O-KAERI NASAI

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jueves, 15 de abril de 2010

RAN. Capítulo VII. "ÔNIN NO RAN" 応仁の乱. Ônin, La Destructora



Yomosugari
Aki kaze kiku ya
Uri no yama

La noche entera
Oí el viento de otoño
En pleno monte

Desde la niebla
La llamada de un pájaro
Desconocido
Kotori



La guerra...-Kazuo suspiró de nuevo, con un estertor escapado de sus cansados pulmones, pero quería saber más.
 -Dime, hijo, cuéntamelo todo, ¡y no me escondas ni un solo detalle o juro que te arrancaré el corazón con mis propias manos!.-gritó el viejo como un león enjaulado buscando la libertad.
Takeshi sonrió amargamente, sabía que Kazuo no hablaba en serio, que sólo quería mantener un poco de la dignidad perdida junto a la decisión tomada por el shogún. Pero bien sabía el joven soldado que los acontecimientos eran fruto de decisiones ajenas que nada tenían que ver con el honor, mucho menos con la dignidad de un guerrero fiel a su señor y a su trabajo, al amor a su país y al servicio del pueblo y del emperador.
-Kazuo, los clanes no sólo buscan el enfrentamiento con Ashikaga, también desean que los campesinos se rebelen, pero lo que es aún peor, ellos...-lo miró sin saber continuar-, ellos...
-Habla de una vez o me tomaré en serio lo de arrancarte el corazón,-le susurró Kazuo con el alma ya tranquila frente al hecho consumado,-habla, Takeshi-san.
El ahijado, el niño que conservaba tan gratos recuerdos del general que le enseñó todos los artes de la guerra, se arrodilló frente al gran samurái que un día fue su protector, y que aún continuaba siéndolo, y empezó a relatar las conversaciones mantenidas con los daimyo:
-Mi señor, padre, sabéis muy bien que esto no se trata mas que de un tema puramente sucesorio. El clan Ashikaga, el clan de nuestro shogún, necesitaba un heredero. Ashikaga nombró a su hermano, Yoshimi, como tal a falta de hijos propios, pero tal circunstancia cambió cuando la esposa del gobernador dio a luz a Yoshihisha. Bien, pues el shogún desea cambiar sus planes y nombrar heredero a su propio hijo, decisión que ha provocado el enfrentamiento de los clanes de los daimyo Hosokawa y Yanama, partidarios los primeros, del hermano, y los segundos, del hijo.
-Takeshi, ¿pero qué más da?, ¿intentas decirme que el problema sucesorio, un problema que únicamente concierne al shogún y no al pueblo, nos va a conducir a una guerra entre hermanos?. Al pueblo no le importa el nombre de quién gobierne, sólo le importa no pasar hambre. Esto no es más que una excusa de los señores de la guerra para adquirir más poder, es inaudito. Ahora, no deberemos enfrentarnos únicamente a campesinos furiosos, sino que deberemos tomar partido y enfrentarnos a alguno de los dos clanes...dioses, no puedo creerlo.

Kazuo sintió tanta tristeza en su corazón que quiso aliviarla de la mejor manera que sabía. Se acercó con pasos cansados a la gran mesa que presidía el salón de su hacienda, abrió el tablero del Go, el juego tradicional con el que los guerreros aprendían lecciones de estrategia, e invitó a su querido discípulo a disputar una partida contra él, mente contra mente, inteligencia y sabiduría, juventud y experiencia. Takeshi aceptó con agrado; también él necesitaba jugar para pensar, pero antes debía ver a cierta persona, su alma se consumía de impaciencia. Sin haber podido pronunciar ni una sílaba su maestro habló leyéndole el corazón:
-Ve, hijo, ve a su encuentro y ámala como los dioses te enseñaron a hacerlo. Después de esta noche todo es incierto y deberás guardar en tu corazón aquello que te haga más fuerte. Vete...no me obligues a repetir mis palabras, vete.
Takeshi inclinó la cabeza, suavemente; giró sobre sus pasos y poco le faltó para echar a correr, tan impaciente se sentía por volver a ver a la flor que le hizo comprender otra primavera.
Salió al jardín y con un silbido suave atrajo a Kamikaze, su sombra entre los sakura esperando silencioso, paciente y feliz de volver junto a su dueño.
El caballo resopló y se agitó de pura alegría. "Espero que Hanako sienta lo mismo que tú, compañero", pensó acariciando las orejas del animal, y sonrió mostrando sus enormes ganas de tenerla de nuevo cerca.
"Kamikaze, fiel amigo, los hombres de este país siempre hacemos honor a nuestro nombre, así que, haz honor al tuyo y llévame volando a su lado".
El negro corcel comprendió al instante los pensamientos de su dueño, se revolvió y se alzó furioso contra la luz de la luna, pateó fuertemente el suelo y giró su negra cabeza para mirar al soldado y decirle con sus ojos que lo sabía, que sentía su necesidad, y que en un instante lo llevaría junto a ella. No necesitó más, una vez que Takeshi se amoldó a su grupa, Kamikaze supo lo que debía hacer y corrió como el viento, al galope, haciendo honor a su nombre.



No podía concentrar su mirada en el horizonte recortado por el monte Hiei, más allá de las puertas de su mundo; no podía pensar salvo en unos brazos fuertes, una melena larga color de la noche y unos ojos negros como pozos oscuros en los que nada se reflejaba, nada, salvo su alma.
La inquietud era su mejor amiga desde hacía varias noches, las mismas que llevaba sin ver a Takeshi. Comenzó a pensar en sus sentimientos. ¿Cómo pudo traicionar así al shogún?, pero, ¿cómo no hacerlo sin traicionar a su corazón?. No podía dejar de amarlo, que los dioses la perdonaran, pero no podía, y tampoco quería hacerlo.
Las nubes se desplazaban rápidas en sus sueños, pensamientos de paz y futuro...ah! Takeshi, chikushô!, ¿qué podemos esperar de todo esto?.
Sus sentidos obnubilados y ausentes despertaron en el momento en que escuchó, -¿o creyó escuchar?- un suave silbido familiar proveniente de las oscuras luces de la estancia Kiyoshi, ay, prometió que si alguna vez tuviera una hija, ése nombre le pondría, por tanto que significaba para ella.
Olvidó sus ropas, sus zapatillas, salió en volandas al sendero de sakuras y budas que conducían a la habitación de la Tranquilidad. Sus pasos se detuvieron de repente al tropezar con una negra cabeza de animal.
-Kamikaze, amigo, shhh... -intentaba tranquilar Hanako al caballo, acariciándolo.- Si tú estás aquí es que cumpliste tu promesa y lo trajiste de nuevo a mi lado. Díme que Zensei te acompaña, dime que vienes con él.
El caballo fijó sus ojos en los de la concubina hablándole en un lenguaje mudo que sólo los puros de corazón podían entender, el idioma que abre nuevos ojos al mundo, y Kamikaze le dio a entender que sí, que había cumplido su promesa.
Y como si el destino quisiera confirmar el pensamiento del caballo, Hanako sintió un suave y al mismo tiempo trepidante y arrasador tifón cerca de su nuca, muy cerca, abrasándola como si el viento se hubiera transformado en volcán sin haber pedido permiso a los dioses, tan fuerte era la sensación. Un intenso calor inundó sus sentidos al percibir que unas manos absorvían ese mismo calor, atrapaban sus pechos y la dejaban sin aliento, acariciándola con tanta ternura que creyó fundirse en la lava del mismo volcán originado por el viento. Si ha de haber una guerra, qué me importa. Si ha de morir alguien, que sea yo. Si realmente el Imperio debe sobrevivir, doy mi vida por él, pero que esto no acabe nunca, nunca.
Hanako se giró para enfrentarse a su propia alma,  alzó los brazos para atrapar la suave coleta de samurái que lucía Takeshi en su cabeza. La deshizo tiernamente, anudando los cabellos a sus manos, deleitándose en la seda de su tacto, aspirando el aroma de magnolio que desprendían sus mechones, permitiendo que una cortina de seda negra cayera sobre los ojos del soldado.
Takeshi permitió que le despojara de sus ropas, que lo acariciara y que lo absorviera como al mismo aire, pensando hacer lo mismo con ella, con sus suspiros y sus gemidos, con su mismo aliento, tocando y admirando cada suave pliegue de su piel, cada marca, cada curva que lo llevaba a la locura, cada mirada que le devolvía la cordura. La amaba, más allá de su propia razón. Juró que daría su vida por ella, sólo por ella.
También dejó de importarle el Imperio por esos minutos de gloria. Y la guerra que se avecinaba, qué le importaba la guerra... dejó a sus sentidos sentir, a su corazón latir y acarició a Hanako hasta que creyó morir, deslizando sus manos como mariposas celebrando el chanoyu sobre el cuerpo de la mujer amada, agua hirviendo sobre su piel, cicatrices mejor bienvenidas que aquellas que Jigoku no pudo contener, su alma de acero y fiel compañera...hasta que conoció a Hanako.
Dos almas en diferentes sustancias; Hanako representaba su vida y su otro yo y Jigoku...también; la diferencia estaba en que la mujer podía sobrevivir cuando él muriera, la espada jamás podría hacerlo, la indomable katana moriría con él.
De ahí que Takeshi quisiera tenerlas a las dos, a Jigoku y a Hanako, antes de partir hacia el futuro tan poco prometedor que se avecinaba. Hanako besó su boca llenándola de promesas y Jigoku se entregó a  su esencia, Nagasa, absorviendo su longitud y todo lo que ella traía tras de sí. Continuaron las caricias, los pechos de Hanako se alzaron para recibir a su dueño; Takeshi bebió de ellos como si le faltara el agua y rezó para que los dioses le dieran fuerzas para afrontar al inmenso ciclón contra el que debía encontrarse, pero se vio envuelto en una marea de sensaciones y en una tormenta que no esperaba entre los brazos de Hanako. La miró con fascinación, sus ojos adoraron su cuerpo desnudo, ni siquiera se atrevía a tocarla por no ensuciar su dulce belleza, por no marchitar la flor que descansaba junto a él. Pero la flor abría sus pétalos para el soldado y le tomó las manos llevándolas hacia su más profundo latido, para llenarla de un sentimiento tan intenso y cálido como los rayos del sol. Takeshi tomó lo que ella le ofrecía y la escuchó murmurar..."Soy tuya, paato roku kokoro mo karada mo"... y se sintió capaz de viajar hasta el mismo infierno.

Los amantes se despidieron con un hondo pesar por la incertidumbre que les acompañaría esos días, quizás semanas o meses de separación. Hanako entregó a Takeshi unos menukis para adornar su katana, para que jamás olvidara esa noche. El samurái los cogió y los apretó en su puño, se arrodilló ante su mujer y dejó que su corazón hablara.
-Hanako-san, mi vida y mi alegría. Guardo tu recuerdo en mi corazón y pase lo que pase volveré a buscarte, lo juro. Sayonara, ai!




No volvió la vista atrás, desconsolado cabalgó de nuevo hasta encontrar el camino, buscó a Kazuo, necesitaba hablar con él, y, quizás comenzar aquella partida de Go que le propuso hacía unas pocas horas antes, pero no se sentía con ánimos, sólo deseaba hablar, largo y tendido.
Mientras buscaba al viejo general por los pasillos de su hacienda, Takeshi no dejaba de pensar una y otra vez en la misma palabra, el mismo acontecimiento..."Guerra"...hermosa y terrible palabra a un mismo tiempo. Una guerra que pronto tendría un nombre propio: Ônin, conocida popularmente por los ashigaru, los campesinos armados que empezaban a bajar del monte Hiei como "La Destructora".

ÔNIN NO RAN : Guerra de Ônin.
GO : Juego de estrategia tradicional japonés, el equivalente al ajedrez o las damas, aunque salvando las distancias. Era, y sigue siendo, un juego al que adiestraban a los soldados para entretenerse, y al mismo tiempo, para aprender sobre inteligencia y estrategia militar; es un juego que desarrolla la memoria, la visión de campo y la astucia.
KAMIKAZE : Viento Divino.
SAKURA : Cerezo, árbol emblemático japonés.
CHIKUSHÔ : Lit. "animal salvaje o bestia", significa "maldita sea", expresión utilizada cuando algo no sale bien, cuando hay algún contratiempo o nos topamos con un revés.
ZENSEI : Máxima prosperidad.
CHANOYU : Ceremonia del té.
JIGOKU : Infierno, nombre de la katana de Takeshi.
NAGASA : Longitud de la katana.
PAATO ROKU KOKORO MO KARADA MO : En cuerpo y alma.
MENUKIS :  Los menukis son amuletos, generalmente regalo de la familia para que quien los llevara retornara victorioso de las batallas o por lo menos para que si debía morir tuviese la “suerte” o “fuerza” para que fuera con honor, es por ello que originalmente se llevaban donde se los pudiera tocar con la yema de los dedos. Otras tantas veces quien encargaba una espada, debía llevar con él, como testigos, sus menukis, para avalar que quien los portaba era digno poseedor de la hoja que habría de blandir.
SAYONARA : Adiós.
Ai : Amor.

Nota de la autora: El clan Ashikaga (足利氏, Ashikaga-shi) fue un importante clan japonés que se estableció en el shogunato Ashikaga y obtuvo el poder del shogunato durante la era Muromachi por más de doscientos años. Fue una rama del clan Minamoto y muchos clanes se derivaron de éste incluyendo el clan Hosokawa, el clan Imagawa, el clan Kira, el clan Shiba y el clan Isshiki.

La guerra Ōnin (応仁の乱, Ōnin no Ran) fue una guerra civil que duró 10 años (1467 a 1477),  durante el período Muromachi y que dio comienzo al período Sengoku. Una disputa entre Hosokawa Katsumoto y Yamana Sôzen, líderes de los clanes Hosokawa y Yanama, se convirtió en una guerra nacional que acabó con el shogunato Ashikaga y varios daimyō en muchas regiones de Japón.
Por otra parte, en este relato procuro ser fiel a los hechos históricos ocurridos, pero me permito ciertas licencias que, creo, no afectan a los hechos: el nombrar a Ônin como "La Destructora" es fruto de mi imaginación, no es un dato histórico.

Haikus:
Kawai Sora (1649-1710). Traducción de Antonio Cabezas.
Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

10 Hablan los Danna:

Xibeliuss dijo...

Como tantas veces, los poderosos sirviéndose de los humildes para sus propios fines. ¡Que facil es prender el fuego!
Ahora que, fuego, el del encuentro de los amantes.
Yo, que no soy precisamente un soldado, habría dejado quemarse el Imperio! ;-)
Un abrazo, carolina

Carolina dijo...

Xibeliuss, es cierto, y la historia está llena de ejemplos al respecto.
Sí, hay fuego, hasta el teclado del ordenador echaba humo!
¿Cómo que no eres un soldado? Sí lo eres al defender con tanta pasión tu tierra. Un secreto: para mí eres el Samurái de Sanabria.
Un abrazo, soldado!

Arena dijo...

Yo maldigo las guerras aunque sean necesarias para alcanzar un acuerdo o la perseguida Paz.
Carolina... cuánto Ai hay entre Hanako y Takeshi y que bien describes cada paso de mutua entrega.
Hôyô

Carolina dijo...

Yo también las maldigo, Arena, mejor sería que los hombres utilizáramos las palabras para alcanzar acuerdos.
Sí, querida, hay mucho amor entre ellos, me está dando una envídia...
Me alegra que te haya gustado, gracias por seguir esta historia.
Hôyô, Arena.

Belén dijo...

Poco tiempo para saborear ada capítulo. Dentro de nada se me empezarán a escapar (justo cuando esté todo de lo más interesante). Espero que descanses el fin de semana.

Carolina dijo...

Sí Belén, no te preocupes que no te vas a perder nada. Necesito un descanso.

Mián Ros dijo...

Una vez más, me dejas sin palabras. La intensidad del escrito me hace inconscientemente retener el aliento en cada párrafo por miedo a que mi propia respiración despiste a mis sentidos; bravo, Carolina.

La incursión de datos sobre la época en la que transcurre la historia, y los nombres que aportas de la cultura oriental, ensamblan de manera increíble tu complicidad con la historia para deleite del lector. Enhorabuena.

Un fuerte abrazo, amiga.
Mián Ros.

Carolina dijo...

Querido Mián Ros, como siempre, gracias, muchas gracias por tus palabras. Es cierto lo que dices, intento ser cómplice con la historia, creo que es la única forma de transmitirla y hacer el relato creíble; si no me implicara en ella sería incapaz de escribir una sola palabra.
Siempre digo que eres muy generoso conmigo.
Un abrazo enorme, querido amigo.

Sidel dijo...

tan impaciente se sentía por volver a ver a la flor que le hizo comprender otra primavera.
Que frase más hermosa para describir el amor...
El encuentro de los amantes me ha dejado abrumada, creo que con lo que estan sintiendo, si mueren en la guerra jamás podrán arrebatarles el sentimiento de haber estado en el paraíso, porque eso sería para mi el paraíso.
Ha sido un relato lleno de pasión, dulzura, frenesí. Esta claro que eres una artista Carolina, me ha encantado! Lametones de lobo.

Carolina dijo...

Gracias lobito, siempre dándome ánimos, te quiero, besotes.