O-KAERI NASAI

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miércoles, 28 de abril de 2010

RAN. Capítulo XI. "KATANA" 刀. La Espada y el Cielo.




Daibutsu no
Fuyu-bi wa yama e
Utsurikeri

El sol de invierno
Se ha ido del Gran Buda
A la montaña

En el silencio
De la lluvia que amaina
La voz de un mirlo
Kotori



La fiebre no abandonaba el cuerpo de Takeshi y Hanako hizo ya todo cuánto estaba en sus manos. Hoshi la abrazó con dulzura, con lágrimas tiernas escapando de sus ojos. La concubina practicó las primeras curas en el costado del samurái; le quitó la armadura y rasgó, como pudo, su suave ropa interior, de un color rojo profundo y la sintió delicada como los pétalos de una amapola. "Mi vida, mi amor, no te me vayas, no ahora", susurró Hanako, "te necesito conmigo y te amo por encima de esta guerra cruel y sin sentido". Acarició el rostro enfebrecido del soldado y se inclinó para depositar un beso en sus labios.

Tetsu continuaba con su furiosa venganza. El recuerdo de Hiroshi cayendo abatido por las flechas enemigas le otorgaba más valor y confianza, más arrojo y coraje del que nunca había sentido. Kazuo lo traspasó con la mirada y ambos hombres bajaron la cabeza en señal de mútuo respeto; los dos, como un sólo rayo de luz, un sólo y único viento de furia, lanzaron un grito de guerra y se adentraron en el infierno de la batalla, una vez más, katanas en alto y el orgullo de sus tradiciones en la mirada, hacia el encuentro de una muerte justa.

Tetsu sucumbió el primero, mientras dejaba tras de sí un camino de dolor y pena. Kazuo le siguió con alegría, pensando en la gloria que les esperaba en el cielo. Ambos guerreros cayeron con honor, con la mirada atravesando el cielo y adorando al tímido sol de invierno, símbolo de su país.
Los soldados de Yanama cerraron un círculo de honor para proteger los cuerpos. No permitirían que fueran humillados ni mancillados, aunque sabían que los rivales respetarían a los muertos en combate, pero eran sus muertos y sus guerreros.
Tetsu soñaba...su espíritu se alzó entre las nubes de lluvia y lloró de inmensa alegría. Una sombra oscura se perfilaba en el horizonte, una sombra que le daba la bienvenida: "Tetsu, hermano, es mi honor recibirte y acompañarte al jardín de la Paz, saludos, mi fiel amigo". Antes de caer en el abismo, reconoció a Hiroshi esperándolo.
Kazuo también soñaba. La imagen de Kenshi Tetsuya salió a recibirlo, su compañero investido de color púrpura..."gracias a los dioses, sé que no estaré solo jamás", y atrapó el fuerte brazo de Tetsuya que lo acompañaría en el viaje eterno.
La muerte de ambos guerreros fue un acicate para los soldados de Yanama, que se lanzaron contra el enemigo con más furia que nunca, haciendo un compromiso único de honor con sus katanas, tensando al máximo las cuerdas de los arcos para sentir la canción de cuna que todo samurái escucha desde que es tan sólo un niño, la canción de su destino escrita en el momento en que nacieron por las cuerdas firmes del arco de guerra.
Todo estaba ya decidido.
La lucha se decidía por uno de los dos clanes.

Takeshi se debatía entre la vida y la muerte. En su delirio, soñó que se encontraba en la estancia de la Tranquilidad, hablando con Jigoku, su katana, el sable que era su compañía y su alma.

Jigoku susurraba a través de la reverberación de su hoja afilada agitada en el aire: "Sois un gran guerrero, mi Señor, lo supe desde el mismo instante en que el sensei forjador nos presentó y mi esencia se acopló a la vuestra. Soy en vuestras manos causante de penas, dolor y muerte, pero también de vida, protectora de lo que es justo, según vuestras creencias y vuestro corazón, que es el mío. La vida es dura como el acero que recubre mi cuerpo, pero es tan bella como la tsuba que protege tus manos en la lucha. Despierta, mi Señor, aún nos queda mucho camino por recorrer juntos".
Takeshi se revolvía entre covulsiones de fiebre, escuchando y respondiendo: "Mi fiel espada, eres mi luz en este camino de sangre, juntos, siempre juntos, quedan muchas cosas por hacer, muchas alegrías que compartir...Hanako, debo volver por ella...".
Suspiró fuertemente, tomó aire y abrió los ojos. Allí estaba, la flor más bella de oriente, su mujer y su vida. Por ella, valía la pena volver de entre los muertos.

Ajenos a los acontecimientos y a la muerte de sus compañeros, Hanako y Takeshi se miraron largamente, agradeciendo a los dioses volver a encontrarse de nuevo. La flor sostuvo la mirada del soldado y acarició su frente, sus ojos, sus fuertes labios. Takeshi aspiró su olor y besó aquellos pequeños y cálidos dedos que lo acariciaban tan suavemente. Con esfuerzo, pues el dolor lo mantenía clavado al suelo, se incorporó para besarla y acariciarla. Abrió su kimono y adoró su cuerpo tibio, sus pechos jóvenes, su increíble piel. Se derrumbó, sin fuerzas, deseando más, mucho más. Hanako se puso en pie y se desnudó dejando caer el kimono como caen los pétalos de la flor, sin prisas, delicadamente, hasta quedar frente a su mirada sin nada que pudiera ocultar, desnuda ante el hombre al que amaba con toda su alma. Se arrodilló y tomó las manos de Takeshi para llevarlas a sus pechos, el soldado se aferró a ellos como si se trataran de su tabla de salvación. Hanako se deslizó a horcajadas sobre su cuerpo y lo montó como una yegua salvaje, portando el ritmo, deseándolo con furia, queriendo unirse al samurái para toda la eternidad.
Y la unión fue perfecta, un regalo de los dioses.


La lucha, definitivamente, se inclinaba a favor del clan Yanama. Los hombres de Hosokawa se retiraban poco a poco, silenciosamente, para morir en paz debido a sus heridas, o para entregarse al ritual del seppuku, la única salida honorable para un guerrero vencido en la batalla. Los vencedores se retiraban en silencio, con la cabeza baja en señal de respeto por los perdedores; pero ellos también habían perdido, el sentimiento de tristeza por sus hermanos rivales, y el reconocimiento de que ya nada sería igual, los mostraban profundamente abatidos. El camino de sables en el aire, creando un techo protector para los que iban a morir, se perfiló en el cielo soleado que lucía en esos instantes. El mismo cielo que parecía querer dar la bienvenida a los nuevos guerreros de la eternidad, y el sol, el mismo sol para todos,  rendía homenaje a los súbditos del país, sin distinciones,  de los cuales se erigía en su símbolo.

Ashikaga recibía las noticias en el palacio y estaba desolado. Sabía de la traición de Hanako, su concubina preferida voló hacia el joven soldado discípulo de Kazuo, su general. Pero a, él jamás le importó la mujer, únicamente la muerte de su amigo lo acongojaba y le partía el alma en dos.
Dejó que sus pensamientos se unieran al viaje de Kazuo hacia la eternidad, y pensó que más le valdría dejar que Takeshi buscara y hallara su propia felicidad junto a la flor de oriente.
El shogún llamó a sus soldados y ordenó la búsqueda inmediata del traidor Kasumi.
-Lo quiero vivo, su cabeza rodará en el seppuku, y será lo último que mis ojos contemplen en esta vida. ¡Traédmelo!-, gritó el gobernador del imperio del sol naciente.

KATANA : Sable japonés (daitō), aunque en Occidente esta palabra es usada genéricamente para englobar a todos los sables japoneses "Katana" es el kunyomi (lectura japonesa) del kanji 刀; el onyomi (lectura china) es "tō" (pronunciado /to:/).
Se refiere a un tipo particular de sable de filo único, curvado, tradicionalmente utilizado por los samuráis. Su tamaño más frecuente ronda el metro de longitud y el kilo de peso.
El tipo de Katana más difundido en la actualidad es el conocido como "Oda Nobunaga", en alusión al shogún creador de dicho modelo, de hoja curva y alrededor de un metro de longitud total. Más información en el relato "Katana".
SEPPUKU : Ceremonia ritual del suicidio. En occidente se conoce como Harakiri, pero a los japoneses no les gusta utilizar esta palabra, pues significa, literalmente "abrirse el vientre".


Haikus:
Hoshino Tatsuko (1903-1984). Traducción de Antonio Cabezas.
Mercedes Pérez Collado- Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

lunes, 26 de abril de 2010

RAN. Capítulo X. "EIKÔ" 栄光. El Honor del Soldado.

Ara totô
Aoba wakaba no
Hi no hikari

Qué gloria
Las hojas verdes, las hojas jóvenes
Bajo la luz del sol


Bosque umbrío
Junto al agua del deshielo
Una tumba sin nombre


Kotori


Kazuo interceptó el segundo golpe dirigido a su joven soldado evitando la muerte segura de éste. Esquivó como pudo un tercer y cuarto giro de sable de los hombres que defendían al traidor. Una sombra negra se interpuso entre los rivales, alzando los cuartos traseros, mientras Hiroshi y Tetsu intentaban arrastrar el cuerpo sin conocimiento de Takeshi. Taro, el fiel y veterano soldado de sienes plateadas, compañero y amigo de Kazuo, acudía en ayuda del grupo junto a diez de sus hombres. Kasumi, viéndose impotente ante la situación que tan drásticamente había cambiado de color, decidió retirarse siguiendo su cobarde comportamiento.

Los ashigaru que seguían combatiendo, ensartaban los cuerpos de los soldados con sus espadas y con sus yari, un cuerpo tras otro, provocando que se mantuvieran en pie durante unos pocos segundos, como muñecos de trapo, para caer en unos instantes al suelo, reventados y con los ojos desorbitados por la conciencia de la muerte.
Los arqueros hicieron su aparición con sus largos yumi, rodillas apoyadas en tierra, disparaban una lluvia letal de flechas sobre los hombres de ambos daimyô, sin distinciones, recibiendo a su vez una nueva lluvia de saetas lanzadas por los arqueros samurái de los clanes enemigos, los yabusame, temibles por sus certeros disparos cabalgando sobre sus corceles en rápida carrera, más veloces que el mismo viento, alzando sus dai-kyu como si fueran veletas al compás de los caprichos de los dioses.




El día se tornó aún más oscuro para los combatientes.
Los hombres de Kazuo transportaron rápidamente el cuerpo inconsciente de Takeshi hacia la zona neutral,; se desangraba velozmente, como el viento huracanado que comenzaba a arrastrar una fina lluvia venida del norte.
La herida en el costado del samurái era enorme y no presagiaba nada bueno. Taro la taponó con jirones de tela de su propio fundoshi, apretando con fuerza, como si su mismo corazón fuera perdiendo la vida a través de aquel corte. Subieron el cuerpo a lomos de Kamikaze y Taro azuzó al animal para que corriera haciendo honor a su nombre, y a duras penas, logró montarlo mientras iniciaba su frenético galope.

En el campo de batalla Kazuo y sus hombres luchaban sin descanso y sin tregua. El enemigo era tan fuerte como ellos, tan luchadores y tan honorables como ellos. Cada vida sesgada era un pedazo del propio corazón el que moría con ellas; cada alma que viajaba al más allá era la propia alma la que marchaba junto a ellas. Cada corazón que dejaba de latir era la propia vida aniquilada. La muerte recibida de manos de un hermano es la muerte más dolorosa que existe. Pero los dioses así lo decidieron, aquellos que eran ajenos al sufrimiento humano así lo habían dispuesto, desde la comodidad del inframundo.
Hiroshi se ajustó la hachimaki para contener el sudor que caía sin pausa sobre sus ojos, volvió a colocarse el kabuto y apreto la máscara de protección, su segunda piel, hoate, contra su rostro. Una vez comprobó que Takeshi se hallaba a salvo con Taro, su maestro y comandante, volvió al campo de batalla.
La primera flecha que recibió le atravesó el abdomen. La segunda, invadió su corazón. La tercera ya no la sintió. Su cuerpo desmadejado cayó hacia el abismo profundo de la semiinconsciencia que precede a la muerte...una fuerte luz se abrió camino ante sus ojos y sus hermanos estaban ahí, ¿cómo era posible?.
La paz infinita se adueñó de su espíritu y voló , sin dolor, sin reproches, sin ansiedades ocultas, sin nada salvo su yo real y su esencia, hacia la más profunda eternidad. Hiroshi, el hombre generoso, murió noblemente al servicio de un país al que amaba pero que no comprendía. Tetsu gritó en un llanto salvaje, impotente, y arrastró el cuerpo sin vida de su compañero, abrazándolo, susurrándole palabras de vida al oído, animándole a despertar, sabiendo que todo esfuerzo era ya inútil. Hiroshi había encontrado la vida eterna y danzaba con sus antepasados en un inmenso jardín lleno de alegría y de dolor para Tetsu.
Abrazó el cadáver de su compañero y sus lágrimas se confundieron con la pequeña lluvia y con el tímido sol que acariciaba sus caras desde hacía horas.
"Buen viaje, hermano, buena vida tenga tu espíritu y tu espada. Espérame en el más allá, prometo cabalgar veloz para encontrarnos". Tetsu se derrumbó en la hierba, entre los restos de la batalla. Lloró como un niño al que arrebatan su hermano mayor, lo más preciado, a su amigo y confidente y se revolvió fiero acudiendo de nuevo a la batalla para rendir honores de venganza en memoria de Hiroshi..."a partir de este instante tu muerte será mi vida", y alzó los ojos al cielo entregándose a la lucha.



Taro cabalgaba sin descanso y sentía sed, quería agua y pagaría por obtenerla, pero no se detendría hasta que Takeshi estuviera a salvo y fuera atendido, no podía pensar en sí mismo y en sus necesidades, sólo podía cabalgar, correr y esperar a que todo estuviera bien, pero...sintió una punzada en el corazón y supo al instante que alguno de sus hermanos en la lucha había emprendido el vuelo sin retorno hacia la inmensidad del más allá y lloró silenciosamente, pero sin darse tregua en el galope, no podía perder a otro hermano, no, por los dioses, no podía perder a Takeshi.
La distancia era enorme y se confabulaba para que el tiempo transcurriera lentamente, haciéndole temer por la vida del joven soldado.

Hanako recibió el mensaje de Kazuo a través de Hoshi, su fiel sirvienta y amiga, su querida compañera. Kazuo envió a uno de sus más leales soldados para transmitir a la concubina que estuviera preparada para los acontecimientos que se desatarían y que, probablemente hubiera de ayudar a los heridos en combate. Pero Hanako no sabía que su ayuda supondría la mayor deslealtad y traición hacia el shogún Ashikaga, y tampoco que poco le importaba al gran señor sus sentimientos. Tampoco imaginaba que Takeshi, su alma, necesitaría de su ayuda y fortaleza.

Taro frenó la carrera del caballo y lo palmeó en los flancos, felicitándole por seguir haciendo honor a su nombre. Bajó con alguna dificultad el cuerpo de Takeshi y lo aupó sobre sus espaldas, dirigiéndose hacia la pequeña estancia enclavada en el corazón de Hiei, la montaña, en un lugar oculto a los hombres que luchaban en el claro abierto y despejado del mismo monte. Hanako se encontraba allí, esperando recibir a los heridos, sin pensar que fuera su alma la que llegaría en ese instante. Una vez Taro depositó su cuerpo en sus brazos, tocó su frente; ardía de fiebre y empezaba a delirar. Hanako se desesperó pero contuvo la calma. No quedaba tiempo, el tiempo se le escapaba...

EIKÔ : Gloria.
YARI : Lanza de hoja recta.
YUMI : Arco clásico utilizado por los soldados de a pie (ashigaru).
DAI-KYU : Arco largo que se usa a caballo.
YABUSAME : Samuráis expertos en el tiro con arco a caballo. La técnica del uso del arco a caballo necesitaba de mucha práctica, ya que sólo se podía disparar por el lado izquierdo del jinete y se contaba con un ángulo de disparo de 45º. Esto se complicaba en mayor medida si el jinete portaba una armadura. Durante el periodo Sengoku el tiro con arco se combinó con el uso de arcabuceros ashigaru. El arcabuz fue introducido por los portugueses por medio de una nave pirata china en 1543 y los japoneses lo adoptaron con éxito en una década.
FUNDOSHI : Debajo de la armadura o de su propia vestimenta, la ropa interior que utilizaban los samuráis era conocida como fundoshi (褌), el cual era una especie de taparrabos hecho a base de lino o algodón.
HACHIMAKI : Un hachimaki (鉢巻) es una cinta, normalmente de tela roja o blanca, que los japoneses se anudan en la cabeza como símbolo de esfuerzo o constancia. Es una palabra compuesta de hachi (frente) y maki (cinta), pues la cinta cubre la frente, que es donde suele exhibirse algún símbolo o palabra relacionados con la perseverancia y la voluntad de éxito del portador de la cinta;  además, soporta el peso del casco (Kabuto).
HOATE : Máscara para proteger el rostro utilizada por algunos samurái.

Nota de la autora: La palabra samurái (侍) generalmente es utilizada para designar una gran variedad de guerreros del antiguo Japón, si bien su verdadero significado es el de una élite militar que gobernó el país durante cientos de años.

El origen del samurái se data en el siglo X y se fortaleció al concluir las Guerras Genpei a finales del siglo XII, cuando fue instituido un gobierno militar bajo la figura del shōgun, por el cual el Emperador de Japón quedó a su sombra como un mero espectador de la situación política del país. Su momento cumbre tuvo lugar durante el período Sengoku, una época de gran inestabilidad y continuas luchas de poder entre los distintos clanes existentes, por lo que esta etapa de la historia de Japón es referida como «período de los estados en guerra». El liderazgo militar del país continuaría a manos de esta élite hasta la institución del shogunato Tokugawa en el siglo XVII por parte de un poderoso terrateniente samurái (conocidos como daimyō) llamado Tokugawa Ieyasu, quien paradójicamente, al convertirse en la máxima autoridad al ser nombrado como shōgun, luchó por reducir los privilegios y estatus social de la clase guerrera, proceso que finalmente culminó con su desaparición cuando el emperador retomó su papel de gobernante durante la Restauración Meiji en el siglo XIX.


Históricamente la imagen de un samurái estuvo más relacionada con la de un arquero a caballo que con la de un espadachín, y no fue sino hasta que reinó una relativa paz cuando la espada adquirió la importancia con la que la relacionamos en nuestros días.

Haikus:
Matsuo Bashô (1644-1944). Traducción de José Luis Martínez.
"Bosque Umbrío". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 21 de abril de 2010

RAN. Capítulo IX. "HAKAI" 破壊. El Sonido de las Armas.







Nozarashi wo
Kokoro ni kaze no
Shimu mi kana

A la intemperie
Se va infiltrando el viento
Hasta mi alma





Monte Hiei, al noreste de Kyoto, Japón, 1467

La guerra dio comienzo en un día lluvioso y triste.
Ônin despertaba al fin iniciando el Período Sengoku.
Los ashigaru alzaron las espadas, bastones y herramientas del campo, y los ji-samurái blandieron sus katanas y sus wakizashi, sus tantô aguardaban escondidos. Las mujeres también decidieron luchar, sus naginatas eran las primeras en verse desde la distancia, fieras, amenazantes.
El pueblo quería justicia, quería comer, dormir y amar sin obstáculos. La suerte estaba echada y el primer corte, la primera sangre derramada desató el ciclón largamente esperado.
Los samuráis de ambos clanes portaban en sus monturas, ondeantes al viento, los sashimono, adornadas con los emblemas respectivos.
Hosokawa Katsumoto dio la orden de ataque, su grito de guerra resonó entre los árboles de Hiei, haciendo temblar sus ramas; Yanama Sôzen respondió con ira y se lanzó al galope en respuesta a la llamada. Todos contra todos, samuráis y campesinos, sin distinciones, desenvainaron sus armas y rezaron una misma oración a los dioses por una muerte honorable. Ninguno de ellos recordaba el motivo del enfrentamiento, sólo la necesidad de luchar por lo que cada clan, cada ashigaru, creían era justo.
Las katanas chocaron con furia desprendiendo pequeñas luces de fuego, los más diestros manejaban la doble katana. Takeshi confiaba en Jigoku.

Antes, mucho antes de comenzar la lucha, el joven soldado se encomendó a los dioses y a sus ancestros; pidió una muerte con honor, como todo buen soldado. Siguió el ritual de vestir la armadura, o-yoroi, reverenciando cada una de las piezas que iban cubriendo su cuerpo, desde la blanca ropa interior que le serviría de mortaja, simbolizando el abrazo de la muerte, pasando por sode, la protección de los brazos, kusazuri, de caderas y muslos, terminando con sendan-no-ita, el guardián del corazón.
Una vez completado el rito de investidura, colgó de la cintura su wakizashi y su tantô, desenvainó a Jigoku y besó la tsuba, murmurando "I ken isatsu, i ken i shin", tras lo cual, volvió a deslizarla dentro de su funda y se dispuso a combatir hasta el final.

El altar de oración estaba dispuesto con las más bellas flores de Kiyoshi, la estancia testigo de sus encuentros con el soldado; Hanako rezaba, imploraba a los dioses que protegieran a su vida, al hombre que simbolizaba todo aquello cuanto siempre había deseado. Si algo le ocurriera..."dioses, no lo permitáis, no lo apartéis de mí, renunciaré a él si con ello puedo mantenerlo a salvo". La angustia se reflejaba en sus ojos rasgados, llenos de un profuno pesar y temor. Hoshi, su fiel sirvienta, la contemplaba en la distancia sintiendo un cariño enternecedor por su ama, y sufría por ella y por el amor que sentía hacia el soldado. Pero nada podía hacer por la niña flor, salvo permanecer a su lado y consolarla si fuera necesario.




El ruido de sables encontrándose resultaba estremecedor. El caos era el dueño y señor del espacio, cubierto de sangre y miembros descuartizados.
Kazuo y sus hombres tomaron partido por el clan Yanama y Yoshihisha, el hijo del shogún; a falta de una opción mejor era la más razonable y la más viable que apoyar la causa de Yoshimi, el hermano del gobernador y a quien sostenía el clan Hosokawa. El shogún estaba abatido y, fuera quien fuese quien conquistara el poder, él y el pueblo ya habían perdido la batalla.
Takeshi luchaba con furia, limpiándose el rostro cubierto de sudor y del rojo intenso del líquido vital de sus enemigos. Se revolvió contra el hombre que lo acosaba y levantó la katana empuñándola con ambas manos, hasta que el filo quedó ante sus ojos, reflejando el único rayo de sol que asomaba entre las nubes. Se puso en guardia y repelió el primer golpe, sus brazos temblaron ante la fuerza del impacto. Giró sobre sí mismo describiendo un arco perpendicular a su propio cuerpo y acertó de pleno con Jigoku en el estómago del rival, se tambaleó por la fuerza del giro y cayó al suelo de bruces. Clavó la espada en el barro y se apoyó en ella para levantarse, sintiendo la presencia de un nuevo enemigo que dirigía su furia contra él; arrancó a Jigoku de la tierra húmeda y giró el sable a la altura suficiente para cortar de un tajo la cabeza del hombre. Continuó la lucha desesperado, frenético, indicó a su negra montura que abandonara el campo de batalla, no deseaba perder al caballo, lo quería vivo. Notó un dolor sordo en la pierna derecha. Uno de los hombres Hosokawa le había producido un corte con su tantô, no muy profundo, pero lo suficiente para hacerle rechinar los dientes de rabia. Se dio la vuelta y cortó limpiamente la mano que sujetaba el puñal.
Giró sobre sus talones para enfrentar un nuevo peligro y fue entonces cuando lo vió a unos metros de donde se hallaba él...a Kasumi, el traidor, el hijo de la niebla, resplandeciente en su armadura, con sus duros rasgos limpios, sin haber probado la sangre aún.
Furioso, se lanzó a la carrera abriéndose paso, empujando, cortando, resbalando entre cuerpos ensangrentados; gritó como un tigre antes de saltar sobre su presa, alertando al soldado sin honor de su ataque inminente.
Kasumi llamó desesperado a sus hombres, los cuales cerraron filas en torno a él para protegerlo; Takeshi le miró y sus labios formaron la palabra "hikyômono", pero al hijo de la niebla poco le importaba la opinión de aquél que pronto moriría a manos de sus soldados. El valiente samurái se dispuso a enfrentarse con los hombres que tenía delante, hasta cinco contó; blandió la katana con un suave movimiento que provocó un zumbido amenazador. Atacó primero aun estando en minoría, golpeó y volvió a atacar; los hombres se defendían y atacaron a su vez. Takeshi se sintió rodeado; sintió un fuerte golpe en el costado derecho y pronto, la sangre empezó a manar. Cuando creyó que aquello era el final de su corta vida, vislumbró el reflejo de una espada a su lado que no era Jigoku, pero que reconoció al instante: Kaji, la compañera de Kazuo, su padrino, se alzaba para protegerlo, y entonces se sintió caer en el vacío, en la inmensidad de la nada, mientras repetía "i ken isatsu..., una espada, una muerte..."




HAKAI, 破壊 : Destrucción.
WAKIZASHI : Espada corta del samurái.
TANTÔ : Arma corta, puñal que el samurái portaba escondida para utilizarla como último recurso.
NAGINATA : Espada curva con mango muy largo, el arma de las mujeres samurái equivalente a la katana para los hombres.
SASHIMONO : Bandera que portaban los samuráis en el campo de batalla adornada con el emblema del clan o mon.
O-YOROI : Armadura
SODE : Grandes paneles que cubrían el brazo hasta el codo.
KUSAZURI : Protector de caderas y muslos para el combate a caballo.
SENDAN-NO ITA : Protector de clavículas y axilas.
TSUBA : Guardamanos de la katana.
JIGOKU : Infierno.
I KEN ISATSU I KEN I SHIN : Expresión que significa "Una espada, una muerte; un puño, una vida".
HOSHI : Estrella.
HIKYÔMONO : Cobarde.
KAJI : Fuego.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Antonio Cabezas.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

domingo, 18 de abril de 2010

RAN. Capítulo VIII. "HIEI ZAN" 比叡山, El Sonido de la Montaña






Fuyu-gare ya
Yo wa hito iro ni
Kaze no oto

Crudo invierno
El mundo de un solo color
Y el sonido del viento







El poderoso daimyo Hosokawa Katsumoto, líder y cabeza visible del clan Hosokawa, miraba detenidamente la aparición en el horizonte del astro rey símbolo del Imperio, sintiéndose omnipotente, fiero, descendiente del emperador Seiwa, seguro de su poder y de su ejército de fieles samurái, sin contar con la lealtad de los miserables campesinos, a los que se les llamaba ashigaru. Únicamente una sombra de preocupación cruzaba su rostro: los ji-samurái, antiguos guerreros que abandonaron las armas para vivir una vida tranquila como campesinos, pero que, en estos momentos eran más que soldados, eran campesinos oprimidos pero adiestrados en el arte de la guerra. Por una vez en su vida, Katsumoto estaba preocupado y pensó que podía estar equivocado.
Desechó esa idea de su mente, sacudiendo la cabeza; él no podía equivocarse, todo estaba claro como la luz del día. Sin embargo..., no entendía qué interrogantes rondaban por su cabeza y por qué el poder debía dividirse y no acumularse en unas solas manos que podrían controlarlo todo mejor, mucho mejor.
Tampoco entendía por qué Sôzen, el padre de su esposa,  por decisión de su familia -no suya-, se oponía a sus ideas y convicciones, lo cual le obligaba a enfrentarse al clan Yanama.
-Soy joven, sé lo que conviene a Japón, y si nuestro señor ha decidido nombrar heredero a su hermano es porque los dioses así se lo han indicado,-afirmó con un deje de superioridad.
Yanama Sôzen, el líder del clan Yanama y suegro de Hosokawa, aguardaba tranquilo, dejando que escapara el veneno de labios de su, desafortunadamente, yerno y pariente. Pero no podía aguardar por mucho tiempo, pues sus inclinaciones debían ver la luz, defenderse, alzar su voz por encima de los muros y obstáculos que rodeaban a Hosokawa, para rendirlos a su razón.
-Katsumoto, piensa, es mejor que Yoshihisha, el hijo de nuestro señor, sea quien herede el poder, que sea una nueva generación quien asuma el mando de este país.
-Y..., qué pretendes conseguir con ello, viejo zorro, díme, viejo, díme...-escupió Katsumoto, atravesando la estancia principal de la hacienda de Yanama donde se hallaban reunidos, intentando transferir al anciano soldado todas sus preocupaciones y todos sus intentos de triunfos, sus ansias de conquista y de poder.
-Katsumoto, todos ansiamos más, queremos más, pero yo quiero un heredero de línea directa,...el poder, que quede en manos de los dioses, las tierras, en manos de los hombres, que sea así! Y si debemos luchar por esas tierras, ¡que sea así!, y si debemos enterrar en ellas a nuestros muertos, ¡que sea así!. Luchemos por lo nuestro entonces, por nuestras ambiciones, aunque el mundo se rompa y la historia nos olvide...es lo que quieres, Katsumoto, ¿es realmente lo que quieres?.
Hosokawa Katsumoto sintió que su corazón se convulsionaba, se revolvía fiero ante las palabras de Yanama; ambos querían el poder, lo deseaban. ¿Por qué? Ninguno de los dos sabían la respuesta. Quizás porque el poder otorga un velo de eternidad, de impunidad, o lo que es más importante, de inmortalidad...
Lo único que ambos líderes sabían era que los ashigaru estaban en pie de guerra, y que debían enfrentarlos al shogún, con la ayuda de Kasumi, el hijo de la Niebla, el teniente bajo el mando de Kazuo, el que renegó de la luz del sol, pese a sus palabras, por siempre y para siempre.




Takeshi esperaba en la base del monte, impaciente, Kamikaze no dejaba de revolverse, nervioso, esperando, palpitando...
-Fuiiii!!, -un silbido lejano y profundo se abrió paso en el monte.
-Fui, fuiiii, -dejó escapar Takeshi como respuesta.
Al instante, dos  ji-samurái aparecieon en su espacio, atrapando al caballo, tranquilizando al jinete y deseándole toda la posible buenaventura que los dioses tuvieran a bien ofrecerle.
Los hombres se miraron, con la confianza que nace de años de luchas juntos. Taka, el rey de los cielos, saludó con su potente chillido a los allí reunidos, recordándoles que siempre estuvieran alerta, los cielos no eran seguros, ni la tierra, ni los corazones de los hombres eran de fiar. Hiroshi y Tetsu, antiguos compañeros de armas en el ejército, inclinaron sus cabezas ante el halcón, después ante Takeshi, lo que le conmovió. Inclinó también su cabeza, correspondiendo al saludo de forma inconsciente, terminándolo en un gran abrazo abarcando los dos cuerpos que sorprendió a los antiguos soldados e incluso al propio Takeshi. Buenos amigos, los mejores, se consiguen luchando juntos por un mismo ideal, por una misma causa, y Hiei, la montaña cómplice de las guerras entre los hombres, la madre de los ashigaru, parecía estar de acuerdo. Sus árboles, sus senderos, sus caminos angostos, su poca luz filtrada a través de las ramas de los pinos, todo ello se aliaba con los planes de Takeshi y sus antiguos compañeros.
Hiroshi apretó su mano en el brazo de Takeshi, lo miró a los ojos y le preguntó:
-¿Por qué, nakama, por qué nos vemos envueltos en este desastre? ¿Qué fue lo que hicimos o dejamos de hacer para que los dioses nos abandonaran así?. Únicamente buscábamos la forma de ser felices, la tranquilidad de una vida sencilla, sin sobresaltos, amarnos y cuidar las tierras que nos alimentan. Menuda idea absurda, ¿a quién se le ocurre pensar que se puede ser feliz en este mundo? Yo creo que jamás llegará la felicidad, sólo podremos vislumbrar sus rayos de luz a lo lejos...la felicidad es otro dios al que debemos adorar y cuidar, de otro modo nos destruirá.
-Hiroshi-san, nakama....-Takeshi respiró hondo, asimilando las ideas y preocupaciones de su leal compañero y amigo, sus turbaciones y sus ansias de comprensión sobre una guerra que, para ningun súbdito del imperio tenía sentido. -Hiroshi, entiendo lo que dices, mi espiritu vuela con tus palabras, pero las palabras ahora no tienen sentido, sólo nuestras armas podrán dar cordura a nuestros sentimientos. Ahora, nuestras almas, son las que deben hablar. Jigoku tiembla de ira, dispuesta a defender lo que nos corresponde, la felicidad de la que hablas, Hiroshi...puede que esté a nuestro alcance esa felicidad, esa respuesta que todos buscamos.
La tristeza se reflejaba en los ojos de los tres hombres. Se miraron intentando buscar consuelo mútuo, la fortaleza que todos tenían dentro de sí pero que tanto les costaba encontrar. Tetsu aspiró hondo, apretó los dientes y dejó escapar su rabia:
-Takeshi, nakama, hemos sabido que Kasumi, uno de los hombres de confianza de Kazuo, nos ha traicionado, ha revelado nuestras posiciones a Hosokawa y se preparan para atacar. Maldito sea el miserable, él y su familia; su única ambición es conseguir dinero y poder, que la niebla le confunda haciendo honor a su nombre,...dioses!, Takeshi, es...tan...injusto.
Takeshi miró a Tetsu a los ojos, manteniendo la mirada firme y poderosa en sus ojos negros, y le habló, como un padre al hijo al que enseña lo duro que es vivir y pensar con sentimientos propios.
-Tetsu, la vida y los dioses pedirán cuentas a Kasumi. Nosotros debemos prepararnos para el ciclón que se avecina. Hagamos un favor a nuestras esposas, desenvainemos nuestras katanas y desatemos el mismo infierno con ellas. Hemos de actuar ahora, hacer lo que es justo, miremos al sol y sigamos su calor.Y nosotros también habremos de rendir cuentas con la historia.

Kasumi, el hijo de la niebla, negociaba con Hosokawa.
El traidor intentaba adquirir una posición ventajosa, un lucro económico y una vida fácil, al margen de sentimientos y lealtades. El poder...era lo único que ambicionaba, su único amigo y familia.
Hosokawa escuchaba sus palabras mientras su boca se torcía en una mueca de desprecio. Es legítimo ambicionar el poder, pero traicionar a los tuyos, a los que amas, junto a los que luchas, eso es indigno, repugnante y odioso.
Kasumi jamás tendría el favor de los dioses, aunque el clan Hosokawa acabara reinando en el país, el hijo de perra de Kasumi no tendría un lugar de honor en ese nuevo reino, jamás, jamás...hasta aquí llega el honor de un soldado capaz de traicionar a su pueblo...

MONTE HIEI : El Monte Hiei (比叡山, Hiei-zan) está localizado al noreste de Kioto, Japón.
HOSOKAWA : El clan Hosokawa (细川氏, Hosokawa-shi) fue un clan samurai japonés, descendiente del Emperador Seiwa (850-880) y una rama del clan Minamoto derivado del clan Ashikaga. Fue un clan que ocupó puestos de funcionarios en la administración del shogunato Ashikaga, por influencias familiares. En el período Edo, el clan Hosokawa fue uno de los mayores terratenientes (daimyo) en Japón. En la actualidad, Morihiro Hosokawa, uno de sus descendientes, ha servido como el primer ministro de Japón.
JI-SAMURÁI : Antiguos soldados convertidos en campesinos que se ven obligados a tomar de nuevo las armas.
TAKA : Halcón.
HIROSHI : Generoso.

TETSU : Hierro.
NAKAMA : 「仲間」. Amigo, compañero.

Nota de la autora: Sigo intentando ser fiel a los hechos históricos, no puede ser de otra forma, pero existe muy poca información sobre el clan Yanama. Seguiré investigando, gracias a todos.

Haiku:
Matsuo Bashô (1644-1694). Traducción de Vicente Haya. El alma del Haiku.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido

jueves, 15 de abril de 2010

RAN. Capítulo VII. "ÔNIN NO RAN" 応仁の乱. Ônin, La Destructora



Yomosugari
Aki kaze kiku ya
Uri no yama

La noche entera
Oí el viento de otoño
En pleno monte

Desde la niebla
La llamada de un pájaro
Desconocido
Kotori



La guerra...-Kazuo suspiró de nuevo, con un estertor escapado de sus cansados pulmones, pero quería saber más.
 -Dime, hijo, cuéntamelo todo, ¡y no me escondas ni un solo detalle o juro que te arrancaré el corazón con mis propias manos!.-gritó el viejo como un león enjaulado buscando la libertad.
Takeshi sonrió amargamente, sabía que Kazuo no hablaba en serio, que sólo quería mantener un poco de la dignidad perdida junto a la decisión tomada por el shogún. Pero bien sabía el joven soldado que los acontecimientos eran fruto de decisiones ajenas que nada tenían que ver con el honor, mucho menos con la dignidad de un guerrero fiel a su señor y a su trabajo, al amor a su país y al servicio del pueblo y del emperador.
-Kazuo, los clanes no sólo buscan el enfrentamiento con Ashikaga, también desean que los campesinos se rebelen, pero lo que es aún peor, ellos...-lo miró sin saber continuar-, ellos...
-Habla de una vez o me tomaré en serio lo de arrancarte el corazón,-le susurró Kazuo con el alma ya tranquila frente al hecho consumado,-habla, Takeshi-san.
El ahijado, el niño que conservaba tan gratos recuerdos del general que le enseñó todos los artes de la guerra, se arrodilló frente al gran samurái que un día fue su protector, y que aún continuaba siéndolo, y empezó a relatar las conversaciones mantenidas con los daimyo:
-Mi señor, padre, sabéis muy bien que esto no se trata mas que de un tema puramente sucesorio. El clan Ashikaga, el clan de nuestro shogún, necesitaba un heredero. Ashikaga nombró a su hermano, Yoshimi, como tal a falta de hijos propios, pero tal circunstancia cambió cuando la esposa del gobernador dio a luz a Yoshihisha. Bien, pues el shogún desea cambiar sus planes y nombrar heredero a su propio hijo, decisión que ha provocado el enfrentamiento de los clanes de los daimyo Hosokawa y Yanama, partidarios los primeros, del hermano, y los segundos, del hijo.
-Takeshi, ¿pero qué más da?, ¿intentas decirme que el problema sucesorio, un problema que únicamente concierne al shogún y no al pueblo, nos va a conducir a una guerra entre hermanos?. Al pueblo no le importa el nombre de quién gobierne, sólo le importa no pasar hambre. Esto no es más que una excusa de los señores de la guerra para adquirir más poder, es inaudito. Ahora, no deberemos enfrentarnos únicamente a campesinos furiosos, sino que deberemos tomar partido y enfrentarnos a alguno de los dos clanes...dioses, no puedo creerlo.

Kazuo sintió tanta tristeza en su corazón que quiso aliviarla de la mejor manera que sabía. Se acercó con pasos cansados a la gran mesa que presidía el salón de su hacienda, abrió el tablero del Go, el juego tradicional con el que los guerreros aprendían lecciones de estrategia, e invitó a su querido discípulo a disputar una partida contra él, mente contra mente, inteligencia y sabiduría, juventud y experiencia. Takeshi aceptó con agrado; también él necesitaba jugar para pensar, pero antes debía ver a cierta persona, su alma se consumía de impaciencia. Sin haber podido pronunciar ni una sílaba su maestro habló leyéndole el corazón:
-Ve, hijo, ve a su encuentro y ámala como los dioses te enseñaron a hacerlo. Después de esta noche todo es incierto y deberás guardar en tu corazón aquello que te haga más fuerte. Vete...no me obligues a repetir mis palabras, vete.
Takeshi inclinó la cabeza, suavemente; giró sobre sus pasos y poco le faltó para echar a correr, tan impaciente se sentía por volver a ver a la flor que le hizo comprender otra primavera.
Salió al jardín y con un silbido suave atrajo a Kamikaze, su sombra entre los sakura esperando silencioso, paciente y feliz de volver junto a su dueño.
El caballo resopló y se agitó de pura alegría. "Espero que Hanako sienta lo mismo que tú, compañero", pensó acariciando las orejas del animal, y sonrió mostrando sus enormes ganas de tenerla de nuevo cerca.
"Kamikaze, fiel amigo, los hombres de este país siempre hacemos honor a nuestro nombre, así que, haz honor al tuyo y llévame volando a su lado".
El negro corcel comprendió al instante los pensamientos de su dueño, se revolvió y se alzó furioso contra la luz de la luna, pateó fuertemente el suelo y giró su negra cabeza para mirar al soldado y decirle con sus ojos que lo sabía, que sentía su necesidad, y que en un instante lo llevaría junto a ella. No necesitó más, una vez que Takeshi se amoldó a su grupa, Kamikaze supo lo que debía hacer y corrió como el viento, al galope, haciendo honor a su nombre.



No podía concentrar su mirada en el horizonte recortado por el monte Hiei, más allá de las puertas de su mundo; no podía pensar salvo en unos brazos fuertes, una melena larga color de la noche y unos ojos negros como pozos oscuros en los que nada se reflejaba, nada, salvo su alma.
La inquietud era su mejor amiga desde hacía varias noches, las mismas que llevaba sin ver a Takeshi. Comenzó a pensar en sus sentimientos. ¿Cómo pudo traicionar así al shogún?, pero, ¿cómo no hacerlo sin traicionar a su corazón?. No podía dejar de amarlo, que los dioses la perdonaran, pero no podía, y tampoco quería hacerlo.
Las nubes se desplazaban rápidas en sus sueños, pensamientos de paz y futuro...ah! Takeshi, chikushô!, ¿qué podemos esperar de todo esto?.
Sus sentidos obnubilados y ausentes despertaron en el momento en que escuchó, -¿o creyó escuchar?- un suave silbido familiar proveniente de las oscuras luces de la estancia Kiyoshi, ay, prometió que si alguna vez tuviera una hija, ése nombre le pondría, por tanto que significaba para ella.
Olvidó sus ropas, sus zapatillas, salió en volandas al sendero de sakuras y budas que conducían a la habitación de la Tranquilidad. Sus pasos se detuvieron de repente al tropezar con una negra cabeza de animal.
-Kamikaze, amigo, shhh... -intentaba tranquilar Hanako al caballo, acariciándolo.- Si tú estás aquí es que cumpliste tu promesa y lo trajiste de nuevo a mi lado. Díme que Zensei te acompaña, dime que vienes con él.
El caballo fijó sus ojos en los de la concubina hablándole en un lenguaje mudo que sólo los puros de corazón podían entender, el idioma que abre nuevos ojos al mundo, y Kamikaze le dio a entender que sí, que había cumplido su promesa.
Y como si el destino quisiera confirmar el pensamiento del caballo, Hanako sintió un suave y al mismo tiempo trepidante y arrasador tifón cerca de su nuca, muy cerca, abrasándola como si el viento se hubiera transformado en volcán sin haber pedido permiso a los dioses, tan fuerte era la sensación. Un intenso calor inundó sus sentidos al percibir que unas manos absorvían ese mismo calor, atrapaban sus pechos y la dejaban sin aliento, acariciándola con tanta ternura que creyó fundirse en la lava del mismo volcán originado por el viento. Si ha de haber una guerra, qué me importa. Si ha de morir alguien, que sea yo. Si realmente el Imperio debe sobrevivir, doy mi vida por él, pero que esto no acabe nunca, nunca.
Hanako se giró para enfrentarse a su propia alma,  alzó los brazos para atrapar la suave coleta de samurái que lucía Takeshi en su cabeza. La deshizo tiernamente, anudando los cabellos a sus manos, deleitándose en la seda de su tacto, aspirando el aroma de magnolio que desprendían sus mechones, permitiendo que una cortina de seda negra cayera sobre los ojos del soldado.
Takeshi permitió que le despojara de sus ropas, que lo acariciara y que lo absorviera como al mismo aire, pensando hacer lo mismo con ella, con sus suspiros y sus gemidos, con su mismo aliento, tocando y admirando cada suave pliegue de su piel, cada marca, cada curva que lo llevaba a la locura, cada mirada que le devolvía la cordura. La amaba, más allá de su propia razón. Juró que daría su vida por ella, sólo por ella.
También dejó de importarle el Imperio por esos minutos de gloria. Y la guerra que se avecinaba, qué le importaba la guerra... dejó a sus sentidos sentir, a su corazón latir y acarició a Hanako hasta que creyó morir, deslizando sus manos como mariposas celebrando el chanoyu sobre el cuerpo de la mujer amada, agua hirviendo sobre su piel, cicatrices mejor bienvenidas que aquellas que Jigoku no pudo contener, su alma de acero y fiel compañera...hasta que conoció a Hanako.
Dos almas en diferentes sustancias; Hanako representaba su vida y su otro yo y Jigoku...también; la diferencia estaba en que la mujer podía sobrevivir cuando él muriera, la espada jamás podría hacerlo, la indomable katana moriría con él.
De ahí que Takeshi quisiera tenerlas a las dos, a Jigoku y a Hanako, antes de partir hacia el futuro tan poco prometedor que se avecinaba. Hanako besó su boca llenándola de promesas y Jigoku se entregó a  su esencia, Nagasa, absorviendo su longitud y todo lo que ella traía tras de sí. Continuaron las caricias, los pechos de Hanako se alzaron para recibir a su dueño; Takeshi bebió de ellos como si le faltara el agua y rezó para que los dioses le dieran fuerzas para afrontar al inmenso ciclón contra el que debía encontrarse, pero se vio envuelto en una marea de sensaciones y en una tormenta que no esperaba entre los brazos de Hanako. La miró con fascinación, sus ojos adoraron su cuerpo desnudo, ni siquiera se atrevía a tocarla por no ensuciar su dulce belleza, por no marchitar la flor que descansaba junto a él. Pero la flor abría sus pétalos para el soldado y le tomó las manos llevándolas hacia su más profundo latido, para llenarla de un sentimiento tan intenso y cálido como los rayos del sol. Takeshi tomó lo que ella le ofrecía y la escuchó murmurar..."Soy tuya, paato roku kokoro mo karada mo"... y se sintió capaz de viajar hasta el mismo infierno.

Los amantes se despidieron con un hondo pesar por la incertidumbre que les acompañaría esos días, quizás semanas o meses de separación. Hanako entregó a Takeshi unos menukis para adornar su katana, para que jamás olvidara esa noche. El samurái los cogió y los apretó en su puño, se arrodilló ante su mujer y dejó que su corazón hablara.
-Hanako-san, mi vida y mi alegría. Guardo tu recuerdo en mi corazón y pase lo que pase volveré a buscarte, lo juro. Sayonara, ai!




No volvió la vista atrás, desconsolado cabalgó de nuevo hasta encontrar el camino, buscó a Kazuo, necesitaba hablar con él, y, quizás comenzar aquella partida de Go que le propuso hacía unas pocas horas antes, pero no se sentía con ánimos, sólo deseaba hablar, largo y tendido.
Mientras buscaba al viejo general por los pasillos de su hacienda, Takeshi no dejaba de pensar una y otra vez en la misma palabra, el mismo acontecimiento..."Guerra"...hermosa y terrible palabra a un mismo tiempo. Una guerra que pronto tendría un nombre propio: Ônin, conocida popularmente por los ashigaru, los campesinos armados que empezaban a bajar del monte Hiei como "La Destructora".

ÔNIN NO RAN : Guerra de Ônin.
GO : Juego de estrategia tradicional japonés, el equivalente al ajedrez o las damas, aunque salvando las distancias. Era, y sigue siendo, un juego al que adiestraban a los soldados para entretenerse, y al mismo tiempo, para aprender sobre inteligencia y estrategia militar; es un juego que desarrolla la memoria, la visión de campo y la astucia.
KAMIKAZE : Viento Divino.
SAKURA : Cerezo, árbol emblemático japonés.
CHIKUSHÔ : Lit. "animal salvaje o bestia", significa "maldita sea", expresión utilizada cuando algo no sale bien, cuando hay algún contratiempo o nos topamos con un revés.
ZENSEI : Máxima prosperidad.
CHANOYU : Ceremonia del té.
JIGOKU : Infierno, nombre de la katana de Takeshi.
NAGASA : Longitud de la katana.
PAATO ROKU KOKORO MO KARADA MO : En cuerpo y alma.
MENUKIS :  Los menukis son amuletos, generalmente regalo de la familia para que quien los llevara retornara victorioso de las batallas o por lo menos para que si debía morir tuviese la “suerte” o “fuerza” para que fuera con honor, es por ello que originalmente se llevaban donde se los pudiera tocar con la yema de los dedos. Otras tantas veces quien encargaba una espada, debía llevar con él, como testigos, sus menukis, para avalar que quien los portaba era digno poseedor de la hoja que habría de blandir.
SAYONARA : Adiós.
Ai : Amor.

Nota de la autora: El clan Ashikaga (足利氏, Ashikaga-shi) fue un importante clan japonés que se estableció en el shogunato Ashikaga y obtuvo el poder del shogunato durante la era Muromachi por más de doscientos años. Fue una rama del clan Minamoto y muchos clanes se derivaron de éste incluyendo el clan Hosokawa, el clan Imagawa, el clan Kira, el clan Shiba y el clan Isshiki.

La guerra Ōnin (応仁の乱, Ōnin no Ran) fue una guerra civil que duró 10 años (1467 a 1477),  durante el período Muromachi y que dio comienzo al período Sengoku. Una disputa entre Hosokawa Katsumoto y Yamana Sôzen, líderes de los clanes Hosokawa y Yanama, se convirtió en una guerra nacional que acabó con el shogunato Ashikaga y varios daimyō en muchas regiones de Japón.
Por otra parte, en este relato procuro ser fiel a los hechos históricos ocurridos, pero me permito ciertas licencias que, creo, no afectan a los hechos: el nombrar a Ônin como "La Destructora" es fruto de mi imaginación, no es un dato histórico.

Haikus:
Kawai Sora (1649-1710). Traducción de Antonio Cabezas.
Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

martes, 13 de abril de 2010

RAN. Capítulo VI. "DÔZOKU" 同族, El Orígen del Viento.



Waga koe no
Fuji modosaruru
Nowari kana

Mi propia voz
Es devuelta hacia mi
Por la tormenta


    La reunión con los clanes más importantes del país se había retrasado considerablemente, haciendo que resultara mucho más difícil alcanzar un acuerdo en esos instantes. Demasiado tiempo transcurrido desde que los campesinos comenzaran a alzar sus voces indignados por los lujos y excentricidades del shogún y su dedicación a una vida placentera y sensual.
    Esos mismos campesinos que trabajaban de sol a sol partiéndose las espaldas para satisfacer los deseos de su gobernador, hartos y cansados de que sus cosechas fueran diezmadas para sostener la vida y costumbres en palacio, empezaban a reunirse en secreto para formar unidades de Ashigaru, soldados de a pie dispuestos para la batalla; únicamente esperaban la decisión de los daimyo al frente de sus poderosos clanes para alzar sus armas y provocar el tan ansiado cambio.
    Pero los inocentes campesinos no sospechaban las verdaderas intenciones de los señores de la guerra. Los daimyo únicamente ansiaban ampliar su poder, sus tierras y sus riquezas, apartando al shogún del gobierno  aprovechándose de las quejas de los oprimidos, y dado que el emperador del país no se interesaba por ese gobierno tan nefasto del shogún, y no era más que una figura decorativa cuyo único mérito era "ser Hijo del Sol", la victoria se encontraba al alcance de sus manos y de sus largas espadas.




    Kenshi Takeshi se sentía en paz cuando meditaba. En esos instantes, sentado sobre la hierba del jardín en la casa que una vez perteneció a su padre, y a su abuelo, y a su bisabuelo, cerró los ojos para recordar el sonido de la cuerda del arco de guerra que su progenitor hacía vibrar para alejar a los malos espíritus, costumbre arraigada a la clase guerrera a la que pertenecía. En su ensoñación, el espíritu de Kenshi Tetsuya lo envolvió en una suave brisa junto con el sonido de la cuerda, potente pero extremadamente suave a la vez, como una canción de cuna susurrada al oído. "Cuánto te echo de menos, padre",-pensó el samurái. "Cuánta falta me hacen tus palabras, tus viejos y sabios consejos; ¿qué harías tú, padre?... Te mo ashi mo denai..." El sonido de la cuerda del arco tensándose se hizo más fuerte, más vibrante, envolviendo plenamente a Takeshi y mezclandolo con el espiritu de su antecesor. El tiempo se detuvo y el espacio dejó de existir, las almas se unieron en una sola y Tetsuya dejó oir su voz: "Musuko, el viento se está haciendo cada vez más fuerte, imparable, convirtiéndose en un ciclón que arrasará todo cuanto encuentre a su paso. Tu fuerza está en tu nombre y en tu corazón. Si hay algo que el viento no puede arrastrar es la piedra, si hay algo que no puede doblar es la espada. Haz honor a tu nombre y al de tu familia, sé la piedra y la espada, nada ni nadie podrá vencerte, y, tomes la decisión que tomes, estaré a tu lado".

    El viento sacudió el cabello suelto de Takeshi, enredando sus negros mechones, tapando sus ojos, sus oídos, su boca. El conocimiento atravesó su mente y sacudió sus pensamientos. Abrió los ojos y se levantó de un salto, tambaleándose. Por fin comprendía, la luz se extendió a través de sus músculos y venas otorgándole nueva vida; aspiró el aire que llegaba a sus pulmones y sintió una energía desconocida.
    La decisión estaba tomada.

    El hombre de paz, Kazuo, también meditaba. Esperaba, con una impaciencia cargada de nervios insoportables a que Takeshi acudiera a su presencia. Debía informarle sin tardanza sobre el resultado de sus entrevistas con los clanes Yamana y Hosokawa, los más belicosos y los que más poder ostentaban en este crucial momento. Habían transcurrido ya cinco días desde que envió al joven soldado a la capital y aún no sabía nada sobre él y temía por su vida. Lo que no sabía Kazuo era que los daimyo habían preferido alejarse de Kyoto sin entrevistarse con el shogún, prefiriendo reunirse con los líderes de los campesinos ashigaru en el monte Hiei, y así agitar los ánimos e incitarles a la rebelión. Por ello, suspiró tremendamente aliviado cuando sus guardias anunciaron su presencia.
    No esperó a que su silueta apareciera en la estancia, sino que salió raudo a su encuentro. Takeshi detuvo sus pasos en cuanto se percató de que el viejo general corría hacia donde se encontraba, sin aliento y jadeando. El joven guerrero se cuadró en el saludo militar e inclinó su cuerpo en una reverencia de sumisión y respeto. El general lo obligó a alzarse, le miró a los ojos, profundos y negros, para a continuación fundirse con su ahijado y protegido en un intenso abrazo. Takeshi correspondió al abrazo y palmeó afectuosamente la fuerte espalda que ya empezaba a curvarse por el paso del tiempo.

    -Tadaima, Kazuo-san.
    -O-kaeri nasai, Takeshi, hijo mío. Has tardado mucho, estaba preocupado por tí.
    Takeshi suspiró fuertemente y respondió:
    -No han sido fáciles estos días, padrino. Los daimyo no se encontraban en Kyoto intentando cerrar filas con el shogún frente a los campesinos; descubrí que secretamente se habían citado con los ashigaru en Hiei, pero para aliarse contra Ashikaga. Por ello he tardado tanto, debido a estos nuevos sucesos tuve que dar media vuelta, abandonar Kyoto y dirigirme al monte.
    -Pero, dime, hijo, ¿pudiste hablar con ellos?, ¿averiguaste sus intenciones reales?
    Takeshi miró a Kazuo, el hombre de paz, y se entristeció. El general que había sido y seguía siendo un segundo padre para él, no podría hacer honor a su nombre. Colocó una mano en su hombro y lo apretó con afecto.
    -Me temo, viejo soldado, que los acontecimientos son más graves de lo que suponíamos. No vamos a enfrentarnos únicamente a los campesinos, sino que el conflicto se extiende como la pólvora. El shogún Ashikaga ha tomado una decisión que nos conduce inevitablemente a la guerra.
    -Por todos los dioses,-exclamó Kazuo indignado, temblándole los labios-, nuestro señor ha tomado la decisión equivocada!, la decisión oscura...
    -No, Kazuo, no te equivoques. El shogún ha adoptado una decisión, correcta o no, eso sólo podrá juzgarlo   la historia.
Los dos hombres se miraron asustados y escucharon, cada uno, el lamento del corazón del otro.
    -Guerra...-susurró Kazuo.
    -Guerra!-afirmó Takeshi.




DÔZOKU : Clan, etnia, grupo o familia.
ASHIGARU : Soldados de a pie.
DAIMYO : Señores feudales al servicio del shogún, cada uno de los cuales es la autoridad o cabeza de un clan o familia.
KENSHI : Corazón de espada. Los nombres japoneses llevan el apellido antes que el nombre.
TAKESHI : Hombre fuerte.
TETSUYA : Inteligente, hombre vigilia.
TE MO ASHI MO DENAI : Lit. "no salir ni la mano ni el pie". Significa no saber qué hacer, no ver ninguna solución a un asunto, encontrarse impotente ante algo.
MUSUKO : Hijo mío, mi hijo.
MONTE HIEI : El Monte Hiei (比叡山, Hiei-zan) está localizado al noreste de Kioto, Japón.
TADAIMA : "Estoy en casa". Expresión de confianza, familiar.
O-KAERI NASAI : "Bienvenido". Expresión que corresponde a "Tadaima", en el mismo sentido.

Nota de la autora:  El dibujo final es el emblema -Kamon-  del clan Hosokawa; me ha sido imposible encontrar el emblema del clan Yamana; del clan Ashikaga he encontrado varios pero no sé cuál es el correcto. Si alguien los encuentra y puede enviarmelos y aclararme esta cuestión, le estaré eternamente agradecida.

Haiku:
Naitô Meisetsu (1847-1926). Traducción de Antonio Cabezas.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

viernes, 9 de abril de 2010

RAN. Capítulo V "HENKA" 変化. Vientos de Cambio



Suzukaze ya
Aota no ue no
Kumo no cage


Un viento frío
Sobre arrozales verdes
Sombras de nubes

Una campana
Tan sólo una campana
Se opone al viento 

Benedetti





    El sol ardiente de aquel día lejano en que el shogún Ashikaga envió a Kazuo a iniciar una guerra fraticida alcanzó su máximo esplendor, cubriendo con un calor extraño las frías tierras de los campos de arroz, segando con sus rayos, como si de resplandecientes hojas de katanas se tratara, los finos tallos de la planta de la que dependía el país y la vida de sus súbditos, al igual que las espadas cortaban cabezas en el campo de batalla.

    Kazuo se entrevistó en ese mismo instante con sus más importantes mandos en la futura batalla que se avecinaba.

    - Debemos combatir, Kazuo, no podemos permitir que los daimyo se apoderen del país; hemos de dejar volar nuestras almas, desenvainar nuestras katanas, ¡hai!- el inicio de la conversación no podía ser más agresivo y contundente; el coronel Amaya bajó la cabeza después de dejar oir su voz, en un rígido saludo militar.
    Kazuo dirigió la mirada a Kasumi, joven teniente incorporado desde hacía muy poco tiempo, encontrando cierta comprensión, pero sin adivinar sus oscuras intenciones.
    -¿Qué opinas, Kasumi?. Habla, te lo ordeno!.
    -Mi señor, antes deberíamos confirmar que los asuntos son tan graves como parecen, no creo que debamos preocuparnos.

    Kazuo, el viejo general, no podía dar crédito a lo que sus oídos escuchaban. La amistad que le unía a Ashikaga le sumía en un estado de alerta y desconfianza permanente, sólo atenuada por la actitud de Takeshi, el soldado al que adiestró en el arte de la guerra desde que era un niño, y en quien depositó su confianza y sus ansias de un futuro mejor.
    Miró con furia a su lugarteniente y le lanzó otra pregunta, con malicia, con doble intención:
    -Kasumi, ¿qué es lo que debes confirmar?, ¿qué malos vientos son los que te aconsejan?. No entiendo por qué no debemos preocuparnos. Acaso el sol de nuestro imperio te nubló la visión con su fuerte resplandor, o quizás la luna llena te atrajo a su lado oscuro y te ofreció fortuna.- Kazuo respiró hondamente,y , mirándole a los ojos, prosiguió: -dime, Kasumi, ¿de quién eres hijo, de la luna o del sol?.
    -¡Soy leal a nuestro shogún!-, exclamó con furia Kasumi, -y no permitiré que lo pongas en duda, ¡jamás!, ¡y bajo ningún concepto!; aunque el sol se escondiera durante milenios, el hijo de la niebla continuaría buscando su luz. No malinterpretes mis palabras, Kazuo, o tu espada y la mía se besarán para siempre en un encuentro mortal, dejando a tu espíritu vagar por este cielo sin forma alguna de arrepentimiento!
    El viejo general se encontraba cansado, como su señor; aún así, consiguió reunir las fuerzas necesarias para dirigirse a Taro, el más veterano de sus soldados, y aquel a quien otorgó una vez su confianza, en un tiempo no muy lejano.
    -Taro, mi fiel samurái, díme, qué opinas tú.
    El soldado de viejas y plateadas sienes lo miró con franca sinceridad y respondió dejando escapar un suspiro:
    -Kazuo, mi leal hermano, mi corazón está con el shogún, pero se avecinan vientos de cambio. Mi consejo es viajar hacia Kyoto y entrevistarnos con los daimyo, escuchar sus exigencias, sus reproches y deseos. Sólo así podremos contener la guerra. De otro modo...no creo que el imperio resista ni un minuto más.
    Kazuo apreció las palabras del veterano guerrero. Debían partir inmediatamente hacia Kyoto, hablar con los señores feudales e impedir la hecatombe que amenazaba sus vidas y al país, de otro modo todo un mundo se derrumbaría, un mundo que nadie sería capaz de reconstruir. Pero antes debía conocer el resultado de las entrevistas secretas que Takeshi, su protegido, había llevado a cabo con las familias más importantes del país.
    Los soldados se miraron los unos a los otros, inclinaron sus cabezas en una suave reverencia plagada de compromisos y miradas cómplices. De ahí al triunfo o al olvido, a la supervivencia del Sol Naciente o a la    Era de la Noche Oscura, mediaba únicamente un paso.
    O el giro mortal de una espada...

    En la estancia Kiyoshi todo estaba sumido en una suave luz producto del atardecer. Las enredaderas que recordaban los fuertes brazos de Takeshi representaban un bálsamo para el corazón de Hanako, y los dedos que sintió en su espalda, en sus caderas, fueron testigos de una inesperada y dulce conmoción que se apoderó de todos sus sentidos, hasta que ya no pudo pensar más y la conciencia se evaporó en un vuelo de mariposas flotando en una eterna caída del sol en el cielo, un sol amenazado por vientos de cambio, implacables como el tifón asolando las costas del país y destruyendo, con su viento divino, la flota invasora de Mongolia, tanto tiempo atrás. Una noche para recordar viejas historias, y una noche para escribir la futura historia.
    La mujer de pestañas largas como los pétalos de una flor, se giró para enfrentarse a su kokoro, su vida inmortal, la que perdudaría siempre que él continuara existiendo.
    Se lanzó a sus brazos, con la alegría que produce el nacimiento de la vida, nuevamente encontrada y que se creyó perdida, con la furia del amor que sólo conoce a quien lo busca y que tan gratos encuentros depara.
    Hanako besó a Takeshi y éste respondió con la energía de un tigre largo tiempo dormido. Separaron sus bocas unos segundos, los que Hanako aprovechó para aspirar el aire puro de la medianoche, y le susurró:
    -Takeshi, dômô arigatô!
    -Gracias!, ¿por qué, mi amor?-, respondió Takeshi acariciando su dulce cara.
    -Por continuar vivo. Y gracias a Kamikaze por devolverte a mi lado. Dime, ai, dime que noticias traes de tu viaje.
    Takeshi dejó caer los brazos, profundamente abatido y su sombra se hizo más intensa bajo las suaves luces de las antorchas que iluminaban el jardín de Kiyoshi.
    -Hanako, el viejo samurái Ashikaga debe tomar una decisión. Los daimyo están divididos, quieren un cambio, y unos desean que le suceda su hermano Yoshimi, y otros desean que sea Yoshihisha, su hijo, quien tome las riendas del poder.
    -¿Y tú?, ¿qué es lo que deseas tú?-, Hanako quería, deseaba su repuesta como no había deseado nunca nada antes.
    Takeshi suspiró hondo y acarició la envoltura de su katana, su segunda piel. Hanako era la primera.
Se revolvió furioso, dejando entrever una ira acumulada desde hacía mucho, mucho tiempo, y la dejó fluir, con la presencia de la concubina todo le era más fácil y sencillo.
    -Hanako-san, lo que yo quiero es un mundo en paz. Lo que yo deseo es un universo donde únicamente estemos tú y yo. Eso no es posible ahora y debo tomar partido...debo hablar con Kazuo.- Takeshi aspiraba el aire, fuertemente, visiblemente agitado, y trató de calmarse.
    -Mi vida, mi cielo azul, sabes que te quiero y que lo daría todo por tí, pero el maldito deber me impulsa a abandonarte de nuevo. Pero volveré,  juro por mis antepasados que tú y yo tendremos un futuro juntos.
La abrazó con una fuerza infinita. Lo único que en ese preciso momento quería no era abandonarla, pero debía hacerlo. Y lo que era más importante, se preguntaba de qué lado estaba y qué decisión debía tomar.
    Dejó ir a Hanako con determinación y salió corriendo de Kiyoshi; se sentía como una campana dispuesta a sonar cuando el viento soplara con fuerza, una campana ofreciendo resistencia al gran huracán que se aproximaba.




HENKA   変化 : Cambio, transformación. AMAYA : Noche de lluvia.
KASUMI : Niebla.
TARO : Primogénito varón.
KOKORO : Corazón (núcleo vital del ser humano), alma, mente.
DÔMÔ : Gracias.
AI : Amor.
SORA : Cielo.

Nota de la autora: El shogunato Ashikaga (足利幕府, Ashikaga bakufu) fue el segundo régimen feudal militar establecido por los shōgun del clan Ashikaga durante los años 1336 hasta 1573. El período es también conocido como el período Muromachi y se debe su nombre al área de Muromachi en Kioto, donde el tercer shōgun Yoshimitsu estableció su residencia.
Este shogunato fue creado, debido a que su fundador, Ashikaga Takauji, quien estaba del lado del Emperador contra el anterior shogunato Kamakura, el clan Ashikaga tuvo un poder compartido con el gobierno Imperial, mayor al que tenía el shogunato Kamakura. Sin embargo, fue un shogunato débil, comparando al shogunato Kamakura y al shogunato Tokugawa. La mayoría del poder regional aún permanecía en los daimyō provinciales, y el poder militar del shogunato dependía mayormente en la lealtad de éstos al clan Ashikaga. Debido a que los feudos de los daimyō se volvían más poderosos, y tenían sed de poder, esto desencadenó en una guerra civil al final del shogunato, también conocido como el Período Sengoku.
El shogunato Ashikaga fue destruido en 1573 cuando Oda Nobunaga depuso al decimoquinto y último shōgun Yoshiaki, expulsándolo de Kioto. A partir de ese momento pasarían treinta años, hasta que en 1603 se instaura el tercer y último shogunato en Japón, el shogunato Tokugawa.

Haikus:
Morikawa Kyoroku (1655-1715). Traducción de Antonio Cabezas.
Mario Benedetti (1920-2009).


Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

miércoles, 7 de abril de 2010

RAN. Capítulo IV "IKARI" 怒り. Vientos de Furia




Akikaze ya
Ware ni kami nashi
Hotoke nashi


Viento de otoño
Ho hay dioses para mí
No hay budas


Sólo un instante
Se deja ver la luna
Entre las nubes

Kotori




    Takeshi se alzó sobre el negro corcel, su corazón se hallaba partido en dos: el amor por su pueblo y por la pequeña flor que debía dejar atrás. Ajustó su cuerpo a la montura inquieta del animal, que se revolvió y giró, dando vueltas; tampoco el caballo parecía querer separarse de la concubina. y resopló con fuerza, dejando escapar un vaho intenso de color blanco, de su boca y de su nariz.
    Takeshi miró al cielo, frío y gris; se colocó en su cabeza el gomai-kabuto y lo ciñó a la altura de sus ojos, con rabia, adaptando la forma arqueada de sus cejas a la estructura del casco protector. Kamikaze, el fiel corcel negro, se alzó sobre sus cuartos traseros y proyectó una figura tenebrosa y temible junto con el soldado que lo montaba, en contraste con el horizonte recortado frente a la suave luz del amanecer. El corazón de Takeshi golpeaba con tanta fuerza que el sonido de sus latidos podrían confundirse con el retumbar de los cascos de Kamikaze.
    El samurái anudó fuertemente a Jigoku, su katana,  a la cintura; Hanako anudó el obi a su kimono, envolviendo su torso con el largo cinturón de seda bordado en mil mariposas y hojas de almendro. Sus dedos realizaron el nudo tradicional con dificultad, ajustandolo lo más fuerte posible. Respiró hondo y miró al cielo, el mismo cielo que observaba Takeshi y una única palabra acudió al encuentro de sus pensamientos.
Kibô...esperanza, lo único que podría hacerles continuar y luchar. Acarició la cabeza del caballo y se alzó sobre sus pequeños pies para alcanzar sus orejas y poderle susurrar, bajo, muy bajo, sus propias esperanzas:
    -Devuélvelo a mi lado, cuida de él, protégelo como a tu propia vida, pues es mi vida misma la que cabalga contigo.- y besó la testuz del animal.
    Hanako miró una vez más al soldado que respiraba sin fuerzas, odiando el momento de la separación. Takeshi se inclinó hacia el suelo, manteniendo el equilibrio, y la tomó con fuerza, besando su pelo, sus ojos, su boca, soltandola segundos después con un gruñido triste . Ambos, hombre y caballo,  le dieron la espalda a Hanako; ambos partieron hacia Kyoto, ciudad de intrigas,  buscando respuestas y ayuda para enfrentar el huracán que azotaba al Imperio.



















    Hanako regresó a palacio junto al shogún; los días trancurrían despacio y aún no tenía noticias de Takeshi. Cuando su gran señor la llamó para realizar la ceremonia del té, acudió rauda por comprobar las nuevas que podría averiguar a través de conversaciones ajenas.
    Por ello se alegró tanto al percibir la presencia de Takeshi en la habitación de Yûgure, próxima a la sala de las audiencias. Recogió las herramientas del chanoyu, se levantó del suelo dando un respiro a sus rodillas dolorosas y se inclinó frente al shogún, con una profunda reverencia que casi le parte la espalda en dos. El shogún la despidió con un ademán indiferente, la misma ignorancia que le había prestado siempre, y corrió hacia Kiyoshi, la estancia de la Tranquilidad, para averiguar lo que su amado conocía sobre la revolución y para abrazarlo y demostrarle que sólo él y el país eran importantes para ella.

    Mientras Hanako volaba hacia su cielo particular, el gran shogún Ashikaga recibía, una vez más, en la sala de las audiencias, a su general y hombre de confianza, Kazuo, el viejo militar y amigo que siempre permanecía a su lado.
    -Sabes que confío en tí, mi leal amigo; sabes, que por mucho que me cueste desenvainar a Taifû, lo haré si no tengo más salida, aunque sea para que cortes tú mismo mi viejo cuello.
    Kazuo inclinó la cabeza ante el shogún y respondió sin alzar la vista:
    -Mi señor, antes morir que alzar a Taifû contra tí. Prefiero mil veces el deshonor a lanzar la furia de vuestro sable contra vos. Pero si bien no puedo alzar vuestra espada ni la mía, sí debo alzar mi voz contra vuestro entendimiento...Ashikaga,-dijo en voz baja el general y con toda la confianza que sentía hacia su amigo-, ¿es que has perdido la cordura?, ¿qué te ocurre?, ¿por qué dejas que se rebelen contra tí?. Has dejado que tu pueblo se consuma, te has entregado al disfrute de los sentidos y Kyoto se revuelve de indignación. Los daimyo están en guardia esperando la oportunidad para adquirir más poder y fuerza, intentando con sus samuráis, llegar a tener el completo control del país.
    Ashikaga miró a su fiel general con ojos cansados; profundas ojeras nacieron para realzar aún más sus cabellos plateados. Quiso maldecir, lanzar insultos e improperios al mundo, pero únicamente logró balbucear unas flojas palabras.
    -Kazuo, amigo mío, reune a tus soldados y prepara la guerra que se avecina. Sé que has enviado a Takeshi a entrevistarse con algunos daimyo. Quiero respuestas y quiero cabezas. No sé si aún estoy a tiempo de detener este viento de furia, pero debo intentarlo. Actúa, Kazuo, empuña tu espada para proteger al reino.

    Kazuo tembló y saludó a su señor con una profunda reverencia, -Hai!, mi señor, se hará como tú ordenes.-, respondió con fuerza,  y dio media vuelta acariciando la empuñadura de Kaji, su katana, caricias que continuó prodigándole mientras recorría el largo pasillo de los Budas, hacia el exterior del palacio.

    Hanako continuó con su carrera hasta alcanzar los muros de la estancia de la Tranquilidad, Kiyoshi, la blanca habitación llena de flores y jazmínes, de enredaderas sensuales que le hicieron recordar los brazos de Takeshi enredandose en su cuerpo. Quería conocer los nuevos acontecimientos, pero, sobre todo, deseaba intensamente ver el rostro amado y sentir sus labios y que la mirara como sólo él sabía hacerlo.
Cerró los ojos y permaneció quieta, esperando...su espalda sintió el roce de unos dedos ásperos y fuertes recorriendo su columna, hasta alcanzar su base, donde se detuvieron. Aspiró profundamente cuando unos labios se apoyaron en su cuello y alcanzó a escuchar un murmullo suave pronunciar las más bellas palabras que jamás le fueron dirigidas.
    -Kimi o ai shiteru, mi dulce flor.

    Hanako olvidó lo que buscaba y quería conocer.


IKARI :  怒り. :  Enfado (coraje).
GOMAI-KABUTO : Casco protector del samurái con alerones.
KIBÔ : Esperanza.
YÛGURE : Atardecer.
TAIFÛ : Tifón.
HAI : Sí, de acuerdo.
KAJI : Fuego.
KIMI O AI SHITERU: Te amo, te quiero.

Nota de la autora: Una vez más gracias a Mercedes -Kotori- por su haiku; me estoy convirtiendo en "ladrona", pero vale la pena. Gracias a todos los que seguís estas historias, y en especial, a mi hermana Belén y a Nieves Hidalgo por vuestro apoyo, AI SURU, os quiero.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

Haikus:
Masaoka Shiki (1867-1902). Traducción de José María Bermejo.

Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El reflejo de Uzume.

sábado, 3 de abril de 2010

RAN. Capítulo III "MORI" 森. Los Sonidos del Bosque.



Suzukaze ya
Kokû ni michite
Matsu no koe

Un viento fresco
Llenando el firmamento
Voces de pinos

En la otra orilla,
tras dos antiguos tori...
el sonido del bosque
Kotori



    Hanako se dejó llevar...sus pequeños pies apenas rozaban el suelo de los jardines de Kiyoshi, se sentía flotar atrapada en un abrazo inmortal y etéreo, olvidando por un momento su preocupación por los futuros acontecimientos; se sentía lánguida, abandonada y apretada contra el pecho del hombre que llenaba su corazón, y no quiso pensar más, no mientras disfrutaba de ese momento tan íntimo, tan intenso, que pensó que más le valía a su corazón estallar en ese mismo instante de placer, o dejar de latir de una vez, sintiendo y oliendo el perfume de magnolia que desprendía el soldado que la arrastraba hacia quién sabe dónde, pues ya no importaba nada, nada,... salvo estar entre sus brazos.
    Cabalgaron sobre Kamikaze, el veloz y resistente corcel negro de Takeshi, joven y fiel compañero en la batalla, resoplando con furia, sin parecer necesitar un descanso, adquiriendo, durante el galope, un color plateado debido al sudor acumulado en sus flancos.
    Hanako sintió cómo el caballo se detenía bruscamente, sintió el deslizarse de su cuerpo contra otro cuerpo sólido, y percibió de pronto el roce de un suelo áspero bajo sus pies, y sus sentidos despertaron de la profunda languidez que se había adueñado de ella hacía unos momentos, tan gratos, que maldijo para sí misma el que hubieran terminado tan pronto.
    Hanako escuchó a su corazón, su maldito y débil corazón, latir con una fuerza increíble en el instante en que miró al samurái que atrapó su cuerpo como imaginó en sus sueños, salvo que ahora esos sueños eran realidad; sintió su rostro enrojecer bajo la mirada del hombre, y recorrió con sus ojos negros el perímetro oscuro del círculo de árboles frondosos y verdes donde se encontraban, sin comprender por qué se hallaban ahí, en ese lugar y en ese momento.

    Takeshi la observó con detenimiento, deleitándose en su hermosa cara, alzó su mano, grande y fuerte, plagada de cicatrices testigos de años de lucha, de guerras y heridas que la tsuba de su fiel Jigoku no pudo contener, aunque los dioses bien sabían que debían proteger a tan gran soldado, pero el destino tenía sus propios planes. Takeshi llevó su mano hacia el rostro de Hanako y sus dedos rozaron su suave mejilla, acariciando el rostro tantas veces amado y tanto tiempo deseado. Hanako se sintió turbada pero permitió la dulce invasión de los dedos de Takeshi sobre su rostro, sintiendo la emoción que todo ser humano siente cuando ama, por encima de todo, incluso de su propia vida.

    El fuerte samurái continuó su invasión y dejó que sus dedos se deslizaran por el cuello blanco de Hanako, mientras la miraba a los ojos, sosteniendo la respiración que amenazaba con ahogar todos sus sentidos, con eliminar de un golpe su miserable existencia; Takeshi fue más allá, introdujo su mano en el escote estrecho y prometedor del kimono de Hanako, encontrando la suave primavera de su interior, aquella que formaba una barrera invisible frente al invierno que les rodeaba, y la acarició, tiernamente, apoyando su frente en la de ella, absorviendo sus gemidos como agua de lluvia calmando su sed.  La hermosa concubina de su Señor se entregaba a él sin reservas, Hanako era suya, así lo sintió en ese momento, saboreando sus labios y tocando su cuerpo. En el momento en que las caricias se hicieron más audaces, Takeshi murmuró más para sí mismo que para Hanako, tiernas palabras llenas de una fuerte e indestructible pasión.

    -Hanako, mi pequeña, mi dulce flor, juro por mi vida que te amaré y protegeré siempre; desafío a los dioses que intenten separarme de tu lado, eres mi mujer y lucharé enfrentandome al dragón. No temo a la muerte, temo a una vida sin tí.

    El soldado curtido en mil batallas, el hombre leal al Imperio, sintió cómo la traición se adueñaba de su corazón, de su pensamiento, pero no podía evitarlo. Era el destino, el En Musubi, y no había forma de detenerlo.
    Su mano abrió un camino de fuego sobre la piel de Hanako, deslizándose con premura sobre la tibia superficie que cubría su corazón, sintiéndolo, escuchando los latidos que marcaban el transcurso del tiempo; un crujido estremecedor de la seda deslizandose, hizo que Hanako fuera consciente de su repentina desnudez y de las manos que la tocaban, tan tiernas, tan protectoras y acariciadoras...

    Hanako creyó que moriría cuando los fuertes brazos de Takeshi la alzaron del frío suelo y la hicieron flotar en un cielo de colores y estrellas desconocidas hasta entonces. La noche cubrió sus cuerpos apartandolos del mundo y de la historia que seguía su curso implacable; los besos se hicieron intensos, las manos abrían caminos nuevos, los gemidos de placer resonaron en la oscuridad y la luna cubrió sus cuerpos unidos en un solo cuerpo.
    Horas después, descansando el uno enredado en el otro, Hanako despertó de un sueño inquieto, el mismo de hacía unos días antes; perezosamente abrió los ojos, acarició suavemente el mentón de Takeshi, su fina barba empezando a crecer, sus negras y espesas cejas, sus largas pestañas y su fuerte nariz, deleitándose en sus rasgos marcados y agresivos, aunque no para ella, para ella eran tan dulces;  y lo despertó preguntandole:

    -Takeshi, ¿qué ocurre en el exterior?, ¿por qué mi Señor estaba tan angustiado y furioso?. No intentes protegerme, sé que algo importante está pasando más allá de la vida que conozco, y sé que el pueblo sufre y que los tiempos cambian. Dime, amor, dime qué está ocurriendo.
    Takeshi acarició su cabello negro, adoraba el tacto de terciopelo de su melena lisa y perfecta; admiró una vez más sus ojos negros de noche cerrada, su nariz pequeña y desafiante, sus párpados rasgados de mujer oriental, todo lo que ella era fue siempre lo que había soñado, y ahora ese sueño estaba allí, entre sus brazos, y le hacía preguntas que no sabía cómo responder.
    -Mi vida, -suspiró el samurái-, los tiempos son ahora difíciles. Nuestro Señor Ashikaga abandonó los cuidados del país y ahora los campesinos se rebelan y exigen un cambio. Creo que estamos ante el inicio de una gran revolución que no sé cómo terminará, ni a donde nos llevará.
    -Pero debemos prepararnos para el momento, no podemos ignorar los sentimientos del pueblo, yo...debo...ayudar, debo ir a palacio..
    Takeshi silenció las palabras de Hanako con un dedo en sus labios, la besó con fuerza y sujetó su nuca para retenerla cerca de sus labios.
    -Mi hermosa flor, juntos, esto que está ocurriendo lo pasaremos juntos; mañana partiré y averiguaré qué es lo que pretenden los daimyo, aún me quedan influencias entre los grandes señores y, sobre todo, entre sus soldados.


    El bosque pareció cerrar filas tras las palabras de Takeshi. Las sombras se hicieron intensas bajo la luz del atardecer, guardando los sentimientos y las preocupaciones del samurái. Quedaba tanto trabajo por realizar, tantas luchas y estrategias que planificar.
    Pero Hanako era importante en su mundo y debía protegerla, tanto como debía proteger lo que era justo, o lo que él creía que lo era.
    Un gran conflicto estaba a punto de estallar y Takeshi no quería, ni sabía cómo afrontarlo.
    Pero lo que él no podía conocer era que, quizás, los dioses jugaban con el destino de los hombres haciendo trampas, y que, posiblemente, tenía todos los tantos a su favor...


RAN : Caos, miseria
MORI  : Bosque.
KIYOSHI : Tranquilidad.
KAMIKAZE : Viento divino.
TSUBA : Guardamanos de la Katana; protege a las manos de cortes durante el combate.
JIGOKU : Infierno.
EN MUSUBI : Encuentro de destinos, equivale a un matrimonio "de hecho".
DAIMYO : Señores feudales.

Haikus:
Uejima Onitsura (1661-1738). Traducción: Antonio Cabezas.
Mercedes Collado -Kotori-.

Nota de la autora: Gracias a Mercedes Collado -Kotori- por dejar que "le robe" sus increíbles haikus; para conocerla: El reflejo de Uzume, hermoso blog de haikus. Hajimemashite, Kotori-san, dômô arigatô gozaimasu,  por tu generosidad, un abrazo muy grande y espero que me permitas continuar robándote tus haikus, tan fantásticos y tan inspiradores.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.