O-KAERI NASAI

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jueves, 22 de julio de 2010

RAN. Capítulo XXXI. "KAMINARI" 雷. El Sonido del Trueno.



Hatsukoi ya
Tôrô ni yosuru
Kao to kao

Primer amor
Se arriman al farol
Cara con cara

Doblan su tallo
Los capullos marchitos
bajo la nieve

Kotori




La espada iba y venía sobre su cabeza, bajando cada vez más hasta llegar a pocos centímetros de su cuello. El sudor resbalaba por sus sienes sintiendo la muerte cada vez más cerca, un poco más. Estiró el cuello y se echó hacia atrás para impedir que el filo mortal lo alcanzara en un esfuerzo que sabía inútil de antemano. El samurái, cabalgando en un caballo negro reía y asentía dejando que la espada siguiera su camino. Buscó ayuda y vió a un samurái sobre un caballo blanco. Lo miró suplicante...pero también reía ante su suerte...
Kasumi despertó con el retumbar del sonido del trueno, angustiado, sudoroso y con un temblor que provocaba el tic nervioso en su boca,  incapaz de controlarlo. Sintió miedo, mucho miedo, como si el futuro viniera a su encuentro en forma de dos figuras, una negra y otra blanca, como en el juego del Go. Se sintió acorralado, en situación de Kô* y su mente se quedó en blanco sin saber cuál sería su siguiente jugada. Optó por lo más fácil para un cobarde que no sabe enfrentarse a su destino: la huída.

Ashikaga dio la orden de ataque. Los soldados corrieron hacia la estancia con las armas enarboladas, agitándolas en el aire. Sus gritos de guerra se confundieron con el sonido del trueno, Kaminari se convirtió en su aliado. Puertas y ventanas fueron abatidas destrozando todo cuanto se hallaba a un paso de su objetivo. Los hombres de Kasumi apenas opusieron resistencia debido a los excesos de la noche. Aún así, un par de traidores salieron al paso de Nakamura y Taro ofreciendo resistencia. No aguantaron mucho tiempo ante la furia de los generales y sus espadas.
Los hombres fueron reducidos y maniatados, conducidos al establo para asegurarse de que ninguno escaparía antes de ser llevados a palacio y juzgados. Pero...Kasumi no se encontraba entre ellos, malditos fueran, no se hallaba ahí, sino que había huído como el cobarde que era. Nakamura apretó el puño alrededor de su sable hasta que clavó el grabado de la tsuba en la palma de su mano. Perseguiría a ese mal nacido hasta los confines del mundo, incluso aunque ello le costara la vida...¡por todos los dioses!. Y ese aroma...¿de dónde proviene?. Nakamura dio un salto hacia atrás en mitad de sus pensamientos, cuando un olor intenso a rosas le provocó una sacudida en el corazón. La voz que siguió al impacto en su sentido olfativo le arrancó unas enormes ganas de llorar.
-¿Quién es usted y qué ha pasado aquí?.-Bara bajaba corriendo las escaleras, aún recuperándose del sueño y asustada por los ruidos que amenazaban con echar la casa abajo.
Nakamura la miró, se atrevió a hacerlo, y el rostro de la mujer aún era más hermoso que el recuerdo que había conservado en sus sueños. No lo reconocía, por supuesto, ¿por qué iba a hacerlo? Siempre fue tan insignificante para ella, La Rosa de Kyoto...su rosa.
-Señora, no temáis, pero debéis acompañarme.
Bara entrecerró los ojos. Esa voz le era conocida y ese rostro, le provocaba escalofríos. Su mente intentaba abrirse paso en el pasado y buscar el orígen de aquel sonido que salía de la garganta del samurái que estaba frente a ella...apuesto, fuerte como un oso, con unos ojos rasgados como el filo de la katana que sostenía fuertemente en su puño. Bara estaba aturdida y sus piernas empezaron a temblar, al mismo tiempo que su corazón estallaba en una emoción desconocida. Se sentía poderosamente atraída hacia ese misterioso soldado. Se ruborizó como si fuera una adolescente y bajó la mirada ante el escrutinio de los ojos negros que parecían querer devorarla. Suspiró y se armó de valor para preguntar:
-¿A..a...acompañaros, a...dónde?
Nakamura se acercó a la mujer y se atrevió a alzarle la barbilla con su mano temblorosa.
-A mi mundo, Señora,....a mi mundo.









Taro abrió la puerta de los establos y encontró a Takeshi arreglándose los calzones y a Hanako ruborizada como si hubiera estado dos días tomando el sol. Sonrió y se encogió de hombros. Volvió a cerrar y se dirigió a Ashikaga.
-Estooo, excelencia...¿qué os parece si entro yo primero a inspeccionar el lugar antes de dejar a nuestros enemigos aquí? No fuera que encontraran algún arma y...bien, no deseamos que escapen, ¿cierto?.
Ashikaga lo miró con ojos entrecerrados y gruñó, asintiendo con la cabeza. Taro puso los ojos en blanco y agradeció a los dioses que el shogún no hubiera deseado saber más sobre su conducta. Entró de nuevo y susurró a Takeshi:
-¡Hermano!, ¿se puede saber qué hacéis aquí?. Nuestro Señor está ahí fuera esperando dejar a los prisioneros a buen recaudo.
-No preguntes, Taro, mejor no preguntes. Dí a Ashikaga que nos adelantamos para inspeccionar el lugar.
-No se lo va a creer.
-No, pero fingirá que sí. Házlo, amigo mío.

Bara se sentía como una niña, acorralada en un juego de adultos, indefensa pero extrañamente feliz. Acompañó al soldado que  tanto la inquietaba al exterior y un caballo blanco lo esperaba. Un samurái...sobre un caballo blanco...recogía la rosa y le arrancaba las espinas...Sacudió la cabeza para desprenderse del sueño pero no podía, estaba ahí, frente a ella. Dos niños jugando...Nakamura...
-¡Eres tú!...Nakamura, mi amigo.-La Rosa tenía la boca abierta por el asombro.
-Así es, querida, veo que por fin me reconoces.
-Yo...estoy...yo...Nakamura...-pronunció su nombre en un suspiro y el general sonrió.
-Te dije una vez, Rosa de Kyoto, que algún día te ganaría en el juego de la vida. Y ese día ha llegado. De un salto, apoyándose en el estribo, Nakamura se alzó sobre Masshiroi y se dejó caer en la silla. Le tendió la mano para invitarla a subir a su caballo . Bara aceptó y se acopló a la montura y al jinete, pegando sus pechos a la espalda del soldado. La satisfacción y la felicidad asomaron a los labios del general. Apremió al caballo a iniciar la marcha y Masshiroi piafó agitando la cabeza, sabiendo que las cosas de su dueño por fin encontraban su camino, el camino que se inició veinte años atrás.

Hoshi se adentró en los establos y alcanzó a ver a Hanako entre los montones de paja que rodeaban a los animales. Corrió a su encuentro y la abrazó con fuerza.
-Mi Flor, estás bien, estás bien, estás...
-Si Hoshi, sí,-no podía dejar de reír ante el ímpetu de la sirvienta, de su amiga.-me estás estrujando, querida.
-Ohh! mi Señora, pero si soy sincera debo decir que no lo siento en absoluto.
Las dos mujeres rieron con ganas y se volvieron a abrazar, deseosas de liberarse de las tensiones de los últimos días. Mientras la Flor y la Estrella se ponían al día sobre los acontecimientos vividos, Taro y Takeshi ayudaban a los hombres de Ashikaga a trasladar a los prisioneros y asegurarlos para que no pudieran huir. El Shogún preguntó por Nakamura y nadie supo darle respuesta alguna. Una leve sonrisa apareció en el rostro del gobernador del Imperio...su general había ido en busca de su destino. Bien por él.

Masshiroi se detuvo ante la orden de su dueño y resopló varias veces, agitado, sintiendo los dos cuerpos que abrazaban sus flancos. Se mantuvo quieto mientras desmontaban, primero Nakamura, después Bara, pegándose al cuerpo del general. Frente a frente se miraron con expectación. Les costaba respirar, sentían un fuego intenso que les quemaba el alma. Los corazones eran un solo animal furioso, galopando al compás del trepidante sonido del trueno en la distancia. Bara comprendió entonces...un samurái sobre un caballo negro al que había herido con sus espinas...Takeshi; un samurái sobre un caballo blanco que recogía a la rosa moribunda...Nakamura...siempre Nakamura. Su amor por Takeshi no fue más que un espejismo de su absurda ambición, por eso lo abandonó buscando algo más, por ello se unió al clan Hosokawa. Toda su vida no había sido más que un error y una huída de su verdadero destino. El niño al que ella ganaba en el juego del Go había regresado para ganarla en el juego de la vida. Y no supo hacer otra cosa más que rendirse.
Nakamura la atrajo hacia su boca. Pero quiso mirarla primero a los ojos, descubriendo una luna en ellos, promesas de noches sin fin. Se quitó el casco protector y acercó sus labios a su frente. Su pelo negro y largo cubrió el rostro de la mujer acariciando sus mejillas. Bara se estremeció al recordar cómo tiraba de esos negros cabellos cuando eran niños. Lágrimas de ternura escaparon de sus ojos y se mezclaron con los mechones del samurái, con sus labios, que habían comenzado a acariciar su boca.
-Nakamura...yo...te...a...
-Silencio, mi rosa, cállate, no digas nada, te lo ruego, no ahora.
La acarició largamente, atrapando su cintura, cubriéndola con sus manos, abarcando todas sus curvas, sus rincones de mujer largamente deseada. Bara deslizó sus brazos alrededor del cuello del soldado gimiendo contra su boca, apartando como podía su pesada armadura. Nakamura suspiraba contra su cuello, ayudándola en su intento de despojarlo de sus ropas. Por cada centímetro que quedaba al descubierto, las manos exploraban más audazmente, más atrevidas, la confianza hacía que sus cuerpos se fueran fundiendo en uno solo, que se tocaran hasta donde nadie se había atrevido a tocar jamás. El kimono de Bara desapareció sin apenas darse cuenta y sintió cómo el hombre la besaba en el cuello, en sus pechos, su ombligo, dejando un rastro de fuego que apenas podía soportar. Sus labios llegaron hasta su profunda intimidad, hasta el centro de su placer, y Bara se arqueó ofreciendo sus pechos a la luna, sintiendo cómo también se los besaba y acariciaba con su reflejo plateado. El samurái la alzó entre sus brazos y la recostó sobre la fría yerba. La acarició de arriba a abajo, atrapando con su mano la suave humedad entre sus muslos, se acomodó entre ellos y la poseyó como una fiera salvaje, con todo el amor que sentía por ella desde que era tan solo un niño que se dejaba ganar en aquellas maravillosas partidas de Go. Con un rugido descargó en ella todo su ser y dio gracias a la luna que los cobijaba. Si los dioses lo tuvieran a bien, aquél sería un buen momento para morir.
El trueno volvió a sonar en la distancia.



KAMINARI 雷 : Trueno.
*KÔ : Infinitud. Situación en el juego del Go en la que si un jugador captura una piedra en situación de kō, el otro jugador no puede recapturar inmediatamente. Ha de hacer otra jugada antes de recapturar.
TSUBA : Empuñadura de la katana, normalmente lleva grabados y dibujos tradicionales.


Haikus:
Tan Taigi (1709-1771). Traducción de Antonio Cabezas.
"Doblan su tallo". Mercedes Pérez Collado -Kotori-. El Reflejo de Uzume.

Este relato es propiedad de su autora y está protegido.

8 Hablan los Danna:

Arena dijo...

Caray Carolina! se percibe una temperatura muy alta, jeje.
Me encanta, ya lo sabes.
Un abrazo

Carolina dijo...

Sí Arena, tanto este capítulo como el anterior están algo calentitos y es lo que me provocan las altas temperaturas que estamos sufriendo (además de las pasiones a flor de piel, jeje).
Gracias amiga, abrazos.

Xibeliuss dijo...

Al final Bara tiene suerte y todo parece encaminado...
Hay que encontrar a Kasumi antes de que cree más problemas!
Un abrazo, Carolina

Carolina dijo...

Xibeliuss, es que yo quiero que todos (o casi todos sean felices, incluso Bara, que no es más que una inconsciente de su verdadero destino), más después de haberme "cargado" a los dos amigos de Takeshi y a su querido padrino.
Kasumi...es un pez resbaladizo, me tiene harta!
Un abrazo grande, samurái.

Nieves Hidalgo dijo...

Sí señor!
Esto se pone al rojo. Al fin Bara ha dado con su hombre. Ay, pobre, es que me daba pena, pero ahora...
¡Menuda escenita!

Besos más tranquilos ahora.

Carolina dijo...

Nieves, que Bara es una mujer afortunada, cierto, me da una envidia...al final será feliz y todo (¿o puede que no?). Ayyyy, que no sé que sí o que no!!
Con esta escenita y la del anterior capítulo, estoy que no gano para abanicos...
Besos de emoción ante tanto amor en el aire (Love is in the air...lalalalalala)

Sidel dijo...

Ufff pero que calor! jajaja, Esta Bara y Nakamura a la luz de la luna ha sido de lo más sensual y el maldito Kasumi ha vuelto a escapar!!! Bueno esperaremos nuevos acontecimientos. Besotes.

Carolina dijo...

Ay sí, sensualidad a saco, que esto no hay quien lo pare!
Vamos a buscar a Kasumi que este ya ha tenido demasiada suerte.
Besotes!