
Los ojos oscuros y rasgados de Lai Kwan se cerraron al sentir la suave caricia del hombre que yacía sobre ella.
Su piel vibraba emocionada, brillante, receptiva y sensible a su tacto, a su mano resbalando por sus caderas, más suave que el tacto de la seda de sus qipao acariciando su cuerpo día tras día, siempre que no trataba de adaptarse a la moda occidental.
Hong Kong sería libre algún día, al igual...