con ansia, queriendo retener su espíritu. Acarició sus mejillas húmedas y la besó de nuevo en la frente, aspirando el aroma a limón de sus cabellos.
-Debes regresar a palacio, dejo a hombres de confianza contigo, ellos te acompañarán.
-Tengo miedo, no por mí, sino por tí, ¿cómo sabré que estás bien?.-Hanako no deseaba separarse del soldado.
-Confía en mí, te quiero más que al sol del Imperio, nada malo te ocurrirá.

Miró al cielo y montó con dificultad a Kamikaze, aún no repuesto del todo de sus heridas. Se colocó sobre la cabeza la estructura de metal, incienso y seda, miró a la mujer, a su mujer, una vez más, y gritó golpeando los flancos del caballo:
-¡Rumbo a Shinda, rumbo a palacio!
Y dejó a su corazón en medio del monte, desolada.



La comitiva fúnebre continuó su camino hacia la capital, con paso lento, al ritmo de tristeza que marcaban los caballos. La senda tampoco facilitaba el camino, plagada de arbustos, matorrales, espinos y altos árboles que ocultaban la luz del sol; sólo unos pequeños rayos del astro rey conseguían traspasar el espeso follaje, iluminando de tanto en tanto el camino. Takeshi estaba abstraído en sus pensamientos, en cómo iba a terminar esta guerra absurda. La victoria se había decantado por el clan Yanama, a favor del cual entregó su espada y su vida. El hijo de Ashikaga asumiría el poder, no su hermano. Aún así no estaba satisfecho, los campesinos habían pagado un alto precio para un final que tampoco aseguraría una mejora en sus vidas.
Realmente, se hallaba desolado, por el pueblo, por la barbarie sin sentido y por la necesidad de tener una vida tranquila junto a la mujer que amaba...deseaba una familia propia que diera sentido a todo aquello, una esperanza de futuro.
La vanguardia de la comitiva, adelantada en un par de días de marcha, reapareció en el horizonte para asegurar que el camino a Kyoto estaba despejado de enemigos, aunque pocos de éstos quedaban ya. La gran muralla protectora de la ciudad se hacía visible tras ellos.
Por fin alcanzaron la capital del Imperio.









El palacio del shogún era la mayor fortaleza que habían contemplado sus ojos. Hermoso y fuerte en su estructura, contenía en sus muros toda la majestuosidad que alzaban sus paredes, sus estancias y jardines llenos de sauces, buganvilias, sakuras en flor, almendros y árboles frutales, crisantemos y un sinfin de hermosas flores que le trajeron a su mente la imagen de su propia flor. Mas que un palacio, el imponente edificio se asemejaba a un templo, un recinto sagrado donde homenajear a sus muertos. Era el palacio una puerta hacia la Eternidad, propiedad de los héroes en tránsito hacia el cielo de sus antepasados a través de Shinda, el camino de los muertos, la estancia donde velarían los cuerpos caídos en combate.

Los caballos con su carga gloriosa traspasaron la puerta Eien, arrastrando sus pezuñas y caminando en un triste vaivén, danzando al compás del lamento y del cántico de las mujeres de palacio convocadas para la solemne ceremonia. Uno a uno, los cadáveres fueron descabalgados de sus monturas y fueron alzados en hombros por sus compañeros de armas, siendo finalmente depositados en el gran altar que sería su plataforma para alcanzar la eternidad. Las mujeres quemaron incienso, tanto, que la estancia pronto se vio invadida por una suave y perfumada neblina con aromas a azahar, sakura y limón. Los kabuto, los cascos protectores de cada uno de los soldados que dieron su vida por el Imperio, fueron rociados con las cenizas que se desprendían de las flores quemadas, para que su llegada al Más Allá estuviera rodeada de los olores de su tierra, la que tan noblemente defendieron.
Los cuerpos de los héroes se recubrieron con mortajas blancas, lino puro para abrigarlos, color de vida en la muerte. Sus espadas cortas se ajustaron a sus cinturas, y las mujeres, las concubinas del shogún, depositaron flores frescas en sus pechos.
Los amigos en el combate asieron con respeto las katanas que representaban las almas de sus compañeros, besaron con lentitud pasmosa el filo de cada una de ellas, ya sin brillo, y procedieron a emparejarlas con sus dueños, como si de una ceremonia nupcial se tratase. Unieron las manos muertas a las empuñaduras y se arrodillaron en señal de un profundo respeto, rodilla en el suelo, y, en mitad de un enorme silencio, unas ligeras sombras comenzaron a ascender de entre los muertos.
La penumbra de las horas tardías del atardecer consiguieron que las sombras danzaran contra los muros de Shinda, logrando perturbar los ánimos de los allí presentes. Takeshi miraba, maravillado, el vuelo de las almas hacia la eternidad. Sus ojos vislumbraban un trozo del cielo prometido, y, en su visión, escuchó palabras traídas a través del viento:
- Takeshi, ahijado, cuida de tu pueblo. Sigue luchando por lo que es justo, lleve el nombre que lleve. Ai shiteru, musuko.
La sombra se revolvió contra la fría pared y formó la silueta de un dragón fiero abriendo sus fauces.
Takeshi comprendió. Aún no había acabado todo.
Aún quedaba una larga lucha.


EIEN 永遠 : Eternidad.
JIGOKU : Infierno.
SORA : Cielo.
WAKIZASHI : Segunda espada del samurái, más corta que la katana, se utiliza en espacios cerrados.
AKUMA : Diablo.
TANTÔ : Cuchillo corto, daga.
SAKURA : Cerezo, árbol emblemático de Japón.
AI SHITERU : te quiero.
MUSUKO : Mi hijo.

Nota de la autora: Por más que he buscado, me ha sido imposible encontrar referencias sobre los funerales y enterramientos de los samurái. Todo el ritual que he descrito es fruto, pues, de mi imaginación, pero creo que bien podrían haber sido así, ¿no es cierto?. De todas formas, perdonad mi atrevimiento si realmente fueron muy distintos, esto es sólo mi modesto homenaje hacia una época y unas creencias maravillosas.

Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Antonio Cabezas.
"Pensando en la muerte". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

9 Hablan los Danna:

Xibeliuss dijo...

Si no eran asi los funerales, merecían serlo. Gran capítulo: solemne, emotivo.
Un abrazo, Carolina

Arena dijo...

Conmovedora tu forma de expresarlo.
Un homenaje pleno de un mas que merecido respeto hacia esas almas en busca de la eternidad.

Hôyô Carolina

Carolina dijo...

Arena-san, gracias, mi intención es precisamente el homenaje hacia unas creencias muy profundas que apenas los occidentales alcanzamos a comprender. Mi deseo sería que todos buscáramos esa eternidad con alegría, preparados para enfrentar la muerte como lo hacían los antiguos samurai.
Hôyô, Arena.

Sidel dijo...

Pues no se sí serían así, pero creo que es más bonito y espíritual como lo has contado tú, así que prefiero creer que en realidad son así...He sentido la tristeza que embarga a los vivos, la solemnidad con la que despiden a sus muertos.
Esta parte : Buscó su kabuto, el casco protector y lo llenó de incienso. Hanako introdujo en él un pequeño paño de seda perfumado; en el caso de que la cabeza del soldado fuera decapitada, su aroma se esparciría con el viento, para un pronto encuentro con los dioses.
Es tan brutal...y tu haces que parezca hermosa, es como sacar la belleza del horror. Me encantó. Besotes

Carolina dijo...

Sidel, gracias cielo.
Todo el ritual es invención, pero es como yo lo imagino en esta cabeza loca que tengo encima de mis hombros. He de investigar más sobre el tema, lo prometo, pero a mí me gusta pensar que eran así, o al menos, creo que debían ser muy parecidos.
Lo que sí es totalmente verídico es la utilización de incienso en el interior del kabuto con la finalidad que he descrito y que tanto te ha gustado.
Besotes de geisha.

Nieves Hidalgo dijo...

Carolina, pues yo no sé si tienes una cabeza loca o lo que tienes es una mente privilegiada. Hasta ver este comentario tuyo me he creído que todo el rito era real, porque es de una belleza inigualable.

Das una ritmo a la escritura que te hace amar a esta cultura. Nos acercas poco a poco, paso a paso, frase a frase.

Vamos, que eres un portento.

Montones de besos

Carolina dijo...

Nieves, si te digo que me pones las pilas, ¿me crees?. No sé si soy un portento como tu dices pero si sé que la imaginación se me dispara y vuela como saetas disparadas por los yabusame.
Me doy por satisfecha si logro conmover un poquito, o al menos, reflexionar sobre esta cultura tan sabia.
Montones de besos, madrina (yo ya te considero así), besos de geisha que admira tu talento.

Mián Ros dijo...

Hola Carolina,

Creo que el sentimiento que desarrollas en cada frase es el fruto del éxito de la misma. Haces que podamos invadir cada aledaño del pensamiento de cada uno de los personajes, de ahí que sintamos, al igual que ellos, la alegría, la muerte y la inseguridad que presienten en cada momento.

Es cierto que poco se ha escrito o visto de las honras por los samuráis. Tu funeral es puntual con lo acontecido y de este modo queda muy honorífico, y bien puede ser histórico y digno de aquella dinastía que con tanto placer describes.

Un abrazo, querida amiga.
Mián Ros

Carolina dijo...

Mián Ros, como siempre me resulta un inmenso placer recibir tus palabras.
Gracias por comprender el relato, por dedicarme tus pensamientos.
Como bien sabes, no encontré información con respecto al tema pero agradezco enormemente tus palabras.
Me voy a dormir con el alma en paz.
Un abrazo, amigo mío.