O-KAERI NASAI

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miércoles, 7 de marzo de 2012

Lai Kwan o la libertad de decidir





    Los ojos oscuros y rasgados de Lai Kwan se cerraron al sentir la suave caricia del hombre que yacía sobre ella.

    Su piel vibraba emocionada, brillante, receptiva y sensible a su tacto, a su mano resbalando por sus caderas, más suave que el tacto de la seda de sus qipao acariciando su cuerpo día tras día, siempre que no trataba de adaptarse a la moda occidental.
    Hong Kong sería libre algún día, al igual que ella lo sería también de la tiranía de aquel que ahora la retenía entre sus brazos, deseando huir, deseando permanecer en ellos. Sintió una mano audaz abriéndose camino a través de su cuerpo y sus sentimientos se cerraron al igual que sus ojos. La seda del vestido se rasgó en un murmullo lleno de sensualidad y calor extremo, extendiéndose sobre las sábanas del lecho compartido.

   Amaba a aquel hombre, no podía evitarlo, a pesar de su traición. Lo amaba...y ese amor la estaba consumiendo, la hacía morir cada vez que uno de sus dedos invadía su intimidad, cada vez que desgarraba la seda que la cubría hasta la garganta, dejando al descubierto no sólo sus pechos, sino también su corazón.

    Lai Kwan se enamoró, como miles de mujeres se enamoran todos los días, todas las horas y todos los minutos. Pero el hombre escogido fue el hombre equivocado. Desde el primer minuto en que fue consciente de sus sentimientos, sabía que ese amor no arribaría a puerto seguro, no al menos a Heung Kong, el nombre que los chinos daban al puerto de Aberdeen, y que los occidentales llamaban "El Puerto de las Fragancias".

    Lai recordó el altar que confeccionó en memoria de Tin-Hau, la diosa del mar, y a ella dirigió sus pensamientos:

    "Si yo permanezco, dame la capacidad de aceptar. Si yo muero, mueran sus sentimientos conmigo."

    Su petición a la diosa le pareció cargada de egoísmo, y quiso rectificar, quizás para hacer aún más daño, quién sabe, ni ella misma sabía lo que quería.

    "Madre Tin-Hau, madre...no permitas que vuelva a desear a ninguna otra mujer, no lo consientas, salvo que su corazón cambie, salvo que ofrezca la ternura que a mí no me supo entregar. Yo, he decidido poner mi vida a tu servicio y alejarme de la esclavitud a la que su amor me condena. Voy a ser libre, por fin..."

    El hombre levantó la cabeza de la almohada y percibió en la penumbra el rostro de Lai Kwan. Besó su boca con ansiedad y le prometió amor eterno, un amor en el que ni siquiera los dioses creían. Pero Lai sonreía, le habló y le invitó a compartir una fiesta de despedida en el Puerto de Las Fragancias.

    -¿Despedida?, ¿a dónde vas, querida?
    -Vuelvo a mi hogar, xiansheng.
    -Llévame contigo...
    -No, xiansheng, no es posible.
    -No quiero separarme de tí.
    -Yo sí, mi señor. Quiero verme libre de tí y lucir mis vestidos sin que sean después rasgados ni mancillados. Quiero ser respetada por mis pensamientos y mis ideas, y quiero comprobar que puedo bailar como el mar lo hace alrededor de los miles de juncos anclados en este puerto, deseando volver a recorrer las costas, hasta arribar a casa, a puerto seguro.
    -Lai, tú eres mía.
    -No soy de nadie, ni tan solo de la Madre Tin-Hau. Ella me permite escoger, tú no lo haces.

    La mirada de Lai se clavó en la del hombre mientras deslizaba sobre su cuerpo un inmaculado qipao blanco bordado con flores de otoño y lo acordonaba hasta el cuello mao que aprisionaba su alma hasta dejarla sin respiración.

    Un alma que hasta ese mismo instante no se sintió en libertad...


Qipao: Vestido tradicional chino.
Xiansheng: Tratamiento formal chino equivalente a "señor".