O-KAERI NASAI

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miércoles, 28 de abril de 2010

RAN. Capítulo XI. "KATANA" 刀. La Espada y el Cielo.




Daibutsu no
Fuyu-bi wa yama e
Utsurikeri

El sol de invierno
Se ha ido del Gran Buda
A la montaña

En el silencio
De la lluvia que amaina
La voz de un mirlo
Kotori



La fiebre no abandonaba el cuerpo de Takeshi y Hanako hizo ya todo cuánto estaba en sus manos. Hoshi la abrazó con dulzura, con lágrimas tiernas escapando de sus ojos. La concubina practicó las primeras curas en el costado del samurái; le quitó la armadura y rasgó, como pudo, su suave ropa interior, de un color rojo profundo y la sintió delicada como los pétalos de una amapola. "Mi vida, mi amor, no te me vayas, no ahora", susurró Hanako, "te necesito conmigo y te amo por encima de esta guerra cruel y sin sentido". Acarició el rostro enfebrecido del soldado y se inclinó para depositar un beso en sus labios.

Tetsu continuaba con su furiosa venganza. El recuerdo de Hiroshi cayendo abatido por las flechas enemigas le otorgaba más valor y confianza, más arrojo y coraje del que nunca había sentido. Kazuo lo traspasó con la mirada y ambos hombres bajaron la cabeza en señal de mútuo respeto; los dos, como un sólo rayo de luz, un sólo y único viento de furia, lanzaron un grito de guerra y se adentraron en el infierno de la batalla, una vez más, katanas en alto y el orgullo de sus tradiciones en la mirada, hacia el encuentro de una muerte justa.

Tetsu sucumbió el primero, mientras dejaba tras de sí un camino de dolor y pena. Kazuo le siguió con alegría, pensando en la gloria que les esperaba en el cielo. Ambos guerreros cayeron con honor, con la mirada atravesando el cielo y adorando al tímido sol de invierno, símbolo de su país.
Los soldados de Yanama cerraron un círculo de honor para proteger los cuerpos. No permitirían que fueran humillados ni mancillados, aunque sabían que los rivales respetarían a los muertos en combate, pero eran sus muertos y sus guerreros.
Tetsu soñaba...su espíritu se alzó entre las nubes de lluvia y lloró de inmensa alegría. Una sombra oscura se perfilaba en el horizonte, una sombra que le daba la bienvenida: "Tetsu, hermano, es mi honor recibirte y acompañarte al jardín de la Paz, saludos, mi fiel amigo". Antes de caer en el abismo, reconoció a Hiroshi esperándolo.
Kazuo también soñaba. La imagen de Kenshi Tetsuya salió a recibirlo, su compañero investido de color púrpura..."gracias a los dioses, sé que no estaré solo jamás", y atrapó el fuerte brazo de Tetsuya que lo acompañaría en el viaje eterno.
La muerte de ambos guerreros fue un acicate para los soldados de Yanama, que se lanzaron contra el enemigo con más furia que nunca, haciendo un compromiso único de honor con sus katanas, tensando al máximo las cuerdas de los arcos para sentir la canción de cuna que todo samurái escucha desde que es tan sólo un niño, la canción de su destino escrita en el momento en que nacieron por las cuerdas firmes del arco de guerra.
Todo estaba ya decidido.
La lucha se decidía por uno de los dos clanes.

Takeshi se debatía entre la vida y la muerte. En su delirio, soñó que se encontraba en la estancia de la Tranquilidad, hablando con Jigoku, su katana, el sable que era su compañía y su alma.

Jigoku susurraba a través de la reverberación de su hoja afilada agitada en el aire: "Sois un gran guerrero, mi Señor, lo supe desde el mismo instante en que el sensei forjador nos presentó y mi esencia se acopló a la vuestra. Soy en vuestras manos causante de penas, dolor y muerte, pero también de vida, protectora de lo que es justo, según vuestras creencias y vuestro corazón, que es el mío. La vida es dura como el acero que recubre mi cuerpo, pero es tan bella como la tsuba que protege tus manos en la lucha. Despierta, mi Señor, aún nos queda mucho camino por recorrer juntos".
Takeshi se revolvía entre covulsiones de fiebre, escuchando y respondiendo: "Mi fiel espada, eres mi luz en este camino de sangre, juntos, siempre juntos, quedan muchas cosas por hacer, muchas alegrías que compartir...Hanako, debo volver por ella...".
Suspiró fuertemente, tomó aire y abrió los ojos. Allí estaba, la flor más bella de oriente, su mujer y su vida. Por ella, valía la pena volver de entre los muertos.

Ajenos a los acontecimientos y a la muerte de sus compañeros, Hanako y Takeshi se miraron largamente, agradeciendo a los dioses volver a encontrarse de nuevo. La flor sostuvo la mirada del soldado y acarició su frente, sus ojos, sus fuertes labios. Takeshi aspiró su olor y besó aquellos pequeños y cálidos dedos que lo acariciaban tan suavemente. Con esfuerzo, pues el dolor lo mantenía clavado al suelo, se incorporó para besarla y acariciarla. Abrió su kimono y adoró su cuerpo tibio, sus pechos jóvenes, su increíble piel. Se derrumbó, sin fuerzas, deseando más, mucho más. Hanako se puso en pie y se desnudó dejando caer el kimono como caen los pétalos de la flor, sin prisas, delicadamente, hasta quedar frente a su mirada sin nada que pudiera ocultar, desnuda ante el hombre al que amaba con toda su alma. Se arrodilló y tomó las manos de Takeshi para llevarlas a sus pechos, el soldado se aferró a ellos como si se trataran de su tabla de salvación. Hanako se deslizó a horcajadas sobre su cuerpo y lo montó como una yegua salvaje, portando el ritmo, deseándolo con furia, queriendo unirse al samurái para toda la eternidad.
Y la unión fue perfecta, un regalo de los dioses.


La lucha, definitivamente, se inclinaba a favor del clan Yanama. Los hombres de Hosokawa se retiraban poco a poco, silenciosamente, para morir en paz debido a sus heridas, o para entregarse al ritual del seppuku, la única salida honorable para un guerrero vencido en la batalla. Los vencedores se retiraban en silencio, con la cabeza baja en señal de respeto por los perdedores; pero ellos también habían perdido, el sentimiento de tristeza por sus hermanos rivales, y el reconocimiento de que ya nada sería igual, los mostraban profundamente abatidos. El camino de sables en el aire, creando un techo protector para los que iban a morir, se perfiló en el cielo soleado que lucía en esos instantes. El mismo cielo que parecía querer dar la bienvenida a los nuevos guerreros de la eternidad, y el sol, el mismo sol para todos,  rendía homenaje a los súbditos del país, sin distinciones,  de los cuales se erigía en su símbolo.

Ashikaga recibía las noticias en el palacio y estaba desolado. Sabía de la traición de Hanako, su concubina preferida voló hacia el joven soldado discípulo de Kazuo, su general. Pero a, él jamás le importó la mujer, únicamente la muerte de su amigo lo acongojaba y le partía el alma en dos.
Dejó que sus pensamientos se unieran al viaje de Kazuo hacia la eternidad, y pensó que más le valdría dejar que Takeshi buscara y hallara su propia felicidad junto a la flor de oriente.
El shogún llamó a sus soldados y ordenó la búsqueda inmediata del traidor Kasumi.
-Lo quiero vivo, su cabeza rodará en el seppuku, y será lo último que mis ojos contemplen en esta vida. ¡Traédmelo!-, gritó el gobernador del imperio del sol naciente.

KATANA : Sable japonés (daitō), aunque en Occidente esta palabra es usada genéricamente para englobar a todos los sables japoneses "Katana" es el kunyomi (lectura japonesa) del kanji 刀; el onyomi (lectura china) es "tō" (pronunciado /to:/).
Se refiere a un tipo particular de sable de filo único, curvado, tradicionalmente utilizado por los samuráis. Su tamaño más frecuente ronda el metro de longitud y el kilo de peso.
El tipo de Katana más difundido en la actualidad es el conocido como "Oda Nobunaga", en alusión al shogún creador de dicho modelo, de hoja curva y alrededor de un metro de longitud total. Más información en el relato "Katana".
SEPPUKU : Ceremonia ritual del suicidio. En occidente se conoce como Harakiri, pero a los japoneses no les gusta utilizar esta palabra, pues significa, literalmente "abrirse el vientre".


Haikus:
Hoshino Tatsuko (1903-1984). Traducción de Antonio Cabezas.
Mercedes Pérez Collado- Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

8 Hablan los Danna:

Xibeliuss dijo...

Me gusta mucho como has enlazado la escena de la desolación al final de la batalla con el acto de amor de los protagonistas, siempre una promesa de esperanza. Siempre un camino por el que seguir.
Un abrazo, Carolina

Carolina dijo...

Gracias, Xibeliuss, la esperanza no puede perderse jamás y el amor, tampoco. Siempre habrá un camino para continuar.
Un abrazo, samurái de Sanabria.

Arena dijo...

Que imagen mas bonita, el camino de sables en el aire protegiendo a los que iban a morir...
Hôyô, Carolina

Carolina dijo...

Arena, creo que es así como se comportaban, rindiendo honores a los vencidos, pues luchaban tan noblemente como los vencedores y eso es algo digno de respeto para cualquier soldado.
Hôyô, amiga.

Sidel dijo...

Que bien que hayas permitido otro reencuentro de los amantes. Se han perdido grandes samurais en la batalla y he podido paladear la tristeza que les embargaba a todos después de terminar la batalla. Creo que son esos momentos, cuando caen de verdad en el sin sentido de tantas vidas desperdiciadas.
Lametones de lobo.

Carolina dijo...

Sidel, cuántas vidas perdidas. Mientras escribo lloro por todas y cada una de ellas, en la ficción, y en las que se perdieron en la realidad.
Besos de geisha.

Mián Ros dijo...

Hermosa narración, Carolina.
He tenido el sentimiento del soldado, abriendo su alma y su corazón hacia su compañera en la batalla y el sufrimiento: la fiel jigoku.
Un relato que sigue cobrando fuerza.

Abrazos, querida amiga,
Mián Ros

Carolina dijo...

Hola Mián Ros.
Es eso lo que pretendía. Para un samurái, su katana es su alma, su yo interior, además de compañera en la batalla. La katana escoge al soldado y lo acompaña hasta su muerte y muere con él. Ningún otro hombre sería capaz de empuñar el "alma" de otro hombre. El samurái le da un nombre para darle vida.
Abrazos, querido amigo.